Luis Garc¨ªa de Valdeavellano, la humildad del investigador
ANTONIO ELORZA
Al iniciar los estudios hist¨®ricos especializados en la madrile?a facultad de Ciencias Pol¨ªticas, al filo de los sesenta, se ten¨ªa la sensaci¨®n de ingresar en un extra?o oasis de libertad. Sin estridencia alguna, pero todo era diferente del discurso establecido. Por un lado, los estudios de historia de las ideas pol¨ªticas que permit¨ªan engarzar con la tradici¨®n liberal orteguiana, a cargo de Luis Diez del Corral y Jos¨¦ Antonio Maravall, entonces unidos en un seminario com¨²n de formaci¨®n de nuevos investigadores.Por otro, el rigor y el peculiar estilo, siempre marcado por la discreci¨®n, de otro historiador liberal, de quien conoc¨ªamos el estr¨®cho v¨ªnculo con el exiliado S¨¢nchez Albornoz: Luis Garc¨ªa de Valdeavellano. Su curso de Historia de las instituciones pol¨ªtica s y administrativas de Espa?a contaba siempre con pocos asistentes, tal vez en funci¨®n de que Luis era pr¨¢cticamente incapaz de propinarle a alguien un suspenso. Pero sus explicaciones eran densas y precisas. Y del nivel intelectual de su c¨¢tedra daban fe los nombres de sus colaboradores: Gonzalo An¨¦s, Francisco Sim¨®n. Segura y Alberto Gil Novales.
Vivir con discreci¨®n
No es figura ret¨®rica decir que Valdeavellano, al dejamos hace dos meses, tras ochenta a?os de vida, lo ha hecho con la misma discreci¨®n con que siempre viviera, yendo por su pie -seg¨²n me contaron- al sanatorio madrile?o donde tendr¨ªa lugar, d¨ªas despu¨¦s, su fallecimiento. Del mismo modo que dej¨® hace una d¨¦cada la ense?anza universitaria, rehuyendo elogios y homenajes. Ram¨®n Carande le defini¨® acertadamente en la respuesta al discurso de ingreso en la Academia de la Historia: "Valdeavellano est¨¢ demostrando con su obra -explica Carande- que nada espera de la improvisaci¨®n ni siente prisa alguna; le satisface la labor morosa, trabaja con pudor, como muchos espa?oles humildes".
Busca la inspiraci¨®n, que a menudo le visita, trabajando con perseverancia, convencido de que el historiador, (y aqu¨ª pasamos ya a palabras del propio Valdeavellano) se hace lentamente en las dificultades que presentan las fuentes, en la lecci¨®n de humildad que nos da el contraste entre el esfuerzo realizado y la pobreza y provisionalidad de los resultados obtenidos". "No hay mayor lecci¨®n de humildad, concluye, que la investigaci¨®n cient¨ªfica in su penoso avance".
Por eso Valdeavellano trat¨® de conjugar las investigaciones monogr¨¢ficas realizadas con un m¨¢ximo,de erudici¨®n y rigor, y unos escasamente agradecidos trabajos de s¨ªntesis -la Historia de Espa?a hasta la baja Edad Media (1952) y la Historia de las instituciones espa?olas (1968)-, en gran medida antimanuales, por lo que tuvieron de labor original incorporada y de elaboraci¨®n al margen del mercado acad¨¦mico. El ingreso de Valdeavellano en el campo de la historia tuvo lugar a trav¨¦s de Laureano D¨ªez Canseco, un raro carandiano de quien fue auxiliar hacia 1926 y del que recibi¨® la incitaci¨®n para entregarse al conocimiento d¨¦ la formaci¨®n de las ciudades medievales y del papel de los mercados.
Una l¨ªnea especialmente fecunda, pues si bien Valdeavellano centr¨® su obra en el marco de la historia de las instituciones, alcanz¨®. a franquear las entonces r¨ªgidas fronteras con la historia social y econ¨®mica. Desde su temprano art¨ªculo extens¨ªsimo, sobre el mercado en Le¨®n y Castilla durante la Edad Media .(1931), hasta el excelente ensayo Sobre los burgos y burgueses de la Espa?a medieval (1960), enriqueci¨® esa trayectoria, confirmada por su papel en la aparici¨®n de una historia econ¨®mica en el horizonte universitario espa?ol, con An¨¦s y Sim¨®n Segura. A estos nombres habr¨ªa que a?adir el de Fabi¨¢n Estap¨¦ en Barcelona.
A la sombra de Ortega
El maestro de Valdeavellano fue Claudio S¨¢nchez Albornoz. A su lado trabaj¨® entre 1928 y 1933 en el Centro de Estudios Hist¨®ricos, en "el nunca olvidado y escondido hotelito de la calle de Almagro" donde ten¨ªa su sede el viejo centro dirigido por Ram¨®n Meri¨¦ndez Pidal. La fecunda relaci¨®n con don Claudio se mantendr¨ªa luego ininterrumpidamente a pesar del exilio, hasta la muerte del historiador abulense.
Pero la relaci¨®n personal inmediata qued¨® cortada. Como tantas otras cosas. El mundo intelectual de Valdeavellano fue, como el de Caro Baroja, como el de Carande, el de ese grupo intelectual que se abri¨® a la vida en un tren de primera y hubo luego de completar el viaje en uno de tercer¨ªsima, por usar la expresi¨®n de Caro. Un momento representativo: en abril de 1929 Valdeavellano es, al lado de Federico Garc¨ªa Lorca y de Francisco Ayala, entre otros, uno de los j¨®venes que cifran sus esperanzas a la sombra de Ortega en una Espa?a renovada por el liberalismo.
?l mismo supo evocarlo admirablemente en un ensayo del que s¨®lo est¨¢ ausente, c¨®mo no, su propia persona: el estudio sobre la Residencia de Estudiantes publicado en 1972 como pr¨®logo al libro de Jim¨¦nez Fraud sobre aquella instituci¨®n. Quiz¨¢ venga ahora al caso citar sus palabras finales: "Con ¨¦l -nos advierte Valdeavellano- se iba toda una ¨¦poca de la cultura espa?ola, una ¨¦poca relativamente reciente, pero que a m¨ª me parece hoy lejan¨ªsima: tan lejana e irreal contemplada desde nuestros d¨ªas que a veces creo que s¨®lo fue un sue?o, pero no, no fue un sue?o, fue una realidad de las m¨¢s fecundas de la historia espa?ola, una realidad que no debe ser desconocida de los j¨®venes actuales".
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