Como un tatuaje
El Teatro Real, por primera vez en su historia, ha sido escenario de un concierto de canci¨®n espa?ola en homenaje a uno de los m¨¢s grandes compositores de ese g¨¦nero de m¨²sica popular, el maestro Quiroga, que cumple 87 a?os a finales de este mes. El Real estaba abarrotado y hab¨ªa en el ambiente aroma de zarzamoras y albahaca. Con Quiroga la palabra maestro adquiere toda su riqueza. De las m¨¢s de 4.000 partituras por ¨¦l firmadas, la Orquesta Nacional interpret¨® 22, dirigidas por 11 m¨²sicos de muy diversa significaci¨®n.El espect¨¢culo fue fascinante. Do?a Concha Piquer, que hab¨ªa permanecido absorta en su butaca durante todo el concierto, se abalanz¨® al escenario al final, cuando el maestro recog¨ªa las ovaciones del enfervorecido p¨²blico. El teatro entero vitore¨® emocionado a Quiroga y a do?a Concha Piquer. Ellos son medio siglo de canci¨®n espa?ola. Ellos son la demostraci¨®n de que la canci¨®n espa?ola ha alcanzado cotas de calidad sorprendentes.
Concierto-homenaje al maestro Quiroga
Orquesta Nacional de Espa?a. Directores: Carmelo Bernaola, Fernando Garc¨ªa Morcillo, Claudio Prieto, Gregorio Garcia Segura, Manuel Moreno-Buend¨ªa, Tom¨¢s Marco, Jos¨¦ Pag¨¢n, Jos¨¦ Sola, Manuel Alejandro y Jos¨¦ Nieto. Teatro Real. Madrid, 14 de enero.
Es dif¨ªcil concebir los temas del maestro Quintero sin los textos, sobre todo sin los textos, de Rafael de Le¨®n; es dif¨ªcil concebirlos sin las tonadilleras que los hicieron famosos. Sin embargo, en el concierto tuvo lugar un sortilegio: a poco que uno se dejara llevar por los primeros compases de cada canci¨®n, inmediatamente se evocaba el estilo de la Piquer, o de Imperio Argentina, o de Miguel de Molina, o de Juanita Reina, o de Marif¨¦ de Tr¨ªana. Pero no s¨®lo eso, el sortilego fue m¨¢s lejos: el teatro se inund¨® de amores sin contemplaciones. La canci¨®n espa?ola es experta en amores desmesurados y brutales, amores que desarian a las leyes humanas y divinas.
Mujeres tremendas
Las hero¨ªnas de Rafael de Le¨®n, magistralmente musicadas por Quiroga, son mujeres tremendas, capaces de hacer y decir todo tipo de procacidades impulsadas por un amor torrencial m¨¢s fuerte que la moral y los dioses. En el Teatro Real, durante el homenaje al maestro Quiroga, se aposentaron mujeres de ficci¨®n que llenaron una ¨¦poca: aquella hembra que andaba siempre apoyada en el quicio de la manceb¨ªa y que luego se qued¨® traspuesta con unos ojos verdes; y la mujer tatuada que se emborrachaba de aguardiente por los bares del puerto buscando a un marinero que era hermoso y rubio como la cerveza; y la querida que s¨®lo era "la otra" y no ten¨ªa derecho a nada por no tener un anillo con una fecha por dentro; y Mar¨ªa de la O, que maldec¨ªa el parn¨¦ y que era una desgraciada "teni¨¦ndolo t¨®"; o la mujer madrile?a que estaba loca porque la robara Luis Candelas y la metiera debajo de su capa para perpetrar all¨ª delirios inconfesables, y la Lirio, patrona de las l¨¢grimas... El homenaje al maestro Quiroga no fue un concierto: fue un tatuaje.
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