Mosc¨² considera a Yalta intocable, y Washington niega la doctrina de las 'zonas de influencia'
La conferencia de Yalta, que permiti¨® a la URSS consolidar el aumento de su ¨¢mbito de influencia en Europa, es hoy para Mosc¨² una gesta que debe ser defendida del permanente acoso de una revisi¨®n hist¨®rica propiciada con diversos m¨¦todos por los que un d¨ªa fueron aliados y ahora son adversarios. La doctrina oficial norteamericana, sin embargo, sigue sin aceptar todav¨ªa hoy la partici¨®n definitiva de Europa en base a criterios de zonas de influencia.
Los comentarios que abordan en la URSS el tema de Yalta dan a las decisiones all¨ª adoptadas un car¨¢cter inamovible y definitivo, que se conjuga mal con ciertas nostalgias europeas. No es sorprendente, informa desde Mosc¨² Pilar Bonet, que el 40? aniversario de aquella reuni¨®n se celebre en la URSS sobre el tel¨®n de fondo de una nueva campa?a contra el revanchismo alem¨¢n, que pone en duda las actuales fronteras y les atribuye un car¨¢cter provisional."Existe una v¨ªa directa desde las decisiones de la conferencia (Yalta) al acuerdo de Postdam, a los acuerdos que firmaron la URSS, Polonia, la Rep¨²blica Democr¨¢tica Alemana y Checoslovaquia con la Rep¨²blica Federal de Alemania y el acta final de la Conferencia de Seguridad y Cooperaci¨®n en Europa (Helsinki)% escrib¨ªa esta semana el diario Sovietskaia Rosia.
En las conclusiones de Yalta encontr¨® expresi¨®n la pol¨ªtica de "realismo y sentido com¨²n" de los estadistas de las tres potencias, afirmaba un texto publicado bajo la supervisi¨®n del ministro de Exteriores de la URSS, Andrei Gromiko, para presentar la publicaci¨®n de los documentos elaborados en Crimea. En el pr¨®logo se dice que la conferencia mostr¨® que la colaboraci¨®n militar y pol¨ªtica "efectiva" entre Estados de distinto orden social es "plenamente posible", a pesar de las "serias diferencias" surgidas en un conjunto de temas entre la URSS y EE UU y el Reino Unido por la otra.
Para la concepci¨®n sovi¨¦tica, los ¨¦xitos militares alcanzados por el Ej¨¦rcito rojo frente a las tropas alemanas no s¨®lo fueron decisivos para el curso de la guerra, sino que tambi¨¦n impulsaron a los aliados occidentales a sentarse r¨¢pidamente a la mesa y a abrir el segundo frente antes de que los sovi¨¦ticos hubieran derrotado completamente a los alemanes y ya no hubiera nada que discutir o repartir.
La conferencia de Yalta, se?ala el pr¨®logo mencionado, se inici¨® cuando los grandes ¨¦xitos del Ej¨¦rcito sovi¨¦tico caracterizaban la situaci¨®n. Tras haber expulsado a los invasores del territorio de la URSS, las tropas de este pa¨ªs se dispon¨ªan a "cumplir su deber internacionalista: la sagrada misi¨®n liberadora de Europa". Con la victoria y presencia del Ej¨¦rcito sovi¨¦tico, las condiciones se hicieron "favorables" para la Iucha de la masa de trabajadores por un orden popular democr¨¢tico", y la injerencia brit¨¢nica y norteamericana fue atajada.
Para la URSS, los c¨ªrculos dirigentes en Estados Unidos y el Reino Unido supon¨ªan que "su pa¨ªs ocupar¨ªa un puesto dominante en el mundo" despu¨¦s de la guerra. Por eso, afirma el pr¨®logo, a medida que se acercaba el fin de la guerra se incrementaban las "tendencias antisovi¨¦ticas" destinadas a contrarrestar el crecimiento de la influencia de la URSS.
S¨®lo historia para EE UU
Los acuerdos de Yalta, sin embargo, son s¨®lo historia para Estados Unidos 40 a?os despu¨¦s de su firma, a pesar de que el presidente Ronald Reagan ha afirmado en vanas ocasiones que Washington no admite la partici¨®n definitiva de Europa en esferas de influencia. El aniversario de este hist¨®rico pacto entre Roosevelt, Stalin y Churchill ser¨¢ conmemorado discretamente esta semana con una declaraci¨®n de la Casa Blanca, informa desde la capital norteamericana Francisco G. Basterra. Cuando Estados Unidos y la URS S inician un t¨ªmido deshielo que les lleva a la mesa de negociaciones en Ginebra no es el mejor momento para desatar una campa?a sobre las fronteras de los dos imperios.Fue el vicepresidente, George Bush, quien en 1983, con motivo de un viaje a Austria, sugiri¨® que Estados Unidos estar¨ªa dispuesto a dejar de respetar el sistema creado en Europa por Yalta. Preguntado por las declaraciones de su n¨²mero dos, el presidente afirmaba el 18 de octubre de ese mismo a?o que "el ¨²ltimo objetivo del mundo libre es que todos los pueblos tengan alg¨²n d¨ªa el derecho de autodeterminaci¨®n. Eso es algo en lo que nunca debemos ceder".
Esta mera declaraci¨®n de intenciones fue remachada, esta vez con m¨¢s contundencia, el 17 de agosto del pasado a?o. El presidente, dirigi¨¦ndose a l¨ªderes polaco-norteamericanos en la Casa Blanca, dijo: "Nuestra pol¨ªtica hacia Polonia y otras naciones cautivas se basa en una serie de principios bien establecidos. Rechazamos cualquier interpretaci¨®n del acuerdo de Yalta que sugiera un consentimiento norteamericano para la divisi¨®n de Europa en esferas de influencia. Por el contrario, vemos ese acuerdo como un compromiso de los tres grandes poderes para restaurar la completa independencia y permitir elecciones libres y democr¨¢ticas en todos los pa¨ªses liberados de los nazis despu¨¦s de la II Guerra Mundial, y no hay ninguna raz¨®n para absolver a los sovi¨¦ticos o a nosotros mismos de este compromiso".
Estas declaraciones no han sido seguidas de ninguna acci¨®n efectiva norteamericana para evitar la actual situaci¨®n en el este europeo. El tipo de actuaci¨®n adecuada, seg¨²n el presidente, es la efectuada en 1981. "Cuando parec¨ªa que Polonia iba a sufrir la misma suerte que Hungr¨ªa en 1956 o Checoslovaquia en 1968, levantamos nuestras voces en apoyo del pueblo polaco."
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