Cuatro visiones de la historia universal
Como historiador inmerso en datos concretos, no te¨®ricos, siento a menudo la necesidad de buscar un marco conceptual m¨¢s amplio en el que encajar esos datos, no s¨®lo en sentido cronol¨®gico y geogr¨¢fico, sino tambi¨¦n filos¨®fico. Entre los ensayos m¨¢s estimulantes que he le¨ªdo como parte de esta b¨²squeda personal est¨¢n las Cuatro visiones de la historia universal, de Jos¨¦ Ferrater Mora. El autor estudia cuatro grandes pensadores de Occidente; para todos ellos, la historia constituye un "itinerario insoslayable" que acontece seg¨²n leyes que no s¨®lo revelan la fuerza motora de los acontecimientos, sino tambi¨¦n su "justificaci¨®n". Me gustar¨ªa resumir las cuatro visiones (seg¨²n Ferrater Mora) y despu¨¦s debatir sus efectos sobre mi propia visi¨®n de la historia, siempre provisional.Para san Agust¨ªn, la historia era un drama concebido en la mente de Dios y hecho realidad por todos los seres humanos como actores con papeles asignados. La historia era irreversible e irrepetible, y se divid¨ªa, de manera decisiva, en dos ¨¦pocas, antes y despu¨¦s de la aparici¨®n de Cristo, el Salvador en la Tierra. Se divid¨ªa tambi¨¦n entre los acontecimientos de la ciudad terrena, las luchas por dominar el mundo material, y los acontecimientos espirituales de la ciudad divina, la Iglesia cristiana. Aunque Dios ten¨ªa completa presciencia de la ca¨ªda, y de hecho de todos los acontecimientos futuros, los hombres eran responsables, gracias a su libre albedr¨ªo, de los males que comet¨ªan, males por los que la inmensa mayor¨ªa de ellos sufrir¨ªan castigo eterno. Los hombres son tan radicalmente malvados que ninguno merece realmente salvarse, pero Dios, por una decisi¨®n inexplicable en t¨¦rminos humanos, ha decidido salvar a una cierta minor¨ªa predestinada. Para san Agust¨ªn, la historia de la ciudad terrena era claramente una historia de desastres absolutos.
Para Vico, fil¨®sofo y jurista italiano de principios del siglo XVIII, la historia no estaba tan determinada y era menos desastrosa. Todas las sociedades estaban predestinadas a pasar por tres fases generales, cuya cronolog¨ªa, y la coincidencia parcial de una fase con otra, no estaba predeterminada. Primero ven¨ªa la fase divina, en la que los hombres, motivados principalmente por el miedo, obedec¨ªan a los sacerdotes y a los poetas, cuyo cometido era descifrar, a trav¨¦s de se?ales y or¨¢culos, la voluntad de Dios, es decir, la ley. La misi¨®n de la autoridad en esta fase era, "no el cumplimiento de la justicia ni la aplicaci¨®n de la fuerza, sino la transmisi¨®n del mensaje". Despu¨¦s ven¨ªa la fase heroica, llena de luchas de clases y guerras exteriores, con Gobiernos de dictadores, aristocracias militares y monarcas absolutos. En esta fase la ley no era un mensaje de Dios, sino sencillamente la prerrogativa de los poderosos: el poder siempre act¨²a bien. En tercer lugar ven¨ªa la fase humana, en la que los hombres eran gobernados por rep¨²blicas o monarqu¨ªas moderadas. La ley se basaba ahora en la raz¨®n y la equidad, e incluso los grupos m¨¢s poderosos estaban limitados por el reconocimiento de un poder supremo (divino), por encima de ellos. Desgraciadamente, sin embargo, la maldad inherente a los hombres era tal que trataban de socavar la rep¨²blica o la monarqu¨ªa ben¨¦ficas, y devolver la sociedad a la fase primitiva divina y a un nuevo desarrollo c¨ªclico.
A Voltaire, el fil¨®sofo franc¨¦s del siglo XVIII, no le preocupaba tanto como a san Agust¨ªn o a Vico el curso entero de la historia humana. Su an¨¢lisis se centra en el mundo grecorromano y en sus descendientes europeos medievales o de principios de la Edad Moderna. Le impresionaba la presencia abrumadora de guerras, hambre, crueldad, estupidez, ignorancia y fanatismo, bajo la forma de una religi¨®n dogm¨¢tica. Buscando ejemplos de circunstancias pol¨ªticas y sociales menos funestas, eligi¨® las breves glorias de la Atenas de Pericles, la Roma de Augusto, la Italia del Renacimiento y el despotismo ilustrado de su ¨¦poca. En estos cuatro per¨ªodos, los gobernantes, a pesar de ser absolutistas y arbitrarios, hab¨ªan utilizado su poder para proteger las artes y las ciencias, y hab¨ªan permitido una gran libertad intelectual. Estas virtudes no hab¨ªan dado lugar a una sociedad verdaderamente justa, pero constitu¨ªan las precondiciones necesarias para el surgimiento potencial de tales sociedades. Voltaire era un gran admirador de Inglaterra, la ¨²nica monarqu¨ªa limitada que floreci¨® en su ¨¦poca.
Hegel, fil¨®sofo alem¨¢n de principios del siglo XIX, no crey¨® nunca que los turbulentos fen¨®menos emp¨ªricos de la vida diaria fueran algo m¨¢s que materia prima en bruto de la historia. La historia no era la voluntad de Dios transmitida a trav¨¦s de mandamientos religiosos ni acontec¨ªa simplemente seg¨²n leyes humanas y materiales, aunque todos estos conceptos religiosos y los fen¨®menos materiales entraban en el proceso de la historia. La historia era el proceso evolutivo por el cual, a trav¨¦s de las ¨¦pocas, una idea absoluta se hac¨ªa realidad mediante una serie de conflictos dial¨¦cticos. La historia era el "autodesenvolvimiento de la idea". Hegel fue un profesor respetado casi hasta la adoraci¨®n en una Prusia que se enorgullec¨ªa justificadamente de la calidad de su sistema educativo, y el profesor Hegel consideraba a la monarqu¨ªa prusiana como la manifestaci¨®n m¨¢s desarrollada hasta entonces de la Idea o del Esp¨ªritu del Mundo.
Veamos ahora los efectos de estas cuatro visiones en lo que puedo percibirlas en mi propio pensamiento. Aunque siento el mayor respeto por san Agust¨ªn como psic¨®logo y autobi¨®grafo, y aunque todos los soci¨®logos contempor¨¢neos est¨¢n en deuda con Hegel por su an¨¢lisis mutinivelar del proceso, el desarrollo, la transformaci¨®n conflictual, la interrelaci¨®n constante entre ideas e instituciones, no puedo aceptar a ninguno de estos gigantes intelectuales como gu¨ªa para la comprensi¨®n de la historia. Para una persona que est¨¦ al margen de la teolog¨ªa cristiana, la reducci¨®n de la historia a un drama religioso predeterminado es simplemente un concepto demasiado estrecho para ser ¨²til, exceptuando la ayuda que supone para comprender la cristiandad.
En el caso de Hegel, no s¨¦ si considerar c¨®mico o pat¨¦tico que un fil¨®sofo tan brillante descubriera la m¨¢s elevada manifestaci¨®n del Esp¨ªritu del Mundo en la mediocre monarqu¨ªa autoritaria de Prusia en la d¨¦cada de 1820.
Voltaire no sirve como gu¨ªa general porque, exceptuando comparaciones pol¨¦micas, ten¨ªa poco que decir de la historia no occidental. Pero siempre he admirado su rechazo pasivo a aceptar la injusticia, su lucha por la libertad intelectual, las libertades civiles y los derechos civiles, en la forma que esas causas pod¨ªan ser defendidas a mediados del siglo XVIII. La visi¨®n que me resulta m¨¢s ¨²til es la de Vico. En la larga historia de muchas sociedades situadas fuera de la ¨®rbita del mundo greco-romano-europeo se pueden observar las fases divina, heroica y humana tal como las defin¨ªa Vico. Del mismo modo se pueden ver la coexistencia y la prolongaci¨®n de estas fases en un estudio comparativo de las sociedades. Deber¨ªa confesar un parentesco afectivo con Vico. Era un hombre que claramente prefer¨ªa la naturaleza moderada y tolerante de las sociedades en la fase humana, pero que era siempre consciente de la crueldad instintiva y los anhelos de poder que desestabilizan a las mejores rep¨²blicas y a las monarqu¨ªas moderadas. Para explicar su supervivencia a pesar de las guerras y opresiones, recurri¨® a una met¨¢fora judicial: que en las causas perdidas Dios le conced¨ªa a la humanidad una "renovaci¨®n del expediente". Como historiador agn¨®stico que observa las desastrosas tendencias de la pol¨ªtica mundial en la era nuclear, y que trabaja por la paz como puede, yo tambi¨¦n espero que Dios, si existe, conceder¨¢ una "renovaci¨®n del expediente".
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