Noches de 'rock' y cupl¨¦
Martirio, con el mundo por peineta
Hasta hace bien poco, las se?oras portadoras de peineta s¨®lo se dejaban ver en las procesiones, en los toros o entonando sin pudor pat¨¦ticas historias de celos, pu?ales y desamor. Martirio -Martirio de Pasi¨®n, al cabo- ha venido a cambiar los conceptos, y est¨¢ consiguiendo meter peinetas en la cocina, en la alcoba, en los antros posmodernos y en las poller¨ªas. Tama?a heterodoxia la ha elevado a los al tares de la fama por la v¨ªa r¨¢pida; ya se sabe que el martirio es el camino m¨¢s recto para alcanzar la santidad. Todav¨ªa ni hace un a?o de que se edit¨® su primer disco, Estoy, mala, y ya se puede afirmar que pocas veces result¨® tan rentable una jaqueca.
Los dise?adores traman la gloriosa escalada de las peinetas al mundo de la moda, los peluqueros se abastecen de horquillas, los empresarios se apresuran a contratar a la Martirio, y ¨¦sta pasea su palmito por el reino parapetada tras una banda rockera, unas gafas negras y una inefable colecci¨®n de peinetones a cual m¨¢s estrafalario. Es portadora tambi¨¦n de una buena nueva: entre Juanita Reina y Lou Reed no existen incompatibilidades; el cupl¨¦ y el rock and roll se entienden y est¨¢n amancebados.Durante su primera gira de verano, exhibir¨¢ m¨¢s de cincuenta peinetas, correspondientes a otros tantos recitales, porque la Martirio es rumbosa y estrena peineta en cada puerto donde toca: una olla expr¨¦s, un coraz¨®n atravesado por espada, un autom¨®vil, una cesta de la compra, un hacha... En C¨¢diz era una inmensa tacita de plata, en Baracaldo un grupo de chimeneas industriales, en Venecia la torre de San Marcos y una g¨®ndola, en Gibrale¨®n (Huelva) una gamba gigante, en Castilleja de la Cuesta (Sevilla), una torta... Todo un mundo en sus peinetas.
La Martirio es de Huelva. El recital de Gibrale¨®n era la presentaci¨®n en su tierra. La cantante estaba nerviosa, emocionada. Compart¨ªa cartel con Toreros Muertos, abanderados musicales del realismo sucio y abogados de los orines. La Martirio quiso tener un detalle con sus paisanos, a costa de perpetrar la primera profanaci¨®n de su propia imagen: sali¨® al escenario sin sus gafas negras, desnuda de alma, dejando perplejos y boquiabiertos a m¨²sicos, allegados y p¨²blico en general.
Todos nos percatamos en un instante de que sin gafas negras no hay misterio ni Martirio, s¨®lo hay Maribel, que ese es su nombre de pila. Tambi¨¦n ella se dio cuenta; al terminar la primera canci¨®n vol¨® en busca de sus preciosos anteojos, y seguramente ya no se los vuelve a quitar en toda su vida profesional. Las gafas para la Martirio son algo as¨ª como el fantasma de Paquirri para la Pantoja. Cuando en los bises alguien le pidi¨® que descubriera sus ojos, la tonadillera agit¨® el abanico y esgrimi¨® esta respuesta: "Son quinientas / novecientas. La cama la pongo yo".
P¨²blico heterog¨¦neo
Es un p¨²blico heterog¨¦neo el que va a verla, desde el omnipresente borracho que permanece toda la actuaci¨®n a pie de escenario profiriendo insensateces e intentando tocar a la artista, hasta la se?ora Mar¨ªa con sus quilos, su collar de los domingos y su hombre. Tambi¨¦n acuden los modernos de la localidad, los ilustrados y los arc¨¢ngeles de sexo incierto, que se pasan la velada blandiendo abanicos y desternill¨¢ndose de risa.Ella sale al escenario erguida, procesional, con la peineta bien tiesa, el abanico abierto gafas de punki, guantes hasta el codo, mant¨®n de Manila y un empaque de dolor que para s¨ª quisiera Marif¨¦ de Triana en sus trances m¨¢s lacrim¨®genos As¨ª pertrechada, entre suspiros y lamentos desgarradores, va desgranando sus cuitas con ritmo de rock and roll y aromas de la Piquer: que est¨¢ hasta el mo?o de las labores del hogar; que se acuesta con su Manolo, pero los muelles del colch¨®n no suenan; que un hombre le hizo tres ni?os en minuto y medio, a pesar de lo cual es virgen; que est¨¢ separada y sin paga, pero que, gracias a un curso de inform¨¢tica, ahora tiene trabajo, y aunque duerme sola, lo prefiere al muermazo de antes... La se?ora Mar¨ªa est¨¢ confusa, como si no llegara a asimilar lo que est¨¢ viendo y oyendo; los arc¨¢ngeles agitan sus plumas muertos de risa, y gran parte del p¨²blico no reacciona porque se ha quedado pasmado.
Pero la tonadillera necesita que la jaleen, y ejecuta el segundo atentado: se pone a contar chascarrillos y a cantar coplillas graciosas solicitando las palmas del respetable. Es decir, que baja de su altar y rompe de nuevo el encantamiento. El compadreo con los espectadores consigue calentar artificialmente la velada, pero malogra el componente on¨ªrico del espect¨¢culo. Claro que estos pecados son achacables a los nervios y al imprevisible p¨²blico de las galas veraniegas, que en ocasiones obliga a los artistas a cometer desatinos.
Los santos predilectos
La Martirio viaja con sus santos predilectos. En el camerino tiene entronizados a san Pancracio y a la Macarena, a los que la cantante se come a besos antes de salir al escenario. Siempre hay perejil fresco junto al, santo, que es muy susceptible. En mayo pasado, cuando Martirio actu¨® en la Casa de Campo de Madrid, se, olvid¨® del perejil; no ces¨® de diluviar en todo el recital. En Gibrale¨®n, unos amigos de la artista se excedieron en la ofrenda., y aquello, m¨¢s que un ramito de perejil., parec¨ªa forraje para las bestias. San Pancracio no tolera las desmesuras.
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