EI placer, el miedo a conocer
El fen¨®meno Baudrillard ha quedado reducido a un asunto de intensidad m¨¢s que de consumo abierto. Baudrillard, pese a la atracci¨®n de los temas que aborda, no siempre se deja palpar d¨®cilmente. Se le pone la mano encima con el prop¨®sito de entregarse a una complaciente ternura con su obra y devuelve inopinadamente un hueso, un pedazo de piedra monda en lugar de un gl¨²teo o un cuello vencido. Nunca, ni aun en el punto de emoci¨®n que convoca su escritura, se allana a nuestro aliento. Hasta ah¨ª llega su arrogancia y su desafiante hermetismo. ?Est¨¢ contra nosotros pues? S¨ª. ?Es el colmo de la antipat¨ªa? M¨¢s o menos. Y, sin embargo, fascina. Fascina o desata odios africanos.La primera sensaci¨®n crece m¨¢s entre gentes sin prop¨®sitos concretos de hacerse un porvenir a su vez determinado. Son los que habiendo obtenido el placer de su lectura, habiendo intuido que el saber no procede s¨®lo del raciocinio o bien que el raciocinio es s¨®lo una peque?a raci¨®n de placer, succionan el conocimiento de las fisuras. Baudrillard no nos ama, ciertamente. Si nos amara, y tanto m¨¢s cuanto m¨¢s nos amara al estilo de las estatuas, nos har¨ªa necesariamente sus promiscuos descendientes. En el mejor de los casos nos convertir¨ªa en sus hijos cl¨®nicos y en el peor en sus disc¨ªpulos. Pero Jean Baudrillard no va tras el camino de hacer r¨¦plicas de s¨ª y desde luego corta el cuello a quien ose erigirse en su ep¨ªgono.
Se entiende pues como el otro grupo posible de lectores, el de aquellos que tengan el proyecto de hacer carrera de acad¨¦mico, repudiar¨¢ a los textos baudrillardianos. Este tipo en verdad no sirve para ofrecer conocimientos precocinados, trasportables y almacenables en el mundo de las transacciones acad¨¦micas. Si se trata de imitar sus ideas, ¨¦stas quedan evaporadas o falsificadas sin reproducir exactamente sus palabras; si se trata de p¨¢rrafos, estos acaban siendo falaces sin sus p¨¢ginas y si se mencionan sus p¨¢ginas, las p¨¢ginas pierden brillo sin la experiencia del discurso entero. Baudrillard, resulta as¨ª por tanto muy inc¨®modo para el tr¨¢fico de estos pintorescos simuladores de la ciencia. Inadecuado y fastidioso para hacerlo circular por ese templo de mercaderes que resulta nuestra Universidad, ajena, salvo, contadas excepciones, a la aventura del conocimiento, insensible al riesgo de inagurar y medrosa en fin ante el placer de seducir y de ser seducido.
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