Fisgones
Un viejo adagio de la Inglaterra victoriana -quiz¨¢ ilustrado despu¨¦s por alguna de las deliciosas novelas de Ivy Compton-Burnett- establec¨ªa: "Los se?ores hablan de cosas, y los criados hablan de personas". Quitemos a esos t¨¦rminos jer¨¢rquicos sus connotaciones m¨¢s clasistas: entendamos por se?ores quienes practican el derecho del hombre libre a conocer el entramado de la sociedad en que vive y del mundo en que se mueve, frente a los criados, sometidos a la abyecta compensaci¨®n de atisbar y rumiar punitivamente la vida afectiva, de la que su miseria les excluye. Tal miseria no es econ¨®mica, sino indigencia intelectual y vileza de ¨¢nimo. Interesarse por las cosas -ideas, problemas, situaciones humanas o inhumanas- es intentar comprender para celebrar o enmendar lo real; fisgar a las personas -revelar o inventar los secretos de una intimidad que s¨®lo a ellas les ata?e- es degradar el conocimiento a cuchicheo de retrete, resoplido de fariseo en misa mayor o sonrisita judicial. A fin de cuentas, s¨®lo se entregan a la fascinaci¨®n de la vida ajena quienes se pringan de ella por ajena y no por vida.Las an¨¦cdotas pueden llegar a categor¨ªas cuando lo que nos interesa no es simplemente el hecho transcrito, sino el arte del narrador o la sutileza del analista (que son categor¨ªas universales y, por decirlo as¨ª, despersonalizadoras): las memorias del duque de Saint-Simon; las confidencias de Si le grain ne meurt, de Gide; ciertas novelas demasiado transparentes alusivas a Max Aub o Thomas Bernhard, siguen reteni¨¦ndonos a¨²n cuando toda curiosidad morbosa por los individuos reales en ellas implicados se ha desvanecido. Al rev¨¦s: si indagamos en sus apoyaturas hist¨®ricas es mas bien por la fuerza ejemplar de esos relatos, que configuran para siempre la aut¨¦ntica verdad de lo que fue fugaz suceso. Pero el aficionado a la revista de esc¨¢ndalo o la coplilla sat¨ªrica no raya tan alto, y por eso la rendija por la que curiosea debe mostrar siempre culos de estricta actualidad.
Creo que toda maledicencia es imb¨¦cil, aunque algunos maledicentes puedan ocasionalmente no serlo. En todo caso, cuando alguien se dedica sistem¨¢ticamente a ella es se?al de que algo no le funciona bien, incluso si demuestra cierto virtuosismo en su empe?o. Suele ser ocupaci¨®n de conversos, arrepentidos y reciclados varios, gentes que no se perdonan ser lo que fueron y, por tanto, no toleran que los dem¨¢s sean lo que son. Tranquiliza comprobar, ante todo, que sigue siendo ejercicio favorito de la Prensa de derechas en general, junto con el amarillismo seudoprogresista que tanto abunda: para todos ¨¦stos, el nivel m¨¢s profundo de explicaci¨®n de lo real que es posible alcanzar viene a resultar la poluci¨®n nocturna. Se pasan la lengua por los labios con regusto y gui?an el ojo como quien est¨¢ en posesi¨®n de la clave universal: "El ministro Zutano sali¨® ayer de tal restaurante acompa?ado de miss X. Momentos antes hab¨ªan consumido una lubina y sendos sorbetes de coco". ?Ajaj¨¢, la verdad del poder al desnudo o, por lo menos, en calzoncillos! Luego, por lo com¨²n, no se resisten a alg¨²n a?adido culpabilizador: "Salieron por la puerta trasera para no ser alcanzados por los fot¨®grafos". Tal gesto furtivo es ya en s¨ª mismo, sin duda, manifiesta acusaci¨®n... A su modo, esta gentuza debe creerse moralista (aunque cobre por ello): ?como si algo de lo que haga alguien en su cuarto pudiera ser m¨¢s indecente que la conducta del que le fisga por el ojo de la cerradura!
Desdichadamente, o¨ªmos a veces justificaciones de este proceder que se apoyan en la libertad de Prensa. Es algo tan razonable como aceptar la esclavitud en nombre del libre mercado. La libertad de Prensa es el derecho a hacer p¨²blico todo lo que el p¨²blico tiene derecho a saber respecto a lo que en cuanto p¨²blico le afecta. Nada atenta m¨¢s gravemente contra la libertad de informaci¨®n que confundirla con la libertad de espionaje de la intimidad: suponer que cualquiera tiene derecho a saberlo todo sobre todos es una creencia netamente totalitaria. Pero, ?acaso pueden permitirse las personalidades p¨²blicas tener una intimidad privada? ?No tienen derecho sus electores o seguidores a saberlo todo sobre ellos, desde que se levantan hasta que se acuestan y, sobre todo, con qui¨¦n hacen lo uno
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y lo otro? Creo que contestar negativamente a la primera de estas preguntas y afirmativamente a la segunda son aberraciones deontol¨®gicas. Es cierto que hay detalles de la intimidad de los gobernantes que pueden tener inter¨¦s p¨²blico por sus repercusiones en la gesti¨®n de su cargo: su estado de salud, por ejemplo, o cualquier indelicadeza en beneficio de familiares o amigos. Pero, fuera de estas ocasiones -y aun ellas deben ser tratadas con miramiento-, su derecho a tener una esfera ¨ªntima de conducta es igual a la de cualquier otro ciudadano.
A este respecto, un ejemplo admirable es el de alguien tan poco sospechoso de antiliberalismo como John Stuart Mill, el autor de On the liberty. Mill contribuy¨® decisivamente a arruinar la reputaci¨®n del gobernador Frye, que hab¨ªa cometido brutalidades en Jamaica; por otro lado, salv¨¦ el derecho de reuni¨®n y expresi¨®n p¨²blica en Hyde Park, contra un Gobierno que deseaba abolirlo. Pero -y aqu¨ª sigo a sir Isaiah Berlin en su comentario sobre el pensador utilitarista- cuando se le invit¨® a presentarse como miembro del Parlamento (para el que ser¨ªa posteriormente elegido), declar¨® que estaba dispuesto a responder a todas las preguntas que los electores de Westminster quisieran hacerle, excepto aquellas que versaran sobre sus opiniones religiosas. Esto no era cobard¨ªa: su comportamiento durante la campa?a electoral fue tan ingenuo e ?inprudentemente intr¨¦pido que hizo comentar a alguien que con el programa de Mill ni el mismo Dios todopoderoso pod¨ªa esperar ser elegido. La raz¨®n de su postura era que el hombre tiene el irrevocable derecho de defender su vida privada y de luchar por ella si fuera necesario. Lo hab¨ªa dicho as¨ª en su obra principal: "La ¨²nica parte de la conducta de cada uno por la que ¨¦l es responsable ante la sociedad es la que se refiere a los dem¨¢s. En la parte que le concierne meramente a ¨¦l, su independencia es, de derecho, absoluta. Sobre s¨ª mismo, sobre su propio cuerpo y esp¨ªritu, el individuo es soberano". Si se afirma que la vida del hombre p¨²blico tiene la inaudita cualidad de repercutir toda ella, hasta en sus m¨¢s ¨ªntimos detalles, en los dem¨¢s, ?no podr¨¢ y deber¨¢ decirse lo mismo de la de cualquiera? ?No es ¨¦sta la doctrina que mejor merece ser llamada totalitaria? El c¨ªrculo vicioso se plantea as¨ª: la Prensa tiene derecho a contarlo todo de cualqueir hombre p¨²blico; pero hombre p¨²blico es cualquiera de quien la Prensa ha decidido contarlo todo...
Precisamente porque siento el mayor aprecio por la tolerancia me encanta tropezar de cuando en cuando con aspectos de abusos sociales frente a los que la m¨¢s estricta intolerancia resulta saludable. El chismorreo -sea veraz o calumnioso- es uno de ellos. Como la mayor¨ªa de las personas y publicaciones que se dedican a ¨¦l son particularmente venales, el castigo econ¨®mico m¨¢s severo me parece muy adecuado: deber¨ªan ser trituradas a multazos. Y ello aunque no hubiera instrumentaciones pol¨ªticas tras los murmuradores. Que al menos la Prensa libre y progresista sea voluntariamente para se?ores y no para criados; y que a quienes no sepan renunciar al fisgoneo se les inculque el se?or¨ªo a cintarazos.
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