?Hacia la segunda reforma del cristianismo?
Es posible que estemos en los comienzos de la segunda reforma del cristianismo. Me refiero a la teolog¨ªa de la liberaci¨®n y al movimiento pastoral guiado por ella: en particular, a los sacerdotes tercermundistas que dedican su vida a las causas de la justicia econ¨®mica y de los derechos humanos.La primera reforma fue tanto doctrinal como social. Intent¨® disminuir el poder de los intermediarios entre el hombre y la deidad y propici¨® la participaci¨®n de los industriales y comerciantes en todos los ¨®rdenes de la vida social, hasta entonces dominada por los terratenientes y eclesi¨¢sticos.
La segunda reforma, que acaso estemos viendo desarrollarse en estos momentos, tiene m¨¢s implicaciones econ¨®micas y pol¨ªticas que teol¨®gicas. Pretende nada menos que transformar la estructura econ¨®mico-social del Tercer Mundo y convertir a la Iglesia cat¨®lica, aliada tradicional de los poderosos, en el partido de los oprimidos, una iglesia que los conduzca a liberarse de sus opresores.
La segunda reforma tiene, pues, objetivos eminentemente mundanos. De aqu¨ª que, aun cuando fuese inicialmente inspirada por te¨®logos liberales, especialmente alemanes, no tenga te¨®logos de la talla de Lutero o Calvino. Se distingue en cambio por sus activistas sociales, en particular organizadores de movimientos campesinos y de obras asistenciales. Debemos juzgarla, pues, por sus actos m¨¢s que por sus escritos.
A diferencia de los l¨ªderes de la primera reforma, los de la segunda no se al¨ªan con pr¨ªncipes, sino con despose¨ªdos, en particular campesinos sin tierra y obreros y desocupados de las villas miseria. M¨¢s a¨²n, muchos sacerdotes tercermundistas residen en comunidades campesinas o en villas miseria. Y todos ellos arriesgan a diario su vida, as¨ª como sus privilegios eclesi¨¢sticos. Aunque no es forzoso compartir sus creencias, es imposible dejar de admirar su abnegaci¨®n y coraje.
La magnitud de la segunda reforma en ciernes puede juzgarse a la luz de la historia del cristianismo. En los primeros tiempos, ¨¦ste fue una ideolog¨ªa de jud¨ªos humildes. Pero ya en tiempos de Pablo se le hab¨ªan adherido gentiles, algunos de ellos de familias principales. Y, a partir del emperador Constantino, la Iglesia de Cristo fue basti¨®n y arma de los poderosos. Predicaba humildad y resignaci¨®n a los humildes, al tiempo que defend¨ªa a los ricos y se convert¨ªa ella misma en una potencia econ¨®mica y, a menudo, tambi¨¦n militar.
Lutero, el primer gran te¨®logo reformador de ¨¦xito, no se propuso mejorar la suerte de los m¨¢s. Neg¨® que la b¨²squeda de la felicidad, o siquiera del bienestar, fuese una meta leg¨ªtima. Afirm¨® que el destino del hombre es "sufrir, sufrir, la cruz, la cruz". Tambi¨¦n Calvino comparti¨® esta visi¨®n pesimista, originada en san Agust¨ªn, aunque ensalz¨® los valores de la vida activa.
Los te¨®logos de la liberaci¨®n no predican sumisi¨®n ni resignaci¨®n, sino rebeld¨ªa contra la injusticia. Son, ante todo, reformistas sociales, y en ocasiones revolucionarios. Por esto el papa Juan Pablo II tiene raz¨®n desde el punto de vista estrictamente doctrinal: eso no es teolog¨ªa, sino ideolog¨ªa y activismo sociales, y, para peor, muy cercanos al m¨¢ximo enemigo de la iglesia romana, a saber, el marxismo. (En cambio, el mismo Papa ha alentado la actividad sindical de la Iglesia polaca: liberarse de la nomenclatura comunista est¨¢ bien, pero liberarse de la tiran¨ªa de los terratenientes y militares, es decir, luchar contra el feudalismo, est¨¢ mal.)
Pero tambi¨¦n tienen raz¨®n los te¨®logos de la liberaci¨®n cuando afirman que el Vaticano ha olvidado a los de abajo (lo que no es novedad), y que ellos no hacen sino inspirarse en el igualitarismo y la solidaridad de las comunas cristianas de los primeros a?os despu¨¦s de Cristo.
El Vaticano, al criticar y sancionar a los llamados te¨®logos de la liberaci¨®n, retoma la ideolog¨ªa anterior al Concilio Vaticano II, que caracterizara a la Iglesia de Cristo desde los tiempos de Constantino. Su intransigencia para con los reformistas puede llevar a un cisma.
El Vaticano podr¨¢ suspender o aun excomulgar a un sacerdote reformista tras otro, sin por esto eliminar la fuente de la teolog¨ªa de la liberaci¨®n, que es la santa indignaci¨®n de cualquier ser humano decente ante la de gradante miseria y opresi¨®n que campean en el Tercer Mundo. De no transigir con la corriente reformadora, el Vaticano corre el peligro de perder gran parte de su feligres¨ªa, que hoy d¨ªa reside mayoritariamente en el Tercer Mundo. Al paso que va, s¨®lo le quedar¨¢n las iglesias polaca, irlandesa y argentina. No es posible profetizar en qu¨¦ acabar¨¢ este comienzo de segunda reforma. Lo cierto es que el Papa ya no puede organizar una cruzada para aplastar a los herejes, como sol¨ªa hacerse en la Edad Media. Tambi¨¦n es obvio que el Vaticano est¨¢ a la defensiva, entre la espada de la teolog¨ªa de la liberaci¨®n y los restos de la antigua muralla de la ortodoxia.
En lugar de intentar vaticinar c¨®mo se desarrollar¨¢ el movimiento de los nuevos cristianos (?cristomarxistas?) debi¨¦ramos estudiarlo atentamente. Es original y contagioso. Y, aun cuando a la postre no logre reformar al Vaticano, conservador y euroc¨¦ntrico, es indudable que ya ha cambiado la composici¨®n y la estructura del cuerpo pol¨ªtico de m¨¢s de un pa¨ªs del Tercer Mundo.
Por ejemplo, en Brasil, los m¨¢s esforzados y eficaces paladines de la reforma agraria no son pol¨ªticos marxistas, sino sacerdotes tercermundistas. ?stos organizan a favelados y campesinos sin tierra, ayud¨¢ndoles incluso a defenderse de la soldadesca y de los pistoleros a sueldo de los terratenientes.
Mientras cuenten con la ayuda de sacerdotes liberacionistas, los campesinos del noreste brasile?o no tendr¨¢n motivos para afiliarse a partidos pol¨ªticos. Esto retardar¨¢ la maduraci¨®n pol¨ªtica del pueblo brasile?o, que nunca tuvo partidos pol¨ªticos nacionales vigorosos. Se dar¨¢ as¨ª la paradoja (y el peligro) de que habr¨¢ progreso social al margen de la pol¨ªtica, hasta ahora confinada a los centros urbanos. Esta historia, que comenz¨® hace tan s¨®lo dos d¨¦cadas, y que no sabremos c¨®mo habr¨¢ de terminar, tiene var¨ªas moralejas.
Una: no te quejes si, al ver que tu partido no ha logrado mejorar las cosas, la gente va en pos de quienes poseen la habilidad y la abnegaci¨®n necesarias para emprender grandes reformas sociales.
Otra: no te dejes cegar por la debilidad te¨®rica de ning¨²n movimiento exitoso de reforma social. (Al fin y al cabo, Cromwell encabez¨® la revoluci¨®n inglesa invocando la Biblia). Otra m¨¢s: no subestimes la capacidad de adaptaci¨®n y renovaci¨®n de los cristianos.
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