La vendimia, un suspiro para los parados
Los temporeros espa?oles consiguen ahorrar de 50.000 a 100.000 pesetas por persona en 20 d¨ªas de trabajo
Cuando dentro de unos a?os le cuenten a Luis Reyes su epopeya, en la vendimia del 83, todo le parecer¨¢ un sue?o. Porque para Luis Reyes, aquel viaje de septiembre del 83, cuando s¨®lo contaba seis meses de vida, fue en realidad como un largo sue?o. Tan largo como aquel tren que a las siete de la tarde del 13 de septiembre se detuvo en la estaci¨®n de Lora del Rio y se llev¨® a medio pueblo a la vendimia de Francia y al ¨²ltimo aprendiz de vendimiador que con el traqueteo del tren templaba su cuerpo para la vida de temporero. Todos los lloros y risas de aquellos d¨ªas se los cont¨® luego su abuelo Manuel.Sevilla. 16.20 horas. La estaci¨®n ha quedado chica. El and¨¦n corto. Una muchedumbre se agolpa en la v¨ªa. De todos los pueblos llegan gentes para marchar a la vendimia. Los hombres acarrean pesadas maletas, sacos, y toda clase de bultos que llevan amarrados con cuerdas a sus espaldas. Las mujeres y los ni?os se apretujan en torno a las pilas de equipajes que van creciendo en medio del and¨¦n. Todos los vendimiadores llevan la comida para toda la campa?a.
Los Trujillo van cinco. Entre el padre y sus cuatro hijos, de 19 a 14 a?os, llevan una verdadera despensa. Seis kilos de garbanzos, cuatro de arroz, habichuelas y lentejas, cinco de aceite, una caja de tomates y pimientos, varios kilos de tocino, morcillas, mortadela y chop¨¦, latas de at¨²n y sardinas, y hasta un bote de ocho kilos de conejo frito en adobo. "Si tuvi¨¦ramos que comprarlo en Francia nos comer¨ªamos todo el jornal".
Sevilla 16.30 horas. Con 10 minutos de retraso, el tren pita, se estira, se arrastra sacando todas sus fuerzas y empieza a caminar. Los vagones van repletos hasta el techo. Hay carga como para parar un tren. En el and¨¦n se quedan los familiares, los amigos, y los chicos de la radio y de la tele.
Diamantino Garc¨ªa, el cura de Los Corrales, presidente del Sindicato de Obreros del Campo, con 14 vendimias a las espaldas, se ha convertido en un hombre insustituible para los temporeros. Pero este a?o Diamantino abandona Sevilla con el coraz¨®n herido. Deja ocho jornaleros encarcelados y otros 200 encerrados pidiendo su libertad.
En el tren todo son apreturas y calores. Los hombres se han sacado las camisas y asomado a las ventanillas. Los cuerpos sudorosos buscan el alivio del airecillo que mueve el tren. Silenciosos se despiden de la tierra con la mirada perdida en el fondo de la vega, donde se acaba la tierra y el infinito empieza. Por la ventana van desfilando verdes campos de naranjos y melocotoneros, tablares de girasoles maduros y maizales secos. Tractores que preparan la sementera levantan espesas polvaredas nublando los enjabelgados cortijos que asoman por las laderas. "Tractores y m¨¢s tractores que han cambiado la faz de estas tierras. Arrancaron los olivos y cada vez son m¨¢s escasos los algodonales. No siembran niguna planta que pueda darnos trabajo. Nadie que vea esta tierra creer¨ªa que no da trabajo. Pero prefieren llenar los campos de m¨¢quinas y echarnos a los jornaleros del campo."
En la tapia de un cortijo han firmado la sentencia: "Pagar¨¦is con l¨¢grimas todo el sudor que nos hab¨¦is hecho derramar".
Palma del R¨ªo. 19.30. Una impresionante muchedumbre espera la llegada del catal¨¢n, convertido estos d¨ªas en el tren de la vendimia. Todos conf¨ªan en que alguien les har¨¢ un huequecillo. Apenas se detiene el tren, los m¨¢s decididos se arriman a las ventanillas a la espera de unos brazos generosos que les cojan las maletas. De Palma del R¨ªo saldr¨¢n este a?o varios cientos de vendimiadores. Como el abuelo Manuel, con 40 a?os, que, con su mujer y sus cinco hijos, va a Nimes desde 1966. Mar¨ªa, la hija mayor, de 20 a?os, y su marido llevan consigo a su peque?o Luis Reyes, de seis meses. El nieto y los dos hijos peque?os de Manuel, de 3 y 7 a?os, estar¨¢n bajo el cuidado de Setefilla, la hija de 14 a?os que cuidar¨¢ de la intendencia de toda la familia. Todos viven con los ojos puestos en el peque?o. En el mismo asiento improvisan una cuna a cuya vera har¨¢n guardia permanente el padre o la madre, durante todo el trayecto.
Pasado el castillo de Almod¨®var, dos j¨®venes vienen en busca de Diamantino: "Estamos igual que cada a?o. Hay cuatro lavabos con las puertas bloqueadas y tres retretes sin agua. En dos vagones no se puede vivir de la peste que echan los retretes". Buscan al revisor y la historia se repite. Buenas palabras, pero no hay agua.
C¨®rdoba. 20.15. Primera parada larga. Los hombres saltan del tren en busca de agua. Saben por otros a?os d¨®nde encontrarla. Al lado de los servicios de la estaci¨®n, en la antigua lampister¨ªa, hay un grifo con agua. Rellenan sus garrafas y botellas forradas de esparto para conservar el frescor. Francisco Reina, 52 a?os, lleva agua apara sus tres hijas, Juana, Francisca y Dolores, que le acompa?an a la vendimia este a?o. "Juana, de 23, y Francisca, de 16, me llegaron ayer de los hoteles de Calella. Las pobres no han tenido ni un momento de respiro. Ya lo ten¨ªa todo preparado y les dije: andando que esto hay que aprovecharlo. Cada a?o", dice en tono cari?oso, "le pongo los arreos a otra ni?a. Esta vez le ha tocado a Dolores, que ya tiene 14 a?os".
Cae la tarde y aparece una media luna mora que brilla en el Guadalquivir cada vez que el tren cruza sus aguas. La familia de Manuel toma la cena. Una inmensa cazuela de pollo que ofrecen a todo el que se acerca.
Linares-Baeza. 22.25. El cielo se llena de estrellas. El ambiente se refresca, pero varios vagones siguen sin agua, y se mantiene viva la protesta. Subi¨® un nuevo revisor y "hay que volver a contarle de nuevo la misma copla".
La noche invita a las tertulias. A los juegos de cartas y al cante. Mientras, los mayores cuentan historias de otras campa?as. Antonio Trujillo Zamora, de 46 a?os, hijo de Los Corrales, va a la vendimia francesa desde hace 17 a?os. Le acompa?an sus hijos, Miguel, de 19 a?os, Remedios, de 18, Fernando, de 15, y Antonio, de 14 a?os. Para Fernando, ya es su sexta campa?a. Desde los 10 a?os se gana el jornal de un hombre. "Cuando vuelva de la uva", cuenta Fernando, "empezaremos la aceituna de verdeo en C¨®rdoba, que dura un mes y medio. Luego, la aceituna negra, hasta finales de febrero. Una temporada de paro y, con suerte, en abril salimos para Navarra a la campa?a del esp¨¢rrago".
Alc¨¢zar de San Juan. 12.45. La falta de agua forma un fuerte bullicio. La indignaci¨®n crece. Diamantino recuerda al nuevo revisor que en el tren viajan personas y que la situaci¨®n es irresistible. Ante la insistencia, el funcionario le deja la llave para que pueda abrir las puertas bloqueadas, pero el agua no llega.
Antonio Trujillo invita a caf¨¦ en el inmenso bar de Alc¨¢zar y se explica: "Esto se acabar¨ªa con el algod¨®n. Lo que pasa es que los due?os no quieren bregar con el personal. Mientras nos pagaban lo que quer¨ªan, no hubo problemas, pero cuando pedimos nuestros derechos dejaron de plantarlo".
Albacete. 2.15. El primer turno duerme. No hay espacio para que todos puedan descansar. Los asientos se reparten a voluntad. El tren est¨¢ tranquilo hasta que aparece el revisor en el departamento de Manuel. Ense?a sus billetes de familia numerosa. Le piden el carn¨¦.
Y resulta que lo olvid¨®. No hay contemplaciones. Suplica: ?C¨®mo no se f¨ªa usted si aqu¨ª mismo tiene a todos mis hijos?". Hay un peque?o altercado, pero al final Manuel debe pagar las 868 pesetas de diferencia. Su nieto Luis Reyes se despierta. Lloros y nervios. Alguien se pregunta: "?Con este rasero, qu¨¦ pena les corresponde a los responsables de que haya vagones sin agua ni retrete?".
Valencia. 5.00. Por fin aparece el carrito del agua, que recorre todo el tren repostando los vagones. Renfe ha precisado 11 horas para acondicionar m¨ªnimamente el tren. Los hombres que a¨²n no han dormido, buscan cualquier rinc¨®n para echar un sue?o. Un grupo se aloja en los vagones vac¨ªos de primera. La dicha dura una hora hasta que un empleado les echa.
Barcelona. 10.30. Hace unas horas que amaneci¨® nublado. Las mujeres corren a los lavabos. Se lavan, se remilgan y se ponen guapas. Los hombres se empapan el cabello y aparecen rectamente peinados. En Barcelona hay gran actividad oficial en torno al tren de vendimiadores. El director de Renfe se aproxima al tren y se inquieta cuando ve c¨®mo viajan estas gentes. Confiesa que es un transporte tercermundista impropio de personas.
Tras dos largas horas de espera, el tren vuelve a arrancar. No llegar¨¢ a la frontera hasta pasadas las cuatro de la tarde. El cansancio asoma por todos los rostros. Pero a¨²n queda ¨¢nimo para los proyectos.
Mar¨ªa Hidalgo, 20 a?os y nueve de vendimia, quiere ser auxiliar de enfermera. Rosario Guti¨¦rrez, de 18, que termin¨® COU en Osuna, quiere estudiar Filolog¨ªa Francesa y seguir leyendo a Cam¨²s. Paquita, 20 a?os, cinco de vendimiadora, quiere acabar auxiliar de cl¨ªnica en Ecija. Carmen, 19 a?os, quiere ser periodista, quiere huir del pueblo. "All¨ª no hay m¨¢s futuro que el de coger novio, casarte y llenarte de hijos".
Cerb¨¨re. 16.20. Poco antes de pasar la frontera aparecen cinco parados de Castelldefels que subieron deseperados al tren, en busca de trabajo, pero sin contratos. Los veteranos les dieron consejos, pero no hubo suerte y la polic¨ªa francesa les devolvi¨® a Espa?a. Son casi las siete de la tarde cuando el tren llega a Narbonne. Empieza la di¨¢spora por los departamentos del Sur, cada familia a su tajo, a su vi?a. Se han conocido hace dos d¨ªas y se despiden como amigos de toda la vida. A la puerta de la estaci¨®n esperar¨¢n ansiosamente que llegue el patr¨®n para poder descansar un rato. Cuando despierten a la ma?ana siguiente, ya se encontrar¨¢n vendimiando.
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