San Agust¨ªn
Estamos en el 16? centenario de san Agust¨ªn. Es una de las cumbres de la humanidad; no inaccesible -en la Tierra no hay cumbre inaccesible para el hombre-, pero la de san Agust¨ªn, siendo alt¨ªsima, es de las m¨¢s inaccesibles. Mucho m¨¢s que la de Arist¨®teles o santo Tom¨¢s; seguramente porque la de Agust¨ªn, en sus comienzos, es. m¨¢s humana; y lo es por dos cosas: primero, porque la madre de Agust¨ªn, santa M¨®nica, es human¨ªsima, no cabe m¨¢s, y madrea a san Agust¨ªn con una dulce, suave fuerza incontrastable. Y segundo, porque, sin embargo, Agust¨ªn no empieza a ser, santo desde la lactancia, sino desde lo que en t¨¦rminos corrientes se llama la vida, es decir, la vida que no quer¨ªa la madre que llevase Agust¨ªn.Agust¨ªn, uno de los creadores del esp¨ªritu de Europa, es africano. As¨ª, Europa, al menos en una de sus dimensiones cardinales, empieza en ?frica, y no se puede por ello decir que termina en los Pirineos.
Nace en Tagaste de Numidia, de padre pagano y madre cristiana, cristian¨ªsima, y ¨¦sa es la leche que nutre su infancia, pero su juventud es pagana, aunque nunca indiferente a las inquietudes de la trascendencia. En efecto, en Cartago estudi¨® ret¨®rica y se interes¨® en los problemas filos¨®ficos y religiosos, sobre todo a trav¨¦s del Hortensio, de Cicer¨®n -texto perdido-, la primera cabeza pensante de la cultura romana, impregnada de helenismo. Agust¨ªn era un superdotado, sobre todo en la ret¨®rica. Fue un joven brillante, prometedor, mundano, que conoci¨® el trato femenino y tuvo un hijo natural, Adeodato. Le hab¨ªa atra¨ªdo el manique¨ªsmo porque daba una explicaci¨®n al problema de la existencia del mal, y por tanto una justificaci¨®n de las pasiones del hombre, y concretamente del hombre Agust¨ªn; y le hab¨ªa atra¨ªdo porque la coexistencia de esos dos principios sustanciales, el bien y el mal, es atrayente siempre y no deja nunca de serlo para la mente y el coraz¨®n humanos.
Se traslada a Roma y luego a Mil¨¢n. En esos nuevos centros culturales se va desprendiendo del manique¨ªsmo, al tomar contacto con el platonismo, con Plotino y sobre todo con el neoplatonismo, que le condujeron al reencuentro con los Evangelios de su infancia y, ya adulto, con la versi¨®n teol¨®gica de san Pablo.
Su conversi¨®n es casi tan dram¨¢tica y tan deslumbrante como la de san Pablo. Es verdad que san Agust¨ªn no es un ap¨®stol, como lo fue san Pablo,aunque s¨ª llega a ser obispo, es decir, sucesor de ellos. Las Confesiones son un libro genuino en s¨ª mismo y aun dentro de la obra inmensa del gran converso. Ese susurro del toma y lee que oye san Agust¨ªn en el seno de su turbaci¨®n ?es un son exterior como el que produce la palabra hablada con la vibraci¨®n del as¨ª sea, o m¨¢s bien se produjo en el espacio interior del hombre Agust¨ªn, en ese espacio interior en el que Dios, habla a todo hombre porque es en esa interioridad donde habita la verdad?
La lectura de las Confesiones refuerza y reaviva la creencia del creyente, y al no creyente le da que pensar. Para el propio autor de tantas obras de luz luminosa, ¨¦sta, las Confesiones, es la obra m¨¢s ¨ªntima y la preferida del autor.
La presencia del mal en el mundo fue su gran problema y es el gran tropiezo que tiene que superar toda conciencia creyente para serlo verdaderamente. La soluci¨®n maniquea que le gan¨® por alg¨²n tiempo al hacer del bien y del mal dos sustancias iguales, que tienen que convivir porque ninguna de las dos puede prevalecer, es como un lasciare ogini speranza, de la expectaci¨®n cristiana del Reino de Dios. La secta de Manes perdi¨® la batalla contra el cristianismo, pero el manique¨ªsmo instintivo de poner una vela a Dios y otra al diablo tiene, como se ha dicho, larga vida.
San Agust¨ªn neg¨® contra maniqueos toda sustancia al mal. ?ste no es sino una ausencia del bien. El mal, en ninguna de las formas del manique¨ªsmo -que son tantas-, es una negaci¨®n del bien, sino la oferta, es decir, ?atentaci¨®n de otro bien m¨¢s atrayente que el de la fe cristiana, pero que es un falso bien. Por eso al pr¨ªncipe de este mundo se le ha llamado padre de la mentira.
En el para¨ªso la serpiente no ataca al Dios creador, lo que le dice a Eva -rectificando a Dios, pero no reneg¨¢ndole- es que el comer del ¨¢rbol que est¨¢ en medio del para¨ªso no trae la muerte con la que Dios amenaza, sino al contrario: "?Qu¨¦ vais a morir! Es que Dios sabe que en el momento que com¨¢is se abrir¨¢n vuestros ojos y ser¨¦is como dioses, conocedores del bien y del mal". El padre de la mentira reconoce a Dios, no le niega, pero ofrece a la pareja ed¨¦nica un bien mejor que el que Dios les hab¨ªa dado en el para¨ªso.
Y en las tentaciones del desierto, despu¨¦s del bautismo del Se?or, pasa igual: Cristo tiene hambre y el tentador le dice c¨®mo tener pan, lo que es para el hambriento un bien. En la segunda tentaci¨®n, al hombre Cristo que quiere desvelar a los jud¨ªos que El es el Hijo de Dios vivo le propone un salto espectacular y maravilloso sin riesgo alguno. Y, finalmente, en la tercera, si Cristo es Dios y quiere re¨ªnar como rey que es, le presenta todos los reinos y su gloria al precio de un sencillo acto de adoraci¨®n. El padre de la mentira no niega o reniega de Dios, porque no puede, pero contradice sus mandamientos.
Contra esta oferta mentirosa el hombre tiene su conciencia y su voluntad, pero tiene tambi¨¦n su debilidad. Ante el hecho de esta debilidad -"la carne es flaca"-, toca san Agust¨ªn el tema de la gracia, un tema consustancial al pensamiento cristiano de todos los tiempos. En torno a las sentencias "sin m¨ª nada pod¨¦is hacer" y "nadie viene a m¨ª si el Padre no le atrae" se plantea el tema tan profundo entre libertad y gracia, al que no se puede m¨¢s que aludir porque es insondable.
Tambi¨¦n muy de Agust¨ªn son los problemas de raz¨®n y fe crede ut intelligas (cree para comprender) e intellige ut credas (entiende para creer); como lo es el problema antropol¨®gico, el problema del hombre: una magna questio, como dice san Agust¨ªn; y como la preocupaci¨®n de la cultura pagana, la gran aportaci¨®n de ¨¦l primero y de santo Tom¨¢s m¨¢s tarde, con el platonismo y, el aristotelismo, respectivamente; y como el problema trinitario y toda la enorme, casi inabarcable, investigaci¨®n y elucidaci¨®n del conjunto de la problem¨¢tica teol¨®gica, m¨ªstica y filos¨®fica de la ¨¦poca que hace Agust¨ªn en lucha por la fe cat¨®lica contra paganos, donatistas, pelagianos y arrianos.
El papa Juan Pablo II ha hecho, con ocasi¨®n de este centenario, una carta apost¨®lica en la que se exalta el amor de san Agust¨ªn a la verdad, incluidos sus errores, y pone ¨¦nfasis en la casi imposibilidad de adentrarse en el pensamiento agustiniano, y menos de resumirlo.
Aqu¨ª no se trata, obviamente, de una cosa ni de otra, sino s¨®lo de rendir tributo a esta figura excelsa de la cultura cristiana y de aconsejar a los no versados en esas ciencias, tanto creyentes como incr¨¦dulos, la lectura de sus Confesiones, porque, como se ha dicho, a unos reforzar¨¢ su fe y a otros les har¨¢ pensar sobre eso de que ser ateo o agn¨®stico no es cosa tan f¨¢cil.
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