Poes¨ªa inerte y oscura
Los abrazos del pulpo pide al espectador un trabajo de desciframiento, a partir de la bestia citada en su t¨ªtulo, a la que el autor en el programa, dedica largas citas de Lautr¨¦amont, Hugo, Verne, Caillois: le obsesiona. El pulpo, colgado en el puerto de pescadores, es como una ropa tendida, blanda, informe, viscosa. As¨ª resulta la obra de Molina Foix.Pero, ?qui¨¦n es el pulpo? Algunos pensar¨¢n en lo f¨¢cil, en la met¨¢fora de siempre: la vida, con su calidad fr¨ªa y pegajosa. Poco a poco parece irse viendo que es la mujer, que resulta descrita como algo repugnante. Un ser que sangra y sangra, un cebo para el macho, a quien arrastra a la muerte: un abrazo destructor. Esta met¨¢fora no ser¨ªa incompatible con la otra, la de la vida: la mujer engendra, y en la cunita que est¨¢ en escena hay un ser tambi¨¦n notablemente espantoso, ?Ser¨¢ todo eso? Pronto se cansa uno del psicoan¨¢lisis y de la adivinanza, y se deja, simplemente, ver y o¨ªr Tampoco distrae.
Los abrazos del pulpo, de Vicente Molina Foix
Int¨¦rpretes: Lola Gaos, Pepe Mart¨ªn, Julieta Serrano, Javier Gurruchaga. M¨²sica de Luis de Pablo, interpretada por Armando Lorente. Coreograf¨ªa: Skip Martinsen. Escenograf¨ªa y figurines: Carlos Cytrynowski. Pel¨ªcula realizada por Guillermo Heras. Direcci¨®n: Mar¨ªa Ruiz.
Aqu¨ª est¨¢ un caser¨®n como los de las pel¨ªculas de terror, y sus sorpresas previstas: la criada muda que luego habla, el paral¨ªtico que anda. Una pareja que habla y evoca, y un personaje, llamado Visitante, que llega de la misteriosa puerta del foro -humo, resplandores-, quiz¨¢ infernal, quiz¨¢ celeste, convertido a veces en director de pel¨ªcula como si ¨¦l mismo fuera el autor La pel¨ªcula se proyecta y reaparecen los s¨ªmbolos de la mujer menstruante y de las siete pruebas que el hombre tiene que atravesar para llegar a ella. Y una tanda de mon¨®logos, en lo que parece a veces prosa rimada -la dicci¨®n de los actores y las condiciones ac¨²sticas de la sala no permiten apreciarlo bien-, con una poes¨ªa evocadora y unas alusiones al mundo animal en las que siempre aparece esta condici¨®n lamentable de la hembra. Al final todo deriva hacia unos bailes de los llamados de sal¨®n. Podr¨ªa uno negarse al desciframiento, y a pensar que las claves de pensamiento son prescindibles, y que el teatro no tiene nada que ver con esto que sucede all¨ª, y a gozar de la poes¨ªa por s¨ª misma. Lo cual, sin duda, suceder¨¢ a quienes gusten esos poemas que all¨ª se dicen, lo cual no nos suce de a todos. Pero adem¨¢s, y como aparte, est¨¢ presente el teatro. Mientras alguien dice o habla, todo lo dem¨¢s se mueve, brilla, danza, suena. Parece una intentona desesperada, que probablemente estar¨¢ en las acotaciones o se contiene en el texto -en la propia dramaturgia de Molina Foix-, pero que se puede atribuir a la direcci¨®n de Mar¨ªa Ruiz, necesitada de teatralizar lo inm¨®vil y lo inerte. La acci¨®n interior -o dicha, contada- se despega de la acci¨®n externa -im¨¢genes, objetos, efectos-; y queda este pulpo muerto, tendido al sol, apaleado, blando y viscoso. Sus tent¨¢culos no prenden.
Hay otra dispersi¨®n y la da Gurruchaga (Orquesta M¨®ndrag¨®n), que convierte el Visitante en su propio personaje. Siempre ha llevado una condici¨®n de actor, una interpretaci¨®n, a sus conciertos; la ejerce aqu¨ª, y resulta lo m¨¢s distra¨ªdo de la obra, lo ¨²nico relativamente vivo, con el toque de humor violento -que el autor se atribuye- para mover esta masa. Los otros actores est¨¢n tan presos en la rigidez de sus personajes que no pueden dar m¨¢s de s¨ª.
Hay otras buenas cosas en el espect¨¢culo. La m¨²sica de Luis de Pablo, incidental, pero subrayando bien los momentos y acudiendo a las melod¨ªas necesarias -con un buen percusionista, Armando Lorente-; y el trabajo de Cytrynowski, con el de Mar¨ªa Ruiz, en la creaci¨®n de manualidades y de efectos. El p¨²blico de invitados aplaudi¨®, y la lentitud de los saludos y salidas a escena fue tirando m¨¢s y m¨¢s de los aplausos para conseguir llegar al ¨¦xito de estreno.
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