?Se han resignado los rebeldes?
Esta pregunta se hace a s¨ª mismo el pensador alem¨¢n Hans Magnus Enzensberger, y la respuesta la sit¨²a en medio de la mediocridad militante en la que se reproducen hasta la saciedad las suposiciones gratuitas sobre temas arbitrarios.Enzensberger describe cruelmente: el espect¨¢culo de esta resignaci¨®n de los rebeldes con estas pinceladas: "E revolucionario que, todo vestido de cuero, lucha por su plaza de plantilla, como si el sue?o humano del comunismo no, fuese m¨¢s que el derecho a la jubilaci¨®n; el cr¨ªtico que, como un segundo Robespierre, vigila implacablemente para que ning¨²n autor de teatro pacte con los poderosos, mientras, que ¨¦l mismo, tozudo como un avaro mezquino, se empe?a por alcanzar el codiciado puesto de director de un museo; el que todo lo abandona, pero que se cuida muy bien de dejar minuciosamente documentada en v¨ªdeo la alternativa por la que ¨¦l ha optado; el punk, adornado de cruces gamadas, que conserva las facturas de sus gastos por concepto de dieta; el especialista en conflictos que anda detr¨¢s de las secretarias de su instituto; todos ellos no son, en modo alguno, fen¨®menos individuales. Toda cr¨ªtica que pretenda aferrarse a lo aparentemente personal corre el peligro de incurrir en aquello que critica. El esquizofr¨¦nico moral es la norma".
Sin embargo, un juicio moral sobre la conducta de estos "rebeldes resignados" no puede ser tan negativo como alguno pudiera pensar a primera vista. En efecto, se ha dicho que toda causa justa se convierte en injusta en el momento en que la llevamos hasta sus ¨²ltimas consecuencias. En otras palabras, la coherencia tiene sus l¨ªmites para que en realidad sea positivamente humana.
Porque si no cualquier doctrina econ¨®mica que sea aplicada sin miramientos ocasiona el hundimiento del sistema que ha de ser saneado con su ayuda.
El capitalismo consecuente da lugar a dictaduras fascistas.
La doctrina pura de la ecolog¨ªa, con la que no se pretende defender al hombre del medio ambiente, sino al medio ambiente contra el hombre, desemboca en una agricultura paleol¨ªtica.
La construcci¨®n del comunismo culmina, cuando es llevada a cabo, sin reparos, en el llamado, y con raz¨®n, "campo (Lager) socialista".
El crecimiento econ¨®mico, proseguido sin claudicaciones, tiene como consecuencia la destrucci¨®n de la biosfera.
La consecuencia de la carrera armamentista consecuente es la guerra at¨®mica.
De todo ello se deduce que hay que revisar un cap¨ªtulo de la ¨¦tica consensuada en el cual se da por descontado que la coherencia es una virtud sin m¨¢s. Ser coherente parece que describe una c¨²spide moral del h¨¦roe cuya biograf¨ªa se teje. Sin embargo, se olvida que quien habla de fidelidad a los principios ha olvidado que s¨®lo puede traicionarse a las personas, no a las ideas.
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Todos los determinismos hist¨®ricos, que son los que justifican la coherencia, no tienen en cuenta las sinuosidades de la libertad humana. El hombre es un ser que siempre est¨¢ creciendo, que no est¨¢ hecho de una vez para siempre. Cuando el mismo Carlos Marx describi¨® el proletariado que ten¨ªa enfrente, no pudo so?ar el rumbo que ¨¦ste tomar¨ªa nada m¨¢s que en el espacio corto de un siglo. Por eso, los que han sido coherentes con la letra de la teor¨ªa marxiana se ven ahora atrapados en las m¨²ltiples contradicciones de una coherencia incoherente.
Los cristianos se plantearon a primera hora el problema de la coherencia, y lo resolvieron integrando el Jes¨²s hist¨®rico que ellos hab¨ªan conocido en el Cristo de la fe. Y as¨ª cada generaci¨®n cristiana se plantea el problema de la coherencia no s¨®lo acudiendo a unos textos arcaicos, sino buscando a Alguien que ellos consideran presente y contempor¨¢neo a trav¨¦s de su fe. Cuando no lo hacen as¨ª surge el fundamentalismo, o sea, la lectura literalista de la Biblia, como si ¨¦sta fuera el peri¨®dico de la ma?ana, siendo as¨ª que de ella nos separan tantas cosas: tiempo, espacio, cultura, idioma.
En una palabra, no es tan malo que "los rebeldes se resignen", pero es necesario que se apunten a las nuevas rebeld¨ªas que van ocupando el lugar de las que constituyeron los sue?os de nuestra juventud.
La sociedad humana mejorar¨¢ bastante cuando la segunda y la tercera edad sean capaces de ilusionarse con nuevas utop¨ªas.
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