El prisionero pol¨ªtico desconocido
Desde el 3 de octubre de 1965, fecha en que sal¨ª de Cuba para siempre, hasta hoy, no he dejado de interesarme por la suerte de muchos presos pol¨ªticos cubanos. Nunca olvido que pude haber sido uno de ellos, y mi gesti¨®n, la m¨ªa propia. As¨ª, me entrevist¨¦ con dirigentes socialistas belgas, entonces en el poder; con socialistas espa?oles, ya en el poder (uno de ellos me remiti¨® a cierta fundaci¨®n espa?ola cuyo nombre confund¨ª con el de un cantante de moda, y la confusi¨®n se crey¨® un juego de palabras cuando no era m¨¢s que mi pasmo ante el poder); en los archivos de Amnesty International aparecer¨¢n mis diversas y sucesivas cartas de gesti¨®n desde 1969, he escrito a m¨¢s (le un pol¨ªtico ingl¨¦s Y hasta la embajadora americana ante las Naciones Unidas, de paso por Londres, me recibi¨® para acoger mis peticiones, esta vez sobre un solo preso pol¨ªtico.Pero fue un conocido editor americano, hombre de irreprochables credenciales de izquierda, con quien almorc¨¦ en Manhattan, quien me ilumin¨® de manera inesperada: mi tarea era in¨²til, no porque hablaba de uno o varios prisioneros en Cuba. En esa ocasi¨®n era este prisionero particular por quien me interesaba ante un hombre que hab¨ªa logrado la haza?a de extraditar, literalmente, a un poeta de la isla. Oy¨¦ndome con todo inter¨¦s y respeto, este anfitri¨®n, al que podemos calificar de hombre de letras, aunque no haya escrito nunca una l¨ªnea, me dijo en su manera l¨¢nguida, pero preocupada, indiferente a su almuerzo: "?Y este individuo, qu¨¦ es? ?Poeta? ?Escritor? ?M¨²sico? ?O es un cient¨ªfico?". Sab¨ªa que hab¨ªa candidatos para todas estas vocaciones. Hasta hab¨ªa un fil¨®sofo cubano que luchaba por dejar la c¨¢rcel y salir de la isla. "No", tuve que responderle. "No es nada. Es s¨®lo un ser humano". Mi interlocutor, que era jud¨ªo y deb¨ªa saber de prisiones y represiones, me dijo con un lamento: "En ese caso, me temo que no se va a poder hacer mucho por ¨¦l".
Este preso pol¨ªtico, por el que abogaba con este editor literario (nunca habr¨ªa almorzado con ¨¦l de no mediar mi petici¨®n), hab¨ªa sido, en realidad, crucial en mi vida. Le debo no s¨®lo estar libre por el mundo, sino hasta estas p¨¢ginas que escribo ahora. Pero esa es otra historia. Ahora fue: para m¨ª instrumento de conocimiento. Llegu¨¦ a escribir varios art¨ªculos haciendo conocer su vida, su prisi¨®n inhumana y sobre todo injusta, tratando de que se pidiera su liberaci¨®n cuando deb¨ªa exigirse. Mis art¨ªculos fueron publicados en serie en la Prensa espa?ola, en M¨¦xico, en Venezuela, en Colombia y hasta se tradujeron al ingl¨¦s y publicados en Estados Unidos. En Washington, una instituci¨®n de derechos humanos los reprodujo en un folleto ilustrado con una foto del biografiado tomada en sus felices d¨ªas de diplom¨¢tico: no hay mayor dolor. Pero no pas¨® nada. El editor ten¨ªa raz¨®n: no se pod¨ªa hacer nada por este preso pol¨ªtico eminente que no era nadie, era nada.
Fue entonces que me pregunt¨¦: ?y qu¨¦ pasa con un preso pol¨ªtico que no tiene siquiera alguien que escriba en su nombre a la Prensa, que haga conocer su caso, que moleste a amigos y enemigos y a gente indiferente, terriblemente ocupados con la vida diaria, molestar su ocio, o su negocio con el relato de una ordal¨ªa? ?Qu¨¦ ocurre conel preso que no conoce a nadie, que no ha sido nunca nada y ahora es s¨®lo un n¨²mero y una celda en una c¨¢rcel o un internado en un campo de concentraci¨®n? ?Qu¨¦ hacer por el preso pol¨ªtico que nadie conoce? ?C¨®mo liberar al preso pol¨ªtico desconocido?
Un caso hist¨®rico muestra a esa figura cargada de culpas pol¨ªticas que sabemos inocente porque su crimen, en una democracia, no es m¨¢s que parcela y parte del juego de la pol¨ªtica. En la guerra siempre hay soldados que nadie reconoce, desfigurados m¨¢s all¨¢ de todo reconocimiento, sin medallas ni chapa. Es el llamado soldado desconociodo que se exalta en cenotafios. La pol¨ªtica, ya lo sabemos, es la guerra por otros medios, y la pol¨ªtica totalitaria es la guerra total que,
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El prisionero pol¨ªtico desconocido
Viene de la p¨¢gina 11 efectivamente, hace prisioneros. Debe de haber en esa guerra perenne un hombre desconocido a quien nadie reconoce, a quien ning¨²n abogado defiende, a quien ninguna madre, novia o hermana escribe. Ese es el prisionero pol¨ªtico desconocido. No propongo para ¨¦l un monumento, porque ya la literatura lo ha hecho: otros cronistas han exalitado su vida en prisi¨®n perpetua.Uno de esos cronistas, Sidney Dark, autor que (Jebe permanecer en el misterio de su nombre (dark quiere decir oscuridad, oscuro), escribi¨®: "No hay duda de la existencia real del Hombre de la M¨¢scara de Hierro, cuya identidad se ha discutido durante dos siglos. (Este texto fue escrito hace m¨¢s de un cuarto de siglo.) En el a?o 1698, de monsieur Saint Mars, gobernador de la prisi¨®n de las islas de Santa Margarita, fue nombrado gobernador (alcaide) de la prisi¨®n de la Bastilla. Carg¨® con un misterioso prisionero, visto por muchos durante el viaje: un hombre alto, de pelo blanco, cuyas facciones se escond¨ªan detr¨¢s de una m¨¢scara negra. En el registro del teniente del rey en la Bastilla se hizo asiento de la siguiente anotaci¨®n:
"El 19 de noviembre de 1703, el prisionero desconocido que ha llevado siempre una m¨¢scara de terciopelo negro, y que fue tra¨ªdo por M. Saint Mars, gobernador de las islas de Santa Margarita, donde llevaba tiempo como prisionero, al sentirse enfermo ayer despu¨¦s de misa, muri¨® alrededor de las diez de la noche, sin haber sufrido antes de ninguna enfermedad. Este prisionero desconocido, que hab¨ªa estado bajo custodia por tanto tiempo, fue enterrado el martes 20 de noviembre, en el cementerio de la iglesia de San Pablo, en esta parroquia. En el registro de defunciones se le registr¨® bajo nombre desconocido".
El registro de la iglesia de la Bastilla ofrece, de pronto, el nombre de un tal Marchioly, que todos toman por un nom de prison, tan comunes entonces, y declara que la edad del prisionero es de "cerca de 45 a?os", lo que es, por supuesto, una imposibilidad o una burla. Como siempre en los documentos que se quieren veraces, se estampan firmas, esta vez del cirujano mayor y del comandante de la Bastilla.
Dice Dark:
"Estos documentos nos proveen de pr¨¢cticamente todo lo que se conoce hasta el d¨ªa de hoy concerniente a uno de los misterios m¨¢s espesos de la historia humana. (Creo que la frase "historia humana" es una iron¨ªa que nos regala Mr. Dark.) Se sabe, empero, otra cosa. Tan grande fue el deseo de ocultar la identidad del prisionero para siempre, que el d¨ªa de su muerte su ropa interior, su vestimenta ¨²nica, su colch¨®n, su cama y la silla en que se sentaba fueron destruidas por el fuego. Las paredes y el techo de la celda fueron escrupulosamente raspados, y las losas fue ron removidas del piso".
Seg¨²n Alejandro Dumas, hubo la prohibici¨®n expresa, bajo pena de muerte, de que el prisionero alzara "el visor de hierro que cubr¨ªa su cara de por vida". El per¨ªodo en que vivi¨® el Hombre de la M¨¢scara de Hierro fue el apogeo de Luis XIV. El hombre de la m¨¢scara de hierro (al que conceder¨ªa may¨²sculas la historia) muri¨® exactamente 12 a?os antes que el rey Luis XIV. Versailles, donde una una vez tal vez estuvieron juntos, los sobrevivi¨® a los dos. Homo fugit, domus manent.
La Enciclopaedia Britannica, menos oscura que Dark, propone otros misterios, o el mismo misterio bajo otra m¨¢scara. La m¨¢scara de hierro era en realidad un antifaz de terciopelo. Su usuario es uno de los grandes enigmas de la historia moderna. El prisionero lleg¨® a la Bastilla, ya velado, el 18 de septiembre de 1698 y muri¨® all¨ª el 9 de noviembre de 1703. Se sabe todo de su vida en prisi¨®n -menos, por supuesto, su identidad- Estuvo registrado en la fortaleza bajo el nombre falso de Marchioly y fue Voltaire quien propuso la teor¨ªa de que se trataba de un hermano bastardeo de Luis XIV. Voltaire, siempre ir¨®nico, describi¨® la m¨¢scara como "una m¨¢quina con muelles de acero". La descripci¨®n no es exacta, asegura la Encyclopaedia, pero captur¨® la imaginaci¨®n de muchos escritores, entre ellos Alejandro Dumas, en Veinte a?os despu¨¦s, traducida al ingl¨¦s como El hombre de la m¨¢scara de hierro. Dumas acept¨® tambi¨¦n la teor¨ªa del medio hermano real. (Dumas, no sin raz¨®n, aceptaba la historia como una ficci¨®n c¨¦lebre.) Entre otras soluciones al misterio del prisionero pol¨ªtico velado, aparece el nombre de Luis de Borb¨®n, conde de Vermandois, hijo de Luis XIV y Luisa de la Veliere; el de Ercole Matthioli; el de Nicolas Fotiquet, ministro de Finanzas de Luis XIV, y, m¨¢s asombrosamente, Moliere, puesto preso por los jesuitas en venganza por Tartufo. Haciendo pendant con Matthioli, se mueve Eustache Dauger, valet de Fouquet, puesto a buen recaudo despu¨¦s de la muerte de su se?or. Matthioli es un candidato de imposible elecci¨®n por haber muerto en las islas de Santa Margarita en 1694, nueve a?os antes del deceso del prisionero enmascarado. Dauger no era m¨¢s que el valet (y tal vez hombre de confianza) de Fotiquet. La Britannica acepta la hip¨®tesis de Dauger, pero tiene una reflexi¨®n final que nos hace reflexionar: "El enigma estar¨ªa resuelto (con la muerte de Matthioli) en cuanto a la identidad del prisionero se refiere. La raz¨®n de su arresto y prisi¨®n durante 34 a?os permanece, sin embargo, en el misterio".
La ¨²nica proposici¨®n que las recoge todas es que el hombre de la m¨¢scara de hierro fue un prisionero pol¨ªtico y la orden de su arresto sin causa y su prisi¨®n sin juicio (como es fama que propuso Lewis Carroll: "La condena primero, el veredicto despu¨¦s") son t¨ªpicas del Estado totalitario. Nuestro s¨²bdito desconocido y su terrible condena (la m¨¢scara, la Bastilla perpetua), son el monumento al prisionero pol¨ªtico desconocido.
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