Desde Madrid, con rabia y miedo
Los militares argentinos dieron el primer golpe de Estado contra un Gobierno leg¨ªtimo en 1930, cuando faltaba un mes para que naciera el autor de este art¨ªculo. La experiencia que ha acumulado durante las numerosas ocasiones en las que estos episodios se han repetido en Argentina incluida la c¨¢rcel tras el golpe del general Videla- le hace ser optimista respecto a los ¨²ltimos acontecimientos. Pero ello no elimina su miedo tras comprobar que el presidente Alfons¨ªn no es tan fuerte como parece, frente a los muchos lobos que desean su desaparici¨®n de la escena pol¨ªtica.
Desde hace poco m¨¢s de medio siglo, cuando los militares argentinos son noticia es porque algo sucio se juega. Algo que puede llevar otra vez el p¨¦ndulo democracia-dictadura para el lado de la segunda. El juego comenz¨® el 6 de. septiembre de 1930, cuando las fuerzas-armadas salieron a la calle por primera vez para derrocar al Gobierno leg¨ªtimo del presidente Yrigoyen, perteneciente a la Uni¨®n C¨ªvica Radical (UCR), el mismo partido pol¨ªtico al que pertenece el actual presidente, Alfons¨ªn. Los carros de combate por la entonces apacible Buenos Aires, los militares exaltados y los sables desnudos en busca del cuello de Yrigoyen provocaron, -seg¨²n cr¨®nicas familiares, centenares de nacimientos prematuros, am¨¦n de abortos, s¨ªncopes y otras calamidades. Yo estaba en Buenos Aires, aunque dentro del vientre de mi madre, aquel 6 de septiembre, me faltaba un mes justo para nacer. Le tuve miedo al golpe, y supongo que rabia, desde dentro. "Casi naciste de un susto", me dijo mi madre a?os despu¨¦s. Por eso cada vez que oigo ruido de sables siento miedo y rabia, una regresi¨®n a contravida que me coloca otra vez en una situaci¨®n intrauterina.Durante 20 a?os de periodista en esas tierras calientes, los he visto actuar desde cerca, he observado sus gestos, su parafernalia alucinante. Desde una c¨¢rcel de Videla, he o¨ªdo al general Men¨¦ndez (t¨ªo del que rindi¨® las Malvinas), entonces comandante del temible tercer cuerpo de ej¨¦rcito, hoy en rebeld¨ªa, gritar como enloquecido, con la boca cubierta por una baba blanca: "Yo no quiero presos, quiero muertos". Los que ¨¦ramos sus presos pens¨¢bamos, al o¨ªr sus palabras, en c¨®mo ser¨ªa el paso de un estado a otro; mejor dicho, en c¨®mo nos har¨ªa matar este general, que luego recorri¨® el mundo montado en una fotograf¨ªa que lo mostraba con su cuchillo de guerra en la mano tratando de apu?alar a unos estudiantes que a la salida de un programa de televisi¨®n le llamaron, con justa raz¨®n, asesino.
Son recuerdos, claro, provocados por el ruido de los sables, de la misma manera que la reciente visita del Papa a Argentina, cuando hablaba de reconciliaci¨®n, es decir, de olvido, me record¨® al capell¨¢n del Ej¨¦rcito que tras las palabras del general Men¨¦ndez entr¨® en mi celda para decirme que hab¨ªa que tener resignaci¨®n y pensar en la otra vida, "usted en el fondo es un buen cristiano".
Miedo y rabia. Miedo de que esto sea la ¨ªnfima parte visible del iceberg y debajo est¨¦ ese Men¨¦ndez que digo, hoy preso, pero en el sacrosanto tercer cuerpo de Ej¨¦rcito que le admira, est¨¦ Men¨¦ndez afilando su cuchillo de matar adolescentes, y que ma?ana se rebelen otras unidades con otros Men¨¦ndez infinitos como en un cuento de Borges, y asesinen la democracia adolescente de Alfons¨ªn y del pueblo esperanzado que le vot¨®, y volvamos al 6 de septiembre de 1930, o sea, al vientre de mi madre,
Esperanzas
Entre el miedo y la rabia hay esperanzas. Los militares argentinos suelen rendirse r¨¢pidamente, seg¨²n lo demostraron en las Malvinas, ante la simple evidencia de que el enemigo tiene una bala m¨¢s que ellos. Cuesti¨®n de n¨²meros, no de coraje. Entre mis recuerdos de golpes militares hay uno esperanzador, que me permite pensar que ¨¦ste de ahora fracasar¨¢. Fue durante el derrocamiento del presidente Frondizi. Yo cubr¨ªa la informaci¨®n en la ciudad capital de la provincia de La Rioja. El vicegobernador a cargo del poder ejecutivo, un dentista vecino y amigo, esperaba la llegada de los militares para entregarles el poder previa redacci¨®n de un acta que le diera visos legales al asunto. Los militares cargaban gasolina en una estaci¨®n de servicio, cinco o seis autobuses repletos de soldados con metralletas para apresar a un dentista que estaba deseando que llegaran de una vez, eran ya las tres de la ma?ana y tanto ¨¦l como el bombero que custodiaba la entrada principal de la casa de gobierno parpadeaban de sue?o. Cuando los golpistas vieron que el bombero se paseaba esgrimiendo un arma, dispuesto a defender con la suya la vida del dentista a cargo del poder ejecutivo, se lo pensaron mejor, pidieron refuerzos, se parapetaron tras los edificios, pr¨®ximos. Eran 100 militares vacilando ante un bombero. Cuando cobraron valor para apuntarle y obligarle a rendirse, el bombero les dijo que pasaran de una vez, el vicegobernador los estaba esperando con el acta redactada.
Este intento de golpe aparece justo cuando el Gobierno del dem¨®crata Alfons¨ªn consigue la refinanciaci¨®n de la deuda externa, gestiona una reforma constitucional que permita compartir el Gobierno con la oposici¨®n y se aprueba la llamada ley del olvido. No es el poder lo que buscan ahora, sino el encubrimiento de sus cr¨ªmenes. Son los mismos militares que mataron a los escritores de mi generaci¨®n, directa mente, por tortura, como los casos, entre otros, de Rodolfo Walsh y Haroldo Conti, o por tortura con efecto retardado, como el caso de Antonio di Benedetto, que acaba de morir en Argentina a consecuencia de los golpes en la cabeza recibidos durante sus a?os de c¨¢rcel antes de venirse al exilio espa?ol.
?stos son mis miedos. Intrauterinos, claro, o sea, faltos de l¨®gica. A Alfons¨ªn le veo de pronto fuerte, de pronto fr¨¢gil. Es demasiado honesto para vivir entre los lobos. Su desaparici¨®n es un ansia latente en el coraz¨®n de los asesinos de siempre, esos que, seg¨²n palabras del general videlista Ib¨¦rico Saint Jean, matan con la mente fr¨ªa y el coraz¨®n ardiente". La democracia, como el pa¨ªs, es joven, y el coraz¨®n de los asesinos tiene acumulada una experiencia de siglos.
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