?As¨ª, si!
Pocas cuestiones como la permanencia o no de Espa?a en la Alianza Atl¨¢ntica pueden considerarse como cuestiones de Estado. O sea, que nos concierne a todos de, manera muy directa.Como en tantas cosas, los matices a veces llegan a afectar profundamente al fondo del problema. De ello se desprende la importancia extraordinaria de los condicionantes que acompa?an y forman un todo con la pregunta que es preciso responder con escuetos s¨ªes, noes o abstenciones.
Reflexi¨®n personal
Creo que si la pregunta no viniese precedida de los tres concretos condicionantes que ya conocemos la actitud de muchos ciudadanos ser¨ªa otra; por lo menos ¨¦sa es mi reflexi¨®n personal. Yo dir¨ªa no con toda la rotundidad que permite la papeleta y as¨ª lo defender¨ªa p¨²blicamente. Si, por el contrario, la pregunta llegase precedida de otro tipo de proposici¨®n, como, por ejemplo: "Los espa?oles estar¨¢n incondicionalmente a las ¨®rdenes del gran jefe yanqui, que es quien expide los certificados de democracia y posee el don divino de liderar a los pueblos..." (perm¨ªtaseme esta licencia), seguramente habr¨ªa no pocas cabezas cuadradas que dir¨ªan gustosamente s¨ª.Valga lo dicho hasta aqu¨ª como demostraci¨®n, o cuando menos de reflexi¨®n, de que los matices, las condiciones concretas en que se hace la pregunta adquieren una importancia capital, llegando muchas veces a configurar una respuesta radicalmente diferente.
Es por todo ello por lo que a Fraga incluso "le pide el cuerpo" votar no en el refer¨¦ndum del 12 de marzo.
Podr¨ªamos decir: "Bueno, que Fraga y la derecha con su pan se lo coman". Pero como se trata de una decisi¨®n de tanta importancia, merece la pena que entre todos consigamos ensanchar la franja de los que puedan llegar a la conclusi¨®n de: "As¨ª, s¨ª".
Desde luego que en mi caso concreto no me siento cualificado para dirigirme al electorado conservador, pero s¨ª me voy a permitir la inmodestia de dirigirme a los votantes de izquierda.
Los que estamos en Espa?a, en la Espa?a real y concreta, con sus gozos y sus carencias, a favor de la libertad, de la democracia y por el socialismo, tenemos la obligaci¨®n de darle muchas vueltas al coco; tenemos el compromiso de despojamos de cuanto falso ideologismo fuimos acumulando como ganga ineludible a lo largo del combate contra la opresi¨®n y la injusticia. La cuesti¨®n principal radica, a mi entender, en c¨®mo poner a Espa?a, y con ello a sus ciudadanos y sus pueblos, en las mejores condiciones posibles tanto para progresar en bienestar y justicia como para jugar un papel positivo en el concierto internacional a favor de la paz, de la distensi¨®n y contra todo tipo de imperialismo o hegemon¨ªa.
"?Vaya parrafada!", dir¨¢n algunos. "Este cobra por cre¨¦rselo o hacer como si se lo creyese", pueden, incluso, opinar otros. Pues bien, me atrevo a correr ese riesgo.
Soy de los que se han convencido, aqu¨ª y ahora, de que lo mejor para la ciudadan¨ªa espa?ola, de que el menor costo para el progreso, el bienestar y la paz pasa por la permanencia de Espa?a en la Alianza Atl¨¢ntica en las condiciones propuestas por el Gobierno de la naci¨®n.
En otros muchos art¨ªculos se han puesto ya de manifiesto los pros y los contras de una y otra posici¨®n, a veces con afirmaciones demasiado tajantes y descalificadoras de los argumentos contrarios. Yo quisiera, siquiera sea para contribuir a la reflexi¨®n de mucha gente de izquierda, recordar algunos momentos de nuestra historia m¨¢s o menos reciente, que nos oblig¨® a una radical revisi¨®n de lo que durante mucho tiempo consideramos principios inamovibles, como indelebles se?as de identidad.
En 1967, lo recuerdo perfectamente porque fue la primera vez que me llevaron a la c¨¢rcel, todav¨ªa muchos de nosotros cre¨ªani¨®s que el paradigma del internacionalismo proletario se desparramaba por el mundo desde Mosc¨². Yo no s¨¦ cantar, por desgracia, pero pon¨ªa, si no la voz, el coraz¨®n en aquellas canciones del patio de la c¨¢rcel. Luego pas¨® lo de Checoslovaquia y algunos tuvimos que tragarnos l¨¢grimas amargas a la par que pon¨ªamos en revisi¨®n nuestras creencias.
M¨¢s cercarto en el tiempo, y afectando seguramente a un arco m¨¢s amplio de la cultura pol¨ªtica de la izquierda, hubimos de reflexionar seriamente acerca de la bandera de Espa?a y de la monarqu¨ªa; tambi¨¦n sobre la forma de la transici¨®n pol¨ªtica. Muchos tuvimos que ingerir fuertes dosis de realismo pol¨ªtico para evitar la desnutrici¨®n ideol¨®gica en que la vida nos colocaba.
Sin embargo, Ia mayor¨ªa de los que est¨¢bamos por ganar para Espa?a, desde la izquierda, un sistema de libertades supimos reciclarnos, pusimos en revisi¨®n aspectos sectarios de nuestra formaci¨®n pol¨ªtica; no sin desgarraduras, por supuesto. Lo ideal era la ruptura y la rep¨²blica; lo importante y decisivo, lo determinante, radical o revolucionariamente hablando, consist¨ªa en atinar voluntades a favor de la libertad. Y lo logramos.
Ahora, un Gobierno democr¨¢tico, sustentado por un partido, el PSOE, que incluso en otro momento dec¨ªa "De entrada no", pide un s¨ª, no para entrar, sino para permanecer en la Alianza en unas determinadas condiciones. El Gobierno da unas razones; yo creo que son razones desde la izquierda para una pol¨ªtica nacional e internacional de progreso y de paz. Seguramente son razones heterodoxas, que rompen muchos esquemas f¨¦rreamente anclados en innumerables corazones de la gente de izquierda. Yo creo que son razones desde la honestidad y el compromiso de modernidad, de progreso y de paz. Es por todo ello por lo que p¨²blicamente, y en el contexto concreto en que se hace la pregunta, mi respuesta es: as¨ª, s¨ª.
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