El '¨²ltimo hurra' de Ronald Reagan
El presidente norteamericano realiza su postrera campa?a electoral para mantener el control del Senado
ENVIADO ESPECIAL"Si quer¨¦is una Am¨¦rica fuerte, respetada, y no quer¨¦is volver a la inflaci¨®n de la ¨¦poca Carter con m¨¢s impuestos, el dinero caro y la econom¨ªa de rodillas todav¨ªa ten¨¦is una oportunidad Aunque ya no pod¨¦is votar por m¨ª, ayudadme a concluir el trabajo realizado y votad por Mak Mattingly para el Senado". Son las palabras de Ronald Reagan, presidente de Estados Unidos, a las 11.40 del pasado martes, en el polideportivo municipal de la ciudad de Columbus (Georgia), ante un auditorio de convencidos que agitan fren¨¦ticamente peque?as banderas de papel con las barras y las 50 estrellas.
Minutos despu¨¦s, en la apoteosis final, caen miles de globo con los colores nacionales (azul rojo y blanco), mientras las bandas de cinco colegios atruenan el local con marchas patri¨®ticas y las mejorettes minifalderas bailan entusiasmadas, en un fin de fiesta que recuerda a lo mejor que ofrec¨ªa el circo americano a los espa?oles de los a?os cincuenta y sesenta.
Todo, los ataques a los dem¨®cratas como despilfarradores del dinero de los contribuyentes, tres chistes, la defensa del rearme, la afirmaci¨®n de que "no abandonar¨¦ el SDI" (guerra de las galaxias); "en Islandia mantuve mi palabra", y la declaraci¨®n de que hoy "cualquier dictador de pacotilla sabe que si se mete con EE UU tiene que pagar un precio", dura 20 minutos. Otra masa partidaria espera la segunda intervenci¨®n del d¨ªa, dos horas despu¨¦s, en Birmingham, la ciudad famosa por la lucha de Martin Luther King en los sesenta contra la segregaci¨®n racial en el Estado vecino de Alabama.
"Se?or presidente, ?conseguir¨¢ salvar el Senado para los republicanos?", le espet¨® a Reagan un periodista el martes cuando descend¨ªa del Air Force One, en el aeropuerto de Birmingham (Alabama). "Soy demasiado supersticioso para comentar", respondi¨® Reagan. Los sondeos prev¨¦n una de las elecciones mitad de mandato m¨¢s re?idas de la historia.
Tradicionalmente, dos a?os despu¨¦s de la elecci¨®n presidencial se renueva por completo la C¨¢mara de Representantes, un tercio del Senado, muchos gobernadores y mutlitud de cargos estatales y locales. Asustados por las previsiones, que se?alan la posibilidad de que los dem¨®cratas recuperen el control del Senado, que perdieron en 1980 con la llegada de Reagan a la Casa Blanca, los estrategas republicanos est¨¢n utilizando a fondo su gran arma: el presidente m¨¢s popular de este siglo.
En Georgia, Alabama y Carolina del Norte, Reagan suministr¨® en grandes dosis la droga del patriotisnio. El presidente que nunca fue a la guerra (por problemas m¨¦dicos se qued¨® en Hollywood haciendo pel¨ªculas), utiliza en sus intervenciones el estupefaciente de una Am¨¦rica fuerte -"desde que soy presidente no hemos cedido un solo cent¨ªmetro de territorio a los comunistas y hemos liberado la isla de Granada"-, donde la ley y el orden ("gracias a mis nombramientos judiciales, los criminales van m¨¢s a la c¨¢rcel y se imponen condenas m¨¢s largas"), la familia tradicional y la gente honrada y decente son los valores imperantes.
Hipernacionalismo
Resulta fascinante observar los rostros de sus audiencias, encendidas de hipernacionalismo y que se calientan las manos aplaudiendo cualquier alusi¨®n negativa a la Uni¨®n Sovi¨¦tica.
Reagan disfruta enormemente en su ¨²ltima campa?a electoral. "Me gusta salir de Washington y reunirme con vosotros, los verdaderos americanos", repite constantemente, remachando su idea de que lo importante son los ciudadanos y no el Gobierno federal, cuya reducci¨®n persigue con ah¨ªnco desde hace seis a?os. El auditorio en Columbus le grit¨®: "Reagan, cuatro a?os m¨¢s", y el presidente, sonriendo, explicaque la Constituci¨®n no permite un tercer mandato, que se conforma con dos a?os del Senado en manos republicanas y "que, si se trata de que viva cuatro a?os m¨¢s, me parece muy bien".
"?ste va a ser un d¨ªa hist¨®rico en vuestras vidas", grita el presentador del acto electoral en Columbus (180.000 habitantes), una ciudad importante de Georgia, la tierra de Carter, cuya industria textil ha sido muy castigada por las importaciones baratas del Tercer Mundo. Se ensayan hurras al presidente, en el precalentamiento de un p¨²blico que se caldea solo. "?Est¨¢is orgullosos de ser americanos?". "S¨ª¨ª¨ª¨ª¨ª", responde la audiencia. "Quiero un s¨ª m¨¢s fuerte", pide el presentador, un gran profesional. "El presidente acaba de aterrizar y viene para aqu¨ª, ha buscado un hueco en su tarea de defensor del mundo libre para venir a vernos", ruge el telonero, y se desencadena el entusiasmo de los fervientes republicanos.
Para entretener la espera, una banda de rock modosita, con componentes al estilo Neil Sedaka de los cincuenta, interpreta m¨²sica templada, acorde con la audiencia, que va desde viejecitos vestidos como para la misa del domingo hasta j¨®venes de las escuelas locales. Miss Georgia, Marlesa Ball, una rubia de almanaque, vestida con traje rojo largo, banda, y tocada con una corona, sube al escenario para entonar el himno nacional, que es escu ado por la audiencia en posici¨®n de firmes.
La religi¨®n, estrictamente separada de la pol¨ªtica por la Constituci¨®n en Estados Un?dos, no pod¨ªa faltar en esta ocasi¨®n. Un pastor teleg¨¦nico, Hamado Jim Jackson, pide silencio, cierra los ojos, inclina la cabeza y se recoge, lo mismo que toda la mesa presidencial, y ruega a Dios que "bendiga a nuestra naci¨®n, al mundo y a nuestro querido presidente". En la segunda fila, una familia al completo sostiene un cartel: "Dios ama al presidente Reagan".
El gran momento se acerca. El presidente ha concluido, en un local pr¨®ximo, un discurso ante los veteranos de guerra locales, acto que la Casa Blanca ha aprovechado para que Reagan firmara en Columbus una ley que mejore las prestaciones para los ex combatientes, y ya se escuchan las sirenas de la caravana.
Para una ciudad de este tipo (el otro d¨ªa Reagan fue el primer presidente en visitar Grand Forks, North Dakota, desde hace 16 a?os), la Hegada del Air Force One al aeropuerto local, la entrada de la cabalgata presidencial (con el segundo coche, un Cadillac, descubierto y con los agentes del servicio secreto colgados de los guardabarros dispuestos a saltar, en una escena que recuerda a la tr¨¢gica jornada de Dallas), es un acontecimiento.
Suenan las notas del Hail to ?he chief (Saludo al jefe), y Reagan hace su entrada en el pabell¨®n, acompa?ado por el senador republicano Mik Mattingly, que le ha esperado en el aeropuerto. Son las 11.40. Para el senador, la foto con el presidente en la escalerilla del avi¨®n y las im¨¢genes en los noticiarlos de televisi¨®n locales pueden ser a diferencia que le haga ser reelegido el mares.
Reagan viste un cl¨¢sico traje marr¨®n (su modelo preferido), con corbata del mismo color y pa?uelo blanco asomando por el bolsillo, en un estilo retro que gusta cultivar. La audiencia se viene abajo en aplausos, gritos descontrolados de "Amamos a Reagan". Cientos de flashes de instamatics ciegan el escenario. Qu¨¦ gran d¨ªa para la Kodak.
"Os quiero a todos"
El presidente inicia su discurso. En Birmingham y en Charlotte repetir¨¢ el mismo texto, cambiando el nombre de los senadores que luchan por la reelecci¨®n (a Jeremiah Denton, en Alabama, le llam¨® "un verdadero h¨¦roe americano"), y el nombre de las bandas de m¨²sica de los colegios a las que saluda por sus nombres. "Yo tambi¨¦n formaba parte de la banda en Dixon (Illinois). Os quiero a todos. Creedme".
Fuera del texto entregado de antemano por su servicio de prensa, el presidente pasa un recado a los j¨®venes de "mi compa?era de cuarto" (Nancy). "Cuando os ofrezcan droga, decid no". Acabada una ovaci¨®n que parece interminable, el presidente entra en materia.
Para ello escoge recordar que desde 1980, cuando lleg¨® a la presidencia, "hemos arreglado el mayor desastre econ¨®mico desde la gran depresi¨®n". Reagan repite que EE UU est¨¢ disfrutando una de las mayores expansiones econ¨®micas de su historia (ha entrado en el mes n¨²mero 48), que los impuestos han sido reducidos en un 25%, se han creado bajo su presidencia 11,5 millones dispuestos de trabajo (m¨¢s que Europa occidental y Jap¨®n juntos en los ¨²ltimos 10 a?os), los tipos de inter¨¦s son mucho menores y la inflaci¨®n ha descendido del 12% al 1,8%.
L¨®gicamente, no se refiere para nada a la incertidumbre que provoca para el futuro de la econom¨ªa un d¨¦ficit fiscal de m¨¢s de 200.000 millonesde d¨®lares, un desequilibrio de la balanza comercial de 150.10100 millones de d¨®lares y el futuro de la divisa estadounidense.
A continuaci¨®n, el presidente se desata en un ataque contra los dem¨®cratas, a los que acusa de actuar con el dinero del contribuyente, "como, si tuvieran vuestra tarjeta de cr¨¦dito en el bolsillo y, creedme, nunca salen de casa sin ella", ironiza, parodiando un anuncio famoso. Ahora le toca el turno a los senadores liberales, por supuesto dem¨®cratas (cita a Teddy Kennedy), que si los republicanos pierden el Senado, advierte el presidente, "decidir¨¢n qui¨¦nes son nuestros jueces". El Senado confirma el nombramiento de jueces federales, algo muy importante para impulsar la revoluci¨®n conservadora de Reagan.
Un actor en su papel
El presidente, un gran actor, aparece al borde de la emoci¨®n cuando habla de la seguridad de Estados Unidos: "No hay nada de lo que me sienta m¨¢s orgulloso que de los dos millones de hombres y mujeres que integran nuestras fuerzas armadas". Promete que los republicanos les seguir¨¢n armando con el mejor equipo que el dinero pueda comprar. Gracias a nuestro Ej¨¦rcito, explica, las cosas han cambiado. Hace a?os Am¨¦rica llevaba un cartel colgado del cuello que dec¨ªa: "P¨¦game". Ahora ha sido sustituido por otro en el que se lee "No juegues conmigo".
Reagan concluye sus intervenciones electorales con un canto a la juventud y una petici¨®n a los republicanos para que acudan a votar el martes. En su discurso no hay ideas nuevas, es la repetici¨®n de los grandes temas y la filosof¨ªa de la campa?a de 1984. En el fondo, no importa. El ¨²ltimo hurra electoral de este presidente, como sus campa?as anteriores y las de sus antecesores contempor¨¢neos, est¨¢n pensadas para la televisi¨®n. Lo relevante no es lo que se cuenta, sino lo que se ve. Los escenarios, el p¨²blico, los fondos azules, las banderas, los globos la m¨²sica, los candidatos y sus mujeres est¨¢n pensados para la peque?a pantalla.
Se trata, fundamentalmente de suministrar im¨¢genes para los telediarios. El martes, en Columbus, Birmingham y Charlotte, los noticiarios locales abrieron con la visita de Reagan. El helic¨®ptero presidencial, Marine One, deposit¨® a su usuario a las siete en punto en la Casa Blanca, justo a tiempo para que viera, con Nancy, en el tresillo floreado de sus habitaciones privadas, los informativos nacionales de las tres grandes cadenas de televisi¨®n.
La atenci¨®n a su intensa jornada electoral fue peque?a y no signific¨® la noticia del ol¨ªa, en una jornada en la que hubo pocas noticias. Pero tanto, ABC como CBS y NBC transmitieron las im¨¢genes del gran comunicador. Una cadena, sin embargo, aprovech¨® la campa?a para contar c¨®mo en un pueblecito de Carolina del Norte hasta hace poco todav¨ªa se compraban votos.
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