La bota, el tonel y el cedazo
Viejos oficios resisten el paso de los a?os en pleno coraz¨®n de Madrid
MAITE NIETO La generaci¨®n de los ordenadores casi ha olvidado que no hace muchos a?os los objetos decorativos y los ¨²tiles de trabajo segu¨ªan un proceso de elaboraci¨®n manual en el que las m¨¢quinas brillaban por su ausencia. En la actualidad, los artesanos son una minor¨ªa que lucha individualmente por su subsistencia. El casco viejo de Madrid es uno de los escasos reductos de la jungla madrile?a en el que se pueden encontrar establecimientos en los que trabajar a la antigua usanza, que se ha convertido en un orgullo y un placer. Hacer a mano botas, toneles o cedazos es un buen ejemplo.
El repique de la campanilla que se mueve con el vaiv¨¦n de una puerta un tanto descolorida por el paso de muchos a?os anuncia a Julio Rodr¨ªguez la llegada de un posible cliente. Rodr¨ªguez es botero de profesi¨®n, el ¨²nico en Madrid que prefiere hacer botas y pellejos de vino utilizando por toda herramienta unos cuantos cachivaches heredados de su abuelo.La ¨²nica publicidad del establecimiento, situado en el n¨²mero 12 de la calle del ?guila, pr¨®xima a la Puerta de Toledo, es un r¨®tulo rudimentario colocado en la parte superior de la entrada y la propaganda que va de boca en boca entre la clientela.
El taller, que tambi¨¦n hace las veces de lugar de exposici¨®n y venta, ocupa una habitaci¨®n de reducidas dimensiones, cuya fisonom¨ªa parece anclada en el siglo pasado. Las paredes y el suelo, tienen desconchones; las banquetas y las estanter¨ªas, desgastadas por el uso, cuentan historias que se remontan dos generaciones atr¨¢s; botas y enormes odres son los ¨²nicos elementos que decoran la destartalada estancia. "Voy a hacer algunas reformas", explica Rodr¨ªguez, "pero s¨®lo para lavarle la cara, porque si no el taller perder¨ªa todo su encanto".
Ser especial en la jungla
La juventud de Julio Rodr¨ªguez -tiene 29 a?os- sorprende en un gremio que hasta ahora se ha considerado un coto reservado a personas de edad avanzada. Hace seis a?os que decidi¨® convertir en oficio lo que hasta entonces hab¨ªa sido s¨®lo afici¨®n de muchas horas infantiles observando el trabajo de su abuelo. Cuando se le pregunta por qu¨¦ un hombre joven ha elegido trabajar a mano cuando el mundo laboral est¨¢ dominado por la maquinaria, contesta, seguro: "Dentro de la jungla, ser el ¨²nico que hace algo te convierte en especial".
Seg¨²n las ¨²ltimas encuestas realizadas entre los talleres artesanales por la Comunidad de Madrid y el Ministerio de Industria, la crisis econ¨®mica y su incidencia en el mundo laboral son factores decisivos para el regreso de los j¨®venes a los trabajos artesanales. Sin embargo, para otros muchos, entre los que se cuenta Julio Rodr¨ªguez, es igual de importante saberse creadores de piezas en las que los compradores aprecian la antigua forma de hacer las cosas.
Muchas personas acuden a la boter¨ªa s¨®lo para hacer una consulta al experto, otros compran; pero todos ellos observan con curiosidad el h¨¢bil manejo de la lezna -especie de punz¨®n que sirve para realizar agujeros en la piel y se impregnan del olor de la pez que cuece eternamente sobre un hornillo de piedra situado casi a ras de suelo.
Para hacer una bota de mediana capacidad, el botero de la calle del ?guila emplea unas dos horas y media. En todos los trabajos artesanales, el factor tiempo es decisivo a la hora de fijar el precio del producto. Los materiales utilizados en artesan¨ªa son, generalmente, de alta calidad, pero no son determinantes del alto precio que suelen alcanzar estos objetos. "El coste del material que utilizo", explica Rodr¨ªguez, "no supera las 450 pesetas; pero, si quiero compensar mis horas de trabajo, no puedo vender una pieza por menos de 2.000 pesetas".
Este problema es compartido por todos los artesanos. Jos¨¦ Mu?oz tiene 58 a?os y desde un tiempo que ya no recuerda se dedica a hacer toneles, barriles, jarras y, desde hace algunos a?os, art¨ªculos de toneler¨ªa para decoraci¨®n. En un d¨ªa, sin muchas interrupciones por los clientes que entran en la tienda-taller de la Cava Baja, situada en los aleda?os de la plaza Mayor, Mu?oz deja terminados para la venta seis barriles como m¨¢ximo. "Las horas que dedico", dice Mu?oz, "encarecen el producto, y muchas veces los compradores se llevan las manos a la cabeza y me dicen: Pero ?si son cuatro tablas!".
Los peque?os artesanos se ven
La bota, el tonel y el cedazo
obligados a ajustar al m¨¢ximo los precios para poder conservar una clientela, ya minoritaria. Todos tienen muy claro que no pueden competir con las industrias; por eso se limitan a seguir construyendo objetos de calidad, diferenciados de los fabricados en serie, y esperar que los compradores aprecien su trabajo.Negocios familiares
La mayor¨ªa de los talleres artesanales que subsisten en la regi¨®n de Madrid -1.390, seg¨²n un censo elaborado recientemente por la Comunidad de Madrid- son negocios de tipo familiar. Jos¨¦ Mu?oz es nieto e hijo de toneleros; ahora se ha visto obligado a meter un operario ajeno a la familia porque s¨®lo tiene hijas y se han dedicado a otras cosas.
En el taller de Mu?oz no hay lujos. "Aqu¨ª lo ¨²nico que cuenta", a?ade, "es hacer las cosas con ojo de buen cubero". Y explica que el popular dicho proviene del trabajo artesano de los toneleros, que a ojo, sin ning¨²n instrumento de medici¨®n, dan la forma de to?a caracter¨ªstica de las duelas o tablas que despu¨¦s formar¨¢n el barril.
En la toneler¨ªa, cuyas paredes est¨¢n cubiertas por estanter¨ªas que muestran un extensa gama de objetos de madera, se siguen haciendo barriles "como en los viejos tiempos". El paso del tiempo s¨®lo se aprecia en algunas herramientas antiguas olvidadas en los rincones.
Un portal m¨¢s arriba, code¨¢ndose con los restaurantes madrile?os de moda, subsiste una cedacer¨ªa, donde Manuel L¨®pez, de 81 a?os, construye y vende m¨¢s de 400 variedades de cedazos de distintas clases y tama?os. El negocio s¨®lo le da "para ir tirando", pero continuar¨¢ mientras "las fuerzas aguanten". L¨®pez asegura que entran en la tienda muchos curiosos, que la observan como un museo, y algunos extranjeros con peticiones de lo m¨¢s extra?o. "Entre tantos objetos para comprar", dice L¨®pez, "ya ha habido varios turistas que se quer¨ªan llevar como recuerdo el martillo que utilizo, porque les gusta lo pulido que est¨¢ despu¨¦s del trabajo de muchos a?os".
Los cauces de comercializaci¨®n de la artesan¨ªa son escasos. En los peque?os talleres, que constituyen la mayor¨ªa, son los propios artesanos los que se encargan de vender directamente su trabajo. El mismo taller, el Rastro madrile?o y un m¨ªnimo n¨²mero de clientes fijos son los canales de venta m¨¢s utilizados.
Mientras las instituciones oficiales deciden c¨®mo ayudar a los trabajadores del sector, cada artesano contin¨²a convirtiendo cada d¨ªa su afici¨®n en oficio. El botero, Julio Rodr¨ªguez, mirando el futuro con optimismo y pensando en una posible ampliaci¨®n del negocio; Manuel L¨®pez, seguro de que cuando ¨¦l deje de trabajar nadie en Madrid continuar¨¢ haciendo cedazos a mano.
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