La comuni¨®n de un l¨ªder rebelde
A. C.En una catedral a medio construir, en cuyas l¨¢mparas anidan las palomas -la Iglesia salvadore?a cree que el dinero tiene otros usos mejores-, Rub¨¦n Zamora recibi¨® ayer la comuni¨®n de manos del arzobispo Arturo Rivera y Damas y or¨® de rodillas unos segundos ante la tumba de monse?or Arnulfo Romero, asesinado ante el altar de ese mismo templo en marzo de 1980.
Con el rostro descompuesto y rodeado por decenas de c¨¢maras de televisi¨®n, Rub¨¦n Zamora deposit¨® a las nueve de la ma?ana un ramo de flores blancas y amarillas sobre los restos del reconocido m¨¢rtir en la lucha por los derechos humanos en El Salvador. "Me siento emocionado y :reconfortado", dijo instantes despu¨¦s. "Durante estos casi ocho a?os de exilio siempre hab¨ªa pensado que la primera cosa que har¨ªa a mi regreso sena orar ante la tumba de monse?or Romero, cuya figura constituye un ejemplo de coraje para el piieblo".
Durante la misa, Zamora comparti¨® asiento hacia la mitad de la iglesia con un sacerdote norteamericano que le acompa?¨® desde M¨¦xico y con algunos miembros de su partido. Mantuvo durante los m¨¢s de 60 minutos de celebraci¨®n un gesto concentrado, sin hablar con nadie ni, responder con sonrisas a la provocaci¨®n de los objetivos de las c¨¢maras. Repiti¨® cada uno de los c¨¢nticos y oraciones de la liturgia y dej¨® un billete de un d¨®lar en el cestillo que le pasaron durante la ceremonia. Fue, desde luego, el m¨¢s solicitado a la hora de estrechar manos para desear la paz durante la eucarist¨ªa. Se acercaron a ¨¦l viejas enlutadas y j¨®venes admirados.
En la homil¨ªa, dedicada a explicar la festividad de Cristo Rey, Rivera y Damas record¨® a Ezequiel, "el profeta del exilio", y dese¨® que "la presencia de Zarnora suponga una contribuci¨®n para el di¨¢logo y la paz". Estas palabras fueron recibidas con aplausos, que se repitieron cuando el arzobispo dijo: "Tenemos que hacer todo para acabar con la guerra y vivir como herrnanos". Zamora comulg¨® entre un mar de fot¨®grafos que hab¨ªan tomado por asalto el altar, y se arrodill¨® al final de la misa para recibir la bendici¨®n del arzobispo.
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