Todo un espect¨¢culo

El tr¨ªo del pianista Enrico Pieranunzi da la raz¨®n a los que reivindican el club como espacio del jazz. Hasta el Alcal¨¢ Palace les queda grande. Pieranunzi trajo a Massimo Moriconi al contrabajo y a Fabrizio Sferra a la bater¨ªa, para invocar los tres a una al maestro Bill

Evans, tanto en el expl¨ªcito Evans remembered como en el inaugural Someday my prince will come, con la identidad del pr¨ªncipe disimulada hasta la recapitulaci¨®n. La actuaci¨®n de Pieranunzi nos traslad¨® a guaridas antiguas, y dej¨® como recuerdo un jazz en el que, cosa rara en m¨²sica, el todo resulta exactamente igual a la suma de las partes. No queda mal que sean italianos los qu¨¦ consiguen ese tenaz equilibrio.

Bajo el nombre Ecos del Be-Bop se presenta todo un espect¨¢culo, con 18 m¨²sicos que aparecen primero, en distintas formaciones, para interpretar despu¨¦s una serie de arreglos orquestales. Los ecos del be-bop llegan, m¨¢s que nada, por el lado del repertorio. Cosas como Things to come, otra vez Night in Tunisia, y hasta Be-bop, que ya es cantar de plano, revelan que ese repertorio va m¨¢s por el lado de Gillespie, aunque tambi¨¦n admite toques monkianos: 'Round midnight, Blue Monk y alguna astuta acotaci¨®n del piano de Ronnie Matthews.

En estas exhibiciones multitudinarias al final quien m¨¢s trabaja es la sec?i¨®n r¨ªtmica, as¨ª que hay que aplaudir a Ray Drumimond, bajo, y Everett Sangoma, bater¨ªa. Fue bonito el di¨¢logo de los trombones de Eddie Bert y Slide Hampton, y una pena no escuchar m¨¢s a Johnny Griffin. Las mazas azules del vibrafonista Bobby Hutcherson eran ya blue notes antes de tocar. Y Tete Montoliu, en la gloria, tecle¨® hasta desvariar, con m¨¢s gracia y decisi¨®n que nunca.