La informaci¨®n, ?bien cultural o mercanc¨ªa?
La informaci¨®n es un objeto tan polifac¨¦tico que puede estudiarse desde distintos puntos de vista. Al te¨®rico del conocimiento le interesa el mensaje como trozo de conocimiento. El ling¨¹ista estudia las maneras en que expresamos verbalmente, o por signos, el mensaje que deseamos transmitir. El psic¨®logo individual se ocupa de los modos en que el cerebro obtiene, transforma y expresa informaci¨®n. Y el psic¨®logo social se ocupa de la difusi¨®n de la informaci¨®n en el seno de la sociedad, as¨ª como de sus efectos sobre la conducta y el modo de sentir y de pensar.Pero aqu¨ª no para la enumeraci¨®n de maneras de estudiar la informaci¨®n. Hay, por lo menos, otras tres. Una de ellas es ocuparse de los medios de transmisi¨®n, tales como la radio y la televisi¨®n; ¨¦sta es tarea del ingeniero de telecomunicaciones. Otra es ocuparse de la elaboraci¨®n o procesamiento de informaciones por m¨¢quinas autom¨¢ticas programables: ¨¦sta es tarea del ingeniero en inform¨¢tica. (Cuando se unen los dos enfoques, esto es, cuando se ubica al ordenador en una red de telecomunicaciones, se invita al ingeniero en telem¨¢tica).
Hay tambi¨¦n una s¨¦ptima manera de enfocar la informaci¨®n, a saber, como mercanc¨ªa. ?ste es cometido del economista especializado en la industria del conocimiento. Al economista le interesa la informaci¨®n como mercanc¨ªa producida y comercializada con ayuda de medios de comunicaci¨®n tales como la Prensa y el t¨¦lex, la radio y la televisi¨®n.
En resumen, hay por lo menos siete maneras distintas de estudiar la informaci¨®n. En algunos casos no basta especializarse en uno de ellos, sino que es preciso combinar dos o m¨¢s enfoques si se quiere comprender la naturaleza dual de la informaci¨®n: el que es tanto un bien (o mal) cultural como una mercanc¨ªa, el que es tanto un alimento del cerebro corno, en ocasiones, una droga.
Para advertir esta dualidad de la informaci¨®n basta recordar que los medios de informaci¨®n masivos no s¨®lo anotician al p¨²blico sino que lo forman. En particular, contribuyen a formar opiniones y actitudes, estilos de vida y pautas d¨¦ conducta, modalidad de consumo y orientaciones culturales.
Esta influencia es tan fuerte que ha llegado a decirse que la opini¨®n p¨²blica es creatura de la Prensa, la radio y la televisi¨®n. Sin duda, ¨¦sta es una exageraci¨®n. Lo cierto es que hay opini¨®n p¨²blica, vox populi, s¨®lo cuando hay medios de comunicaci¨®n libres: de lo contrario, no hay sino opini¨®n de la c¨²pula dirigente. S¨®lo en r¨¦gimen de libertad -y ello, independientemente del r¨¦gimen de propiedad- puede haber una opini¨®n p¨²blica que no sea monol¨ªtica, conformista y conservadora. Por esto las dictaduras, tanto de izquierda como de derecha, temen tanto o m¨¢s a la Prensa, la radio y la televisi¨®n que a la oposici¨®n pol¨ªtica: saben que ¨¦sta es impotente sin la ayuda de medios de comunicaci¨®n de la verdad.
En todas las sociedades la informaci¨®n es valiosa. Tanto, que en ocasiones se paga por suprimirla, o se elimina al que la posee o difunde. (Baste recordar los numerosos asesinatos de periodistas por las dictaduras militares latinoamericanas). En las sociedades capitalistas la informaci¨®n no s¨®lo es valiosa sino que tiene precio: es una mercanc¨ªa. Esta caracter¨ªstica es ambivalente. Por una parte, favorece la difusi¨®n de informaci¨®n, y por otra, hace posible que un grupo econ¨®micamente poderoso la monopolice en beneficio propio, censur¨¢ndola o tergivers¨¢ndola. En las sociedades comunistas la informaci¨®n es a¨²n m¨¢s valiosa, por ser mucho m¨¢s escasa, pero no es una mercanc¨ªa: no hay mercado informativo, ya que la informaci¨®n es monopolizada por el Estado, el que utiliza los medios de comunicaci¨®n de masas para prop¨®sitos de propaganda y organizaci¨®n.
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La informaci¨®n es libre s¨®lo cuando hay mercado para ella y cuando no es monopolizada por un grupo de intereses especiales ni por el Gobierno. Es verdad que en las democracias capitalistas hay peri¨®dicos, revistas, radios y canales de televisi¨®n descaradamente parciales, pero tambi¨¦n hay empresas serias que miran por su propio prestigio. (Entre ellas figura la BBC de Londres, que, aunque empresa del Estado, tiene una administraci¨®n aut¨®noma que no hace propaganda en favor del partido gobernante).
La noticia veraz es, en las democracias capitalistas, una mercanc¨ªa que circula aun cuando perjudique los intereses de las clases dominantes. Es as¨ª que la gran Prensa, radio y televisi¨®n de dichos pa¨ªses dan a conocer no s¨®lo los ¨¦xitos de la empresa privada, sino tambi¨¦n sus fracasos, tales como el desempleo, la inflaci¨®n, la violencia, la adicci¨®n a drogas y la opresi¨®n colo?ial. Se da as¨ª la paradoja de que solamente algunos grandes medios de comunicaci¨®n de masas pueden darse el lujo de poner al desnudo la miseria que coexiste con el esplendor del capitalismo. De esta manera ayudan efectivamente a los reformadores que se esfuerzan por corregir dichas lacras.
La informaci¨®n veraz es mercanc¨ªa tan valiosa que las grandes potencias gastan sumas enormes en procurarla. Por ejemplo, la National Security Ageney de EE UU emplea a unas 100.000 personas, que producen uns 100 millones de documentos clasificados (secretos) por a?o, al coste de unos 10.000 millones de d¨®lares. Esa portentosa operaci¨®n de inteligencia (espionaje)jam¨¢s sirvi¨® para predecir acontecimiento internacional alguno.
La moraleja es obvia: las noticias no agotan el conocimiento. Para explicar y predecir los hechos se necesitan no s¨®lo datos sino tambi¨¦n teor¨ªas. Si aquellos 20.000 millones de d¨®lares por a?o se invirtiesen en subvencionar estudios politol¨®gicos encaminados a entender los mecanismos de la pol¨ªtica dom¨¦stica e internacional, podr¨ªamos afrontar mucho mejor sus complejos problemas.
He tra¨ªdo esto a colaci¨®n para contrarrestar la tendencia a sobrevalorar la recolecci¨®n y difusi¨®n de datos a expensas de su elaboraci¨®n te¨®rica. Es verdad que los datos son indispensables para el pensamiento y para la acci¨®n, pero no bastan: tambi¨¦n hacen falta teor¨ªas. M¨¢s a¨²n, en la sociedad moderna el individuo es bombardeado por una cantidad excesiva de informaci¨®n, tanta que a menudo inhibe el pensamiento original y la acci¨®n eficaz.
El administrador, estadista o pol¨ªtico que invierta demasiado tiempo en informarse no tendr¨¢ tiempo para actuar. El cient¨ªfico que pase su tiempo en la biblioteca no tendr¨¢ tiempo para pensar por cuenta propia, hacer experimentos o efectuar trabajos de campo. La moraleja es obvia: debemos evitar tanto la escasez de informaci¨®n como su exceso. En lugar de minimizar o maximizar ,la cantidad de informaci¨®n a absorber, debemos optimizarla adecu¨¢ndola a nuestras necesidades. Pero para poder lograr esto debemos tener la posibilidad de seleccionarla libremente. Y esto supone, a su vez, libertad de informaci¨®n.
En resoluci¨®n, la informaci¨®n es tanto objeto cultural como mercanc¨ªa. Pero puede ser mer canc¨ªa de mala calidad: informa ci¨®n falsa o trivial. O puede ser mercanc¨ªa de buena calidad: informaci¨®n verdadera e importante. La informaci¨®n es aut¨¦ntico bien cultural a condici¨®n de que haya competencia y libertad para producirla, adquirirla y utilizarla.
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