Tres lenguas hisp¨¢nicas
En las calendas avanzadas del mes del dios Juno, y justo a la entrada del solsticio de verano, como si con esa elecci¨®n de fechas quisieran conjurar una favorable cosecha de sus jornadas de convivencia, escritores en euskera, en gallego y en catal¨¢n se re¨²nen en Barcelona. La celebraci¨®n de ese encuentro lleva el nombre sint¨¦tico y euf¨®nico a la vez de Galeusca.M¨¢s de un centenar de esforzados cultivadores de las llamadas lenguas vern¨¢culas hisp¨¢nicas -el franquismo se aferr¨® afanosamente al t¨¦rmino para soslayar sus connotaciones nacionalistas- debaten sus problemas y sus perspectivas de futuro. Se trata de tres idiomas hoy oficiales, cuya existencia reconoce la democr¨¢tica Constituci¨®n espa?ola. M¨¢s todav¨ªa, modalidades ling¨¹¨ªsticas consideradas en su art¨ªculo tercero "como patrimonio cultural que ser¨¢ objeto de especial respeto y protecci¨®n". Si queremos ser sinceros, ese inevitable reconocimiento s¨®lo resulta eficaz para los territorios en donde estas lenguas tienen una implantaci¨®n. Las realidades, los problemas, la situaci¨®n de lucha por su supervivencia o por su normalizaci¨®n son limpiamente ignoradas por la casi totalidad de los espa?oles que viven fuera de esos territorios. Es decir, por un buen pu?ado de millones de castellanohablantes.
Y la verdad es que la gente no es del todo culpable de la ignorancia supina que todav¨ªa anda suelta por ah¨ª como peligroso toro de lidia. A la postre, ellos se nutrieron en cartillas escolares que, despu¨¦s de afirmar que "nuestro idioma oficial es el espa?ol", a?ad¨ªan sin asomo de rubor alguno que "en algunas provincias se habla tambi¨¦n en catal¨¢n, vasco, gallego, valenciano, mallorqu¨ªn y en otros dialectos". Esos millones de conciudadanos siguen pensando que, si la cartilla aseguraba lo que aseguraba, por algo ser¨ªa.
Hoy, con seis a?os de democracia en las alforjas y esforz¨¢ndose en hacer camino al andar, hay todav¨ªa un buen contingente -inmensurado, pero mensurable- de espa?oles que se preguntan no ya si ¨¦stas son lenguas, sino si estas lenguas, adem¨¢s de aplicarse para usos dom¨¦sticos, tambi¨¦n se escriben y, por tanto, sirven para transmitir cultura. Pues s¨ª. Eso parecen poner de relieve una vez m¨¢s el centenar largo de escritores que les rinden fidelidad indeclinable.
Pero es que estas lenguas peninsulares van a m¨¢s desde que tienen como sost¨¦n las condiciones de la libertad indispensables. Y hay quienes temen que ese avance progresivo se tome perjuicio para el castellano. No es que la consideren "lengua de los dioses", como en una tarde aciaga de oto?o -supongo- decret¨® Benito P¨¦rez Gald¨®s, pero s¨ª la consideran por encima de sus viejas tocayas hisp¨¢nicas.
Actitudes primitivas
Existen todav¨ªa muchos, demasiados, castellanohablantes conservadores o progresistas -aqu¨ª se igualan todos- que ante la problem¨¢tica ling¨¹¨ªstica del Estado no llegan, en el plano de lo racional, al grado de asimilaci¨®n de la pluralidad idiom¨¢tica que exige la Constituci¨®n. En el terreno de lo emocional sus actitudes son de orden incluso primitivo: ?Por qu¨¦ no hablamos todos -alegan con alucinante despreocupaci¨®n- la misma lengua, y nos dejamos ya de hablas minoritarias que entorpecen la unidad idiom¨¢tica del Estado? Para esos, la variedad es una molestia psicol¨®gica y un mal convivencial que debiera superarse por desgaste desde el exterior o por inanici¨®n desde el mismo interior. Es la prolongaci¨®n, al fin y al cabo, de aquel desvar¨ªo de don Miguel de Unamuno: "No oculto mi deseo -y el deseo lleva aparejada la esperanza-, en que llegue un d¨ªa en que no se hable en la Pen¨ªnsila espa?ola o ib¨¦rica -es decir, en Espa?a-, otra lengua que la espa?ola o la castellana, con los matices que cada regi¨®n le de". Eso dijo don Miguel en febrero de 1914. Para entonces ya hab¨ªa muerto su amigo y corresponsal Joan Maragall, quien a buen seguro le habr¨ªa replicado con aquella paciencia y tenacidad que le distingu¨ªan.
Desde el exabrupto unamuniano han transcurrido 70 a?os, largo tiempo en que Espa?a ha avanzado poco en lo que se refiere a normalizaci¨®n de las relaciones entre sus diversas lenguas. Ni siquiera entre los intelectuales -la cosa tiene mayor delito- se da esa necesaria familiarizaci¨®n. Parece que entre las minor¨ªas cultas no debe constituir dificultad alguna, excepto en el caso del euskera, cuando menos entender y leer el catal¨¢n o el galaico-portugu¨¦s en sus distintas variantes. Es un asunto tan obvio que hasta da grima cada vez que uno debe tratarlo.
Con la maduraci¨®n de la democracia se impone dar un salto cualitativo en este aspecto de la convivencia ling¨¹¨ªstica hisp¨¢nica. A uno le ilusiona la esperanza de que las diversas lenguas y culturas peninsulares van a ser cada vez menos extra?as, ajenas, cuasi extranjeras entre s¨ª. Incluso, en el sue?o, llega uno a imaginar que los pol¨ªticos del Estado central asistir¨¢n en el futuro a actos oficiales de la Generalitat de Catalu?a o de la Xunta gallega o de los Gobiernos de las islas Baleares o de la Comunidad Valenciana, y no necesitar¨¢n la versi¨®n castellana de los discursos en las dem¨¢s lenguas constitucionales del Estado. A ciertos niveles, el detalle de facilitar la traducci¨®n castellana ser¨¢ casi una ofensa.
Indicios hay, leves pero voluntarios, de que algo va cambiando en este combate por la normalizaci¨®n ling¨¹¨ªstica peninsular. Por ejemplo, la celebraci¨®n esos d¨ªas, en Lugo, de una Semana Bibliogr¨¢fica de las Lenguas Ib¨¦ricas, o de una Feria de la Poes¨ªa en Madrid, para la que se ha pedido el concurso de poetas de todas las cadencias vern¨¢culas. Pero el tema debe retomarse desde m¨¢s atr¨¢s, desde la escuela. Eso ya lo dijo hace m¨¢s de 10 a?os Ricardo de la Cierva: "?Por qu¨¦ no se propone inmediatamente el catal¨¢n como lengua opcional en nuestros centros de ense?anza de todo el pa¨ªs? No se propugna aqu¨ª una propagaci¨®n masiva del catal¨¢n fuera de Catalu?a, pero s¨ª una extensi¨®n intensamente selectiva". Este delicioso alegato ling¨¹¨ªstico de un pol¨ªtico franquista-ucedista todav¨ªa no ha sido superado -que se sepa- por los representantes oficiales de un Gobiemo en otros aspectos m¨¢s progresista.
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