El 'Macy's' de Tierno
O el gimbel's. No le falta nada al Madrid veraniego, en este caso ni siquiera los grandes almacenes, como los de Nueva York, desbordando de objetos que intentan trasladar lo antes posible a la casa de los compradores. La t¨¦cnica sigue siendo la de la urbe neoyorquina, cuyos habitantes son los m¨¢s astutos a la hora de exprimir los bolsillos de la gente y funciona, m¨¢s o menos, as¨ª: si la necesidad aumenta, aumentan los precios; si disminuye la necesidad, disminuyen los precios, con lo que la urgencia de comprar se mantiene exactamente igual. El hilo invisible sigue tirando del presunto comprador para que se convierta de presunto en comprador sin adjetivos, puro y, simple. Por ejemplo. Meses de mayo y junio. Hay que prepararse para la playa y por tanto hay que comprar un ba?ador, entre otras cosas. Los grandes almacenes engalanan sus fachadas y las p¨¢ginas de los peri¨®dicos con gr¨¢ciles muchachas y apuestos j¨®venes en biquini. "Comprar porque os hace falta" es el lema m¨¢s o menos expl¨ªcito. "No pod¨¦is estar sin ¨¦l. ?Qu¨¦ dir¨¢n vuestras amigas si os ven con el mismo del a?o pasado?". "Te reconoc¨ª en seguida que te vi, porque, aunque est¨¢s m¨¢s llenita, ?has ganado unos kilos, no?, llevabas el mismo ba?ador de la temporada anterior". No cabe m¨¢s maldad en menos palabras. "Pero ¨¦ste a?o rebajar¨¦ antes y mi, ba?ador ser¨¢ distinto, moderno, audaz".Pues bien, ya lo tiene, ya no necesita-adquirirlo. El hilo se va alargando... est¨¢ a punto de romperse; la gente pasa por delante de la fachada de los grandes almacenes mirando hacia otro lado, pasa, sin fijarse, la p¨¢gina de anuncio. Al comercio le pasa lo peor que le puede pasar a una mujer bonita o al artista vanidoso. Lo ignoran. Y la alta estrategia nacida en Madison Avenue, la calle neoyorquina donde se re¨²nen m¨¢s cerebros para cazar al cliente que en las dem¨¢s del mundo juntas, enfoca su nueva t¨¢ctica. "Claro que no necesita usted otro ba?ador, ?qu¨¦ tonter¨ªa!, ?para qu¨¦ va a querer m¨¢s? Pero... ?va a despreciar la tentaci¨®n de llevarse otro con la mitad de precio?", y la gente
que pasaba indiferente por delante de la tienda se detiene de pronto, atrapada por esa tela de ara?a invisible. Vuelve a mirar la p¨¢gina, el anuncio gigante, "pero ya tengo, ?para qu¨¦ gastar m¨¢s dinero? Por otro lado, ?c¨®mo voy a despreciar esa ganga? Luego me tirar¨ªa de los pelos". El hilo antes suelto vuelve a ponerse tirante, arroll¨¢ndose al alma de la madrile?a o de la visitante, que poco a poco va indefectiblemente acerc¨¢ndose a las inmensas puertas, se pierde por las inmensas naves, sube escaleras mec¨¢nicas y de pronto las de Vallecas, las del barrio de Salamanca, las de Chamber¨ª, las de Moratalaz, todas las que el trabajo de los suyos o el propio ha retenido en Madrid estos d¨ªas se encuentran frente a las arcas sin fondo de una s¨¦ptima planta. Verlas actuar es fascinante. Buceando en el mont¨®n de ropas, de cuando en cuando levantan una prenda, la miran, remiran, la vuelven al fondo y sus manos no paran en la b¨²squeda y, sin embargo, sus miradas van al caj¨®n de al lado, observando la maniobra de otra clienta que realiza sus mismos manejos y contesta con las mismas miradas recelosas hacia ella. Est¨¢n entre dos ansias. Quieren lo que tienen y envidian lo que tienen las dem¨¢s. Est¨¢n seguras de que est¨¢n en el mont¨®n preciso y, al mismo tiempo, temen haberse equivocado de caja. Quiz¨¢ ten¨ªan que haber empezado por la otra, hab¨ªa m¨¢s cosas...
La fascinaci¨®n de los grandes almacenes
Por el pasillo asoman unas figuras cubiertas de largas hopalandas, la cabeza cubierta con un pa?uelo, zapatillas en los pies, las cejas sin depilar, los labios sin pintar. Pero ese color que falta en sus mejillas se muestra generosamente en la larga envoltura. En pocos instantes han pasado mujeres de negro, rosa, beis, lila. Miran unos instantes y vuelven a coger la escalera mec¨¢nica con cierto respeto. Van hacia abajo, porque esas clientas no necesitan una planta especial de rebajas; para ellas, todos los grandes almacenes est¨¢n continuamente de rebajas.
Son, claro est¨¢, la representaci¨®n del pan que le hace falta a la empobrecida Europa, a la triste Espa?a, a la cansada Francia, a la derrocada Inglaterra; son la presencia del cash, de la liquidez en unas sociedades descapitalizadas por una crisis que dura ya 10 a?o;. En Espa?a, desde las Mil y una noches de Marbella a esas visitas espor¨¢dicas de los grandes almacenes ven con agrado esa procesi¨®n. Hasta el encargado baja de una nube invisible y lanza hacia ellas una mirada afectuosa, la que se lanza hacia quien contribuye a asegurar la paga mensual.
-De Kuwait -me susurra profesionalmente.
La verdad es que si se trata de un imperialismo, es un imperialismo discreto. Esas musulmanas se deslizan silenciosamente de un lado a otro, miran, susurran entre ellas, preguntan t¨ªmidamente precios. Desde ya alg¨²n tiempo, en los carteles, tras el franc¨¦s, alem¨¢n, ingl¨¦s, figura el ¨¢rabe y hay int¨¦rpretes dispuestos siempre a aliviar a esas musulmanas de los d¨®lares,que les sobran. que siempre son muchos. (Dicen que la renta per c¨¢pita de Kuwait es la segunda del mundo.)
-Como buenas musulmanas ?regatear¨¢n, verdad?
-Nunca. Miran mucho, hablan entre ellas, preguntan el precio y pagan sin un comentario. ?Qu¨¦? Toda clase de cosas, cuanto m¨¢s voluminosas, mejor. Les encantan l¨¢s porcelanas de Lladr¨®, por ejemplo. ("Inevitable", como dijo Eugenio d'Ors al ver una escultura de Benlliure en la casa de un rico madrile?o en los a?os treinta. Hace a?os se limitaban a unos Quijotes y a unas chiquillas m¨¢s o menos dulces. Ahora, el barroquismo valenciano se encarama como en las Fallas y crea carreras de caballos, reuniones alrededor de una mesa de t¨¦ en los a?os veinte, jugadas de f¨²tbol. La locura.)
Las veo de nuevo en el supermercado. Ahora van detr¨¢s de sus hombres, cetrinos, bigotudos, morenos, tambi¨¦n movi¨¦ndose discretamente entre las estanter¨ªas repletas. Mueven t¨ªmidamente la cabeza cuando alguien les ofrece un trozo de salchicha: ?Degustaci¨®n, se?or? Observan el g¨¦nero. "Gracias, mi religi¨®n no me lo permite". Un franc¨¦s duda, prueba, quiere pagar, "no, es gratis". "?Ah, s¨ª? D¨¦me otro, por favor". Los italianos tambi¨¦n se aprovechan, me dicen.
?Ah, los extranjeros! ?Qu¨¦ ser¨ªa de los grandes almacenes, de todos los comercios de Madrid sin ellos? "?Y qu¨¦ es de Madrid, los comercios de Madrid con ellos?", me dice alguien sarc¨¢sticamente. "Nada, hombre. Turistas de mochila, se lo digo yo" (al espa?ol le encanta decir "te lo digo yo", con la misma seguridad con que hablaba Mois¨¦s en el Sina¨ª), ni un duro.
Los ¨¢rabes compran regalos para sus mujeres
?Es verdad? He tenido acceso -me encanta eso de "he tenido acceso", parece que en vez de un dato period¨ªstico estoy meti¨¦ndome en los s¨®tanos del Intelligence Service-, he tenido acceso, digo, a una publicaci¨®n reservada a los joyeros de Madrid en la que, aun recordando que se trata de un comercio especial, se confirman unos t¨®picos y se rectifican otros. Por ejemplo, es verdad que los ¨¢rabes son "de alto poder adquisitivo", "siempre com pran los hombres, aunque sea para sus mujeres, nunca ¨¦stas directamente, y buscan el valor tradicional y sentiniental". Norteamericanos "hay que olvidarse del t¨®pico del tejano millonario e inculto... es muy inteligente y demanda calidad de material y dise?o. Si la encuentra, no pone re paros en pagar un precio alto". Franceses y brit¨¢nicos: escaso porcentaje de poder adquisitivo, mejor los alemanes y holandeses. En cuanto a los italianos, "suele ser mal cliente (subrayado en el texto), que siempre regatea y no se da por contento hasta conseguir el precio, siempre bajo, que considera adecuado". Se a?ade p¨ªa mente que "siempre hay excepciones".
Sigo mirando. A la secci¨®n de librer¨ªa tambi¨¦n han llegado las rebajas. Ya s¨¦ que las feministas dir¨¢n con raz¨®n que la culpa es de las pocas oportunidades pedag¨®gicas que han tenido, pero es cierto que aqu¨ª la inmensa mayor¨ªa de clientes que dudan ante la oferta "un libro 220, dos libros 3 10" son hombres. Si hay alguna dama es para acuciar ("?Te gusta ¨¦ste? ?O ¨¦ste? Anda, dec¨ªdete") los libros infantiles a un ni?o que se asoma a duras penas a la mesa y al que le encantar¨ªa pasarse all¨ª una hora. Hay que decir ya que la labor de los due?os de grandes almacenes ha sido espl¨¦ndida para la cultura. En vista de la imposibilidad de llevar la monta?a, es decir, el ama de casa, a Mahoma -esto es, la librer¨ªa-, hicieron el trabajo opuesto y la compradora se encontr¨® de pronto, entre los electrodom¨¦sticos y la ropa interior de hombre, una serie de vol¨²menes d¨¦ atractiva portada. El ¨¦xito fue claro. Muchos espa?oles (y espa?olas) se dieron cuenta entonces de que el libro no ensucia las manos ni muerde, que se deja tocar y, aun si se atreve uno a ir m¨¢s lejos y abrir sus p¨¢ginas, produce un resultado agradable en el alma humana. Al dejarlos entre los cacharros de cocina, como est¨¢ incluso Dios, seg¨²n santa Teresa, se le quit¨® engolamiento a la literatura, acerc¨¢ndosela a la gente. La etapa siguiente la vi reflejada en un supermercado de Madrid, donde los libros estaban en una gran cesta de ropa, junto a la salida. Las se?oras met¨ªan la mano con ilusi¨®n, revolviendo los vol¨²menes, y estaban seguras de que algo colocado as¨ª "a la remanguill¨¦" ten¨ªa que ser barato. Y, adem¨¢s, lo era.
Vuelvo a pasar por la secci¨®n de "rebajas", "ofertas". (En Estados Unidos les llamaban incongruentemente On sale en venta. Pero ?no es venta todos los d¨ªas?)
Mi amigo el de la mirada en las alturas est¨¢ intentando convencer a una se?ora de que la capa le sienta bien. Y que las capas deben estar siempre m¨¢s cortas por delante que por detr¨¢s. La se?ora gorda y oto?al se resiste.
-Pero as¨ª parecer¨¦ embarazada. ?Usted se cree que tengo edad para quedarme embarazada? ?Qu¨¦ dir¨¢ la gente?
La gente no s¨¦, pero el encargado vuelve a mirar el punto fijo en el techo entre los neones. Al acercarme a la salida, un cartel advierte que en la puerta hay un sistema electr¨®nico que denuncia la etiqueta que lleva cada prenda "que quiz¨¢ nos hayamos olvidado de cortar en la caja". La otra posibilidad, ni menc¨ªo-in¨ªrla. "Quelle delicatesse!".
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