Atocha, punto de encuentro
M¨¢s de 150.000 personas se dan cita en una estaci¨®n que resurge despu¨¦s de a?os de abandono
En los muelles de la estaci¨®n de Atocha s¨®lo falta el olor a salitre. El rompeolas del sur de Madrid lleva cerca de 100 a?os soportando el trasiego diario de miles de viajeros y de decenas de carteristas, taxistas piratas, descuideros y otras mafias que acuden como moscas al calor de las masas. La estaci¨®n ha saltado desde los libros de historia hasta las p¨¢ginas de la gu¨ªa internacional gay, gracias a la clientela que frecuentaba sus urinarios. Despu¨¦s de a?os de abandono, Atocha recibe ahora un lavado de cara para recuperar el rango de primera estaci¨®n de Madrid.
Paisanos con boina, estudiantes con cresta, turistas chinos, soldados rasos, curritos de a pie, ejecutivos de malet¨ªn, personajes de novela negra... Las b¨®vedas de Atocha contemplan como si nada el espect¨¢culo diario de m¨¢s de 150.000 personas en danza. No todas ellas tienen relaci¨®n directa con los 500 trenes que entran y salen cada d¨ªa."Lo que se ve aqu¨ª no se encuentra en todo Madrid". El jefe de la estaci¨®n da un resoplido al acabar la frase. "Esto ha sido hasta hace poco un nido de maleantes. Ahora, las cosas est¨¢n cambiando, s¨ª, pero gente rara sigue viniendo a pu?ados".
Ocho de la ma?ana. Es la hora de los cercan¨ªas. Los trenes de corto recorrido vomitan miles y miles de viajeros que desaparecen en un abrir y cerrar de ojos. Muchos de ellos llegan a empujones hasta el apeadero subterr¨¢neo, de donde parte el tubo de la risa con direcci¨®n a Chamart¨ªn.
No s¨®lo los viajeros madrugan. Las horas punta atraen tambi¨¦n a una nube de par¨¢sitos. Carteristas, descuideros, vendedores callejeros, estafadores, prostitutas, taxistas piratas, drogadictos y vagabundos son la pesadilla de los 40 guardas jurados y los agentes de la Polic¨ªa Nacional que vigilan la estaci¨®n.
Casi todas las denuncias en la comisar¨ªa de Atocha est¨¢n relacionadas con robos de equipajes, carteras y peque?as propiedades. Durante el ¨²ltimo semestre de 1986, la comisar¨ªa curs¨® diligencias por 109 faltas (robos menores de 30.000 pesetas) y por 79 delitos; la mayor¨ªa de ellos, contra la propiedad.
Seg¨²n Vicente Amador, jefe de la terminal Madrid-Atocha, la delincuencia ha remitido bastante ¨²ltimamente". Cuando Amador lleg¨® a la estaci¨®n, hace ocho meses, se encontr¨® con un panorama m¨¢s bien sombr¨ªo. La vieja sala de espera era lo m¨¢s parecido a un mercado persa: los pedig¨¹e?os hab¨ªan acampado all¨ª con todos sus enseres y no dejaban entrar a los viajeros. La sala ha sido desmantelada y se abrir¨¢ antes de Semana Santa, con un aspecto renovado.
La operaci¨®n limpieza ha puesto la estaci¨®n patas arriba. La mugre ocultaba peque?os tesoros, como el sal¨®n de autoridades, escondido en uno de los edificios laterales de la estaci¨®n. Su rico artesonado y sus l¨¢mparas de ara?a dar¨¢n un aire se?orial a la espera de los viajeros de primera clase en un par de meses.
Los urinarios de Atocha tienen tambi¨¦n leyenda propia. Por la estaci¨®n se escuchan historias como la de aquel usuario que denunci¨® el robo de sus pantalones mientras utilizaba los servicios. Sus puertas conservan a¨²n las huellas de mirones y homosexuales, que han popularizado el lugar en el ambiente.
Carteristas y descuideros son clientes fijos de Atocha. Los responsables de la seguridad no les quitan el ojo de encima y esperan el momento para pillarles en flagrante. Pululan de estaci¨®n en estaci¨®n y no desaparecen hasta haber pasado varias veces por comisar¨ªa. Es el caso de La Susana, de quien dicen que ha llegado a ser detenida en la estaci¨®n con el pulgar manchado de tinta, reci¨¦n salida de los juzgados. "A La Susana la pill¨® un tren y perdi¨® un brazo; ahora viene a Atocha como pedig¨¹e?a", relata el jefe de estaci¨®n..
Otra mafia surgi¨® al amparo del cierre de las consignas en las estaciones de ferrocarril, que fueron el blanco de varios atentados de ETA en 1980. Alrededor de Atocha proliferaron los locales donde los viajeros en tr¨¢nsito pod¨ªan dejar sus maletas. Los estafadores encontraron una oportunidad de oro: se pon¨ªan una gorra, se ofrec¨ªan como mozos y se esfumaban con todo el equipaje.
Pero el fil¨®n se agot¨® el verano pasado. La consigna de Atocha abri¨® de nuevo sus puertas y en poco tiempo tuvo que ampliar el n¨²mero de taquillas, de 192 hasta llegar a las 400, para dar abasto a la demanda.
Seg¨²n Vicente Amador, los mayores problemas vienen de los taxistas piratas. "Trabajan con un comisionista que se hace pasar por mozo de la estaci¨®n y est¨¢ a la caza del viajero bien cargado que les asegura una carrera larga", afirma Amador. "Se ha limitado la entrada de taxis y se ha reforzado la vigilancia para poner fin a este fraude". Hace tres meses se produjo un incidente entre un taxista y vigilantes jurados de la estaci¨®n. Hubo disparos al aire. El vigilante afirm¨® que se trataba de un taxista pirata y que dispar¨® para no ser atropellado. El taxista se?al¨® que lo ¨²nico que hizo fue detenerse a requerimiento de un mozo.
Atocha recuerda muy bien la batalla del 3 de abril de 1986. La causa de la disputa: los retrasos. La paciencia de los viajeros del tren de cercan¨ªas Madrid-Fuenlabrada estall¨® aquel d¨ªa. Lanzaron piedras contra cristales, paneles electr¨®nicos, taquillas y todo lo que estaba a su alcance. La cosecha fue de cuatro detenidos y 20 millones de pesetas en p¨¦rdidas.
Desde entonces, la estaci¨®n ha perdido definitivamente la tranquilidad. Obras, mudanzas... Atocha parece un enorme andamio provisional, pero conserva ese sabor portuario que muchos echan de menos en la ultramoderna estaci¨®n de Chamart¨ªn. Entre ellos, el responsable de la estaci¨®n, Vicente Amador, que se confiesa enamorado de Atocha: "Esta estaci¨®n late como si fuera un ser humano".
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