Horacio Mart¨ªnez Pichardo
Un ni?o nicarag¨¹ense que a los 11 a?os ya ha empu?ado un fusil, pero que desea la paz
Horacio Mart¨ªnez Pichardo es un ni?o nicarag¨¹ense de 11 a?os que ha aprobado el cuarto grado de la ense?anza primaria con buenas notas y al que, como a todos los ni?os, le gusta jugar y ver la televisi¨®n. Nada extraordinario si no fuera porque Horacio vive en una zona especialmente afectada por el conflicto civil que divide desde hace dos a?os a la poblaci¨®n de su pa¨ªs y, a pesar de su corta edad, se ha visto obligado en varias ocasiones a coger un fusil para defenderse "del hostigamiento de los guardias".
Los guardias son los guerrilleros antisandinistas, y para Horacio son los malos de la pel¨ªcula. "Los guardias atacan a ni?os y a ancianos indefensos", dice como intentando convencer a su interlocutor. Y lo dice con seguridad, desde el fondo de su mirada. Tiene los ojos negros y grandes, y cuando habla da la sensaci¨®n de querer reforzar sus palabras con ellos.Horacio y otros siete ni?os nicarag¨¹enses se encuentran desde el pasado martes en Espa?a, invitados por el Partido Comunista de Espa?a, el Instituto de Cooperaci¨®n Iberoamericana y la Cruz Roja espa?ola. Todos ellos son miembros de la Asociaci¨®n de Ni?os Sandinistas, movimiento infantil que, seg¨²n explica una de las monitoras que acompa?an al grupo, se dedica a organizar actividades culturales y recreativas.
Horacio vive desde hace seis a?os en la colonia de Yolaina, una especie de pedan¨ªa que depende del municipio de Nueva Segovia, al norte de Nicaragua, casi lindando con la frontera de Honduras. Sus padres se trasladaron all¨ª desde un pueblo cercano a Le¨®n por el clima. "Donde viv¨ªamos antes apenas hab¨ªa invierno". En Yolaina, donde el invierno es la estaci¨®n de las lluvias pero contin¨²a haciendo calor, viven unos 900 adultos. Horacio tiene seis hermanas y dos hermanos. ?l es el menor de los chicos. Su padre, agricultor de profesi¨®n y miliciano por necesidad, se encarga de la distribuci¨®n de los alimentos racionados. "Ahora no puede trabajar en el campo porque los guardias atacan a los campesinos". Horacio, que de cuando en cuando ayuda a sus padres, todav¨ªa no ha decidido qu¨¦ le gustar¨ªa ser de mayor.
Resulta incre¨ªble que este enano que no levanta un metro y medio del suelo haya podido sujetar entre sus manos un pesado fusil y dispararlo. "He tenido que coger un fusil para defenderme de los guardias", y cuenta que pesar¨ªa "unas 10 libras" (cinco kilos). "A m¨ª no me gusta la guerra, quiero la paz", a?ade. Horacio es un chiquillo despierto y habla de la guerra como un adulto, pero sin perder la ingenuidad de sus 11 a?os.
Repite, como si de una lecci¨®n bien aprendida se tratara, que los guardias son malos, que "luchan porque les gusta la guerra o por el dinero que les paga Reagan". Son las lecciones que recibe de la vida cotidiana, muy diferentes a las que le ense?a en la escuela C¨¦sar, su profesor. La asignatura que m¨¢s le gusta es matem¨¢ticas, pero confiesa que lo que m¨¢s le divierte es jugar con sus amigos al b¨¦isbol, al cuartel o a la chapa.
De Espa?a lo que m¨¢s le ha gustado ha sido la nieve, ya que antes s¨®lo la hab¨ªa visto en la televisi¨®n. Le ha sorprendido nuestra forma de hablar. Hay algunas palabras que no entiende, pero aun as¨ª se va a llevar un recuerdo bonito y piensa contarles todo lo que ha visto a sus padres y hermanos.
Alguien le pide que cuente por qu¨¦ quer¨ªa ver a Felipe Gonz¨¢lez, y con cierta desgana dice que le han contado que el presidente espa?ol no les apoya y quiere "pedirle su colaboraci¨®n". En el fondo lo que est¨¢ deseando es dejar de hablar de la guerra, que no le gusta y que espera que acabe pronto.
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