Movimiento y monumento en el espacio de lo diario
El desarrollo cultural de un colectivo se percibe, como toda muestra de evoluci¨®n antropol¨®gica, en el devenir biogr¨¢fico actualizado m¨¢s que en una acumulaci¨®n de eventos.Entendemos hoy la cultura como un estado en donde creencias, s¨ªmbolos y conocimientos confluyen en un todo complejo. En ¨¦l, arte, moral y ciencia coinciden en productos coherentes entre s¨ª, ligando costumbres, capacidad y artefactos que el hombre adquiere y perpet¨²a como miembro social. Lo culto se produce como un resultado a posteriori en estados positivos de indiferenciaci¨®n en el trinomio verdad-bondad-belleza m¨¢s que en el desarrollo de una ciencia objetiva, una moral universal y un arte aut¨®nomo en que se basaba el proyecto de modernidad.
En esta perspectiva, Madrid ni es ciertamente la capital de la cultura europea ni la mejor muestra de una nueva monumentalidad espacial. Quienes as¨ª lo afirman adoptan, como es costumbre en una sociedad de prop¨®sitos m¨¢s que de hechos, una postura err¨®nea: entender la cultura como un resultado seguro de la simple acumulaci¨®n de bienes, aunque sean valiosos.
La movida madrile?a, como ha dado en llamarse a esta expresividad de intenciones, m¨¢s que de realidades, ser¨ªa siempre aceptable si no empa?ara otros movimientos de la conciencia colectiva o individual, si no hiciera pr¨¢cticamente imposible, con su ruido, el postulado del nuevo pragmatismo posmoderno: "Que mil flores florezcan y mil escuelas de pensamiento fructifiquen".
Hoy sabemos, con las visiones antropol¨®gicas de la cultura, que el proceso ritos-mitos-monumentos es, en la esfera del aprendizaje personal y colectivo, -un proceso iterativo de percepci¨®n memorizaci¨®n- simbolizaci¨®n. De lo que no tenemos evidencia emp¨ªrica alguna es de lo que parece ser una falacia manipulada: invertir este proceso ofreciendo s¨ªmbolos de supuesto significado inmediato, con el recurso general del pastiche historicista y monumental, que deben ser memorizados por individuo y colectivo para su percepci¨®n placentera. Se sustituye as¨ª la percepci¨®n de lo real por la enso?aci¨®n en escenarios ilusorios.
El primer proceso ofrece al individuo y a la colectividad una acci¨®n creativa de valor positivo, el acto de simbolizar. El segundo, una acci¨®n impositiva, la de representar, o performar, en un ejercicio teatral donde los s¨ªmbolos emblem¨¢ticos deben producir memoria instant¨¢nea y bienestar inmediato. Esta visi¨®n moralista del uso y abuso de la arquitectura en la ciudad se plantea ciertamente al considerar el monumento como la expresi¨®n m¨¢s fiel de la manipulaci¨®n de la cultura por el poder. Si esto se hace en tono triunfalista y en voz poco transparente, proceso y resultado deben ser denunciados.
Los fabricantes de la anticiudad moderna aderezaban su doctrina arquitect¨®nica con paisaje y color de vanguardia, en un ejercicio de trompe l'oeil que disfrazaba el abuso de la arquitectura de la ciudad para sus fines mercantiles. Los nuevos monumentalistas, a¨²n guiados por deseos de acercarse al humanismo socialista, corren el riesgo de seguir manipulando el arte en aras de la reproducci¨®n del poder.
Siendo la ciudad no s¨®lo la expresi¨®n del arte por excelencia, sino el campo de fuerzas donde el proceso de prueba y error es socialmente m¨¢s caro, m¨¢s rechazable, el levantamiento de nuevos escenarios ilusorios de 'bienestar corre el riesgo de caer en la inmoralidad de una tierra de nadie. Ni es expresi¨®n real de arte y ciencia ni es expresi¨®n popular de creencias y comportamientos.
En Madrid se han lanzado programas acelerados de culturizaci¨®n, como si al organismo leuc¨¦mico se le pudiera curar con ingesti¨®n masiva de tazas de sangre.
Y si toda mejora del entorno debe ser apoyada y aplaudida en cuanto puede suponer apoyo a la transformaci¨®n social, no pueden evitarse actitudes cr¨ªticas que exijan aclaraciones respecto a la intencionalidad est¨¦tica, moral y hasta cient¨ªfica de esta carrera armamentista de la provisi¨®n acelerada de nuevos monumentos, bien contrastable, por cierto,con el laissez-faire ante el actual boom inmobiliario. Cosm¨¦tica y disfraz son expresiones v¨¢lidas de triunfos y celebraciones, tambi¨¦n en la ciudad. Engalanarse para celebrar un triunfo electoral o despedir a un buen alcalde son manifestaciones ef¨ªmeras que no deben confundirse con la inseminaci¨®n intencionada de la ciudad por la pl¨¢stica y por otras manifestaciones de lo culto.
Muchos de los nuevos monumentos en marcha, de escala reducida e intenci¨®n oportunista, est¨¢n seguramente acertados, aunque deber¨ªan ser siempre exigibles como higiene del amueblamiento y limpieza de nuestras habitaciones urbanas. Todo esfuerzo para mejorar nuestros juegos de ni?os en la calle, bancos en la acera, quioscos en la plaza, muros y escaleras en el espacio, son respetables como condici¨®n necesaria, pero no suficiente. As¨ª son la limpieza del monumento a Alfonso XIII o la remodelaci¨®n menos afortunada de la plaza de la Lealtad. Que no parezca que lavarse los dientes es hoy una muestra de cultura.
Esperamos impacientes la culminaci¨®n de los proyectos promesa de nuestra plaza Mayor embellecida, la plaza del Biombo peatonalizada, o ver a Vel¨¢zquez contemplar el lugar de su palacio desde el mirador de la plaza de Ramales. No se hizo antes y est¨¢ bien ahora. Pero los postulados municipales de que toda intervenci¨®n en el espacio p¨²blico es per se monumental y de que la nueva concepci¨®n de escala humana en las actuaciones implica la neohumanizaci¨®n parecen m¨¢s bien sanas declaraciones de principios que criterios contrastados para la acci¨®n. Las realidades mastod¨®nticas que concentran los recursos, que casi ya no parecen escasos, en las grandes operaciones de monumentalizaci¨®n exigen baremos de cumplimiento m¨¢s afinados para su evaluaci¨®n.
El uso y abuso de la historia o el invento de estilos madrile?istas, a lo edificio Capitol, se presentan con remedos de la arquitectura de los Reyes Cat¨®licos y El Escorial en la aculturizaci¨®n de la posguerra. ?Cu¨¢nto m¨¢s frescas ser¨ªan expresiones independientes -como las de Christo- en esfuerzos de nueva contextualizaci¨®n, transformando lo heredado con ropajes ligeros, superponiendo nuevo y antiguo, armonizando cultura y naturalez&' La nueva monumentalidad, que no deber¨ªa querer trascender de la reconciliaci¨®n con nuestro entorno construido, exige actitudes que valoren el localismo, est¨¦n enraizadas en el patrimonio y se preocupen por el impacto psicol¨®gico del dise?o en el comportamiento.
Magia y sorpresa
Una digna recuperaci¨®n de arquitectura e ingenier¨ªa no tiene por qu¨¦ excluir magia, historia, s¨ªmbolo o sorpresa. Y podr¨ªa aportar respuestas desdramatizadas a la eterna cuesti¨®n de s¨ª son los individuos o la cultura quienes hacen las cosas. El abuso de la concentraci¨®n crear¨¢ grandes lugares de representaci¨®n, incluso grandes artefactos , representativos. Pero dudo que la realidad afectiva hacia la Puerta del Sol, Atocha o Gran V¨ªa no tuviera caminos menos pretenciosos para consolidar la autoestima de estos lugares m¨¢gicos. Mientras tanto, cientos de esquinas esperan, como personajes de la tercera edad, algo de la redistribuci¨®n de papeles en la escena.
El abuso del poder decisorio ha conseguido en pocos a?os -soterrar un proceso de participaci¨®n ciudadana acostumbrada a activarse en iniciar y evaluar acciones y programas a la esc menor del espacio urbano.
que responder a estas esper zas u ofrecerse como objeto vantado por suscripci¨®n popul los nuevos monumentos son impuestos sin debate y en nombre de un cierto populismo cultural
El abuso de la escala monumental puede convertir una buena pieza de pl¨¢stica m¨¢gica hiperrrealista, como la proyectada Antonio L¨®pez para la avenida de la Ilustraci¨®n, en innecesariastorres, de Babel o de Eiffel.fuentes de Bernini o su peque?o elefante soportando con dignidad un tambi¨¦n peque?o, en apariencia, obelisco, son muestras m¨¢s ciertas de cultura avala por cultura.
Existe la tentaci¨®n de pensar que una actitud ecl¨¦ctica justifica toda actuaci¨®n. Pero, como Habermas, "los intentos declarar que todo es arte y to artistas... son experimentos sentido". La nueva estatuaria edificios como grandes jarrones de plata, artefactos de la guerra cultural, recuerda m¨¢s bien poco taviones extranjeros, portado de agresi¨®n, la tarta de bo abandonada despu¨¦s de la ce monia o el zeppelin desinflado. contrario, el mejor monumento no es el que despierta curiosidad sino el que consolida un buen se?o del espacio p¨²blico y su inferencia contextual a los edificios que lo conforman. Nada sencillo y dificil que a?adir monumentalidad al espacio en el se?o y valoraci¨®n, por ejem del uso polis¨¦mico de la calle como en las carreras de toro caballos en Pamplona y Siena.
Un acertado planteamie de la monumentalidad no debe confundir el mejor-lugar de la utop¨ªa de los valores cotidian con el no-lugar de la utop¨ªa construcciones del ¨¢lgebra mental, o la escenografia excitante.
Ennoblecer con ornamentos el espacio no necesariamente conlleva una m¨¢s rica comunicacion social. La convivencia ciudana, expresi¨®n dificil del arte vivir, ronda m¨¢s la comunidad propia de la acci¨®n en el lugar trabajo y el debate plural de intereses comunes en viviendas y f¨¦s, trascendidos al nivel de lo diario.
Dec¨ªa Arist¨®teles que un barco de un pie de largo ya no lo se ha convertido en un juguete Podemos convenir que un juquete de 300 metros no es ni un buque transatl¨¢ntico ni un monume significante.
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