La luz del esp¨ªritu
Soy un artista pl¨¢stico, y nunca he sentido el menor anhelo de desvelar los principios rectores del universo por los cuales se interesan hoy tan apasionadamente las ciencias reales., la f¨ªsica y la qu¨ªmica. El arte contempor¨¢neo est¨¢ tambi¨¦n sujeto al influjo de esas ciencias.Ante mis ojos -por as¨ª decirlo- se hicieron a?icos primero el imperio universal de los Habsburgo y despu¨¦s la hegemon¨ªa mundial brit¨¢nica; tambi¨¦n he asistido a la marcha hacia el caos del resto del mundo, entendido como civilizaci¨®n. Ni las entelequias, ni la huida existencial, ni la tecnolog¨ªa moderna son capaces de articular una estructura que se ajuste a la llamada idea plat¨®nica del ser. La existencia se nos hace m¨¢s enigm¨¢tica en la medida en que se nos escapa lo m¨¢s esencial de su sentido. No soy ning¨²n reformador, pero tampoco estoy dispuesto a aceptar pasivamente que un incontrolable proceso mecanizado de producci¨®n me convierta en una criatura prefabricada. No sigo las modas, e ignor¨¦ a los artistas de mi tiempo, el del cubismo anal¨ªtico, que obligaba a todo el mundo a pintar guitarras descompuestas a la manera de C¨¦zanne. Todo eso pas¨®. Lo ¨²nico que hace es recordarme el desagradable martilleo de aquel movimiento de esp¨ªritu excursionista que fue el modernismo. En su momento, aquello fue un intento de huida del mundo comparable al de los hippies equipados con aparatos de radio de nuestros d¨ªas, que ensucian las ruinas de la Acr¨®polis con restos de drogas.
La ¨¦poca de entreguerras la aprovech¨¦ para viajar, para echar un vistazo a las obras maestras de los tiempos heroicos de algunas sociedades, a los antiguos focos de cultura fragmentarios que los iconoclastas, los pol¨ªticos, los generales y los planificadores sociales hab¨ªan descuidado destruir. No viajo con la rom¨¢ntica intenci¨®n de verter l¨¢grimas por el pasado. Lo pasado, pasado est¨¢. No comparto el desencanto de mis contempor¨¢neos, en especial de los artistas que se expresa en la literatura, el teatro y el arte mediante la idea vigente de que la existencia carece de sentido. Tampoco me dedico a hacer con desperdicios sacados de los vertederos del industrialismo, aunque ¨¦se es un arte contempor¨¢neo que refleja fide dignamente la realidad del presente. Como los romanos, que salvaban sus lares y penates cuando la casa se incendiaba, o m¨¢s bien como la hormiga cuyo hormiguero ha sido hurgado por el bast¨®n de un gamberro y que desentierra de entre los escombros a sus larvas para llevarlas a lugar seguro, yo me esfuerzo en no olvidar a mis ancestros espirituales.
Suelo inf¨¦rtil
No he roto con el pasado; de lo contrario, ?qu¨¦ futuro podr¨ªa esperar? Ni el idealismo neoplat¨¢nico que va en busca de los principios rectores del universo, ni la metaf¨ªsica de la mecanizaci¨®n pueden llevarme a la armon¨ªa con una manera de entender la existencia que ya descubrieron con sus propios ojos un sinn¨²mero de semejantes m¨ªos: los artistas del pasado. Para m¨ª, la cultura europea no ha perdido su sentido. El testimonio de la vida de esos artistas permite concebir a¨²n esperanzas; los sedimentos org¨¢nicos penetran, aun en tiempos de sequ¨ªa, el suelo inf¨¦rtil. Es posible levantarse por la ma?ana, abrir los ojos y sentirse parte de todo lo que existe. Pero, sobre todo, no hay que desanimarse. El supremo imperativo del d¨ªa es definir las fronteras entre el esp¨ªritu y el simple funcionalismo que conduce a la deshumanizaci¨®n. Me niego a aceptar la moderna deificaci¨®n de lo mec¨¢nico; no veo en ella m¨¢s que una parodia, un intento mefistof¨¦lico de sustituir por la m¨¢quina al hom¨²nculo surgido de la retorta, en vista del fracaso de la alquimia. De la misma manera que no tengo por milagro del progreso al hom¨²nculo de la moderna experimentaci¨®n biol¨®gica, tampoco me lo parecen la m¨¢quina ni los futuros productos de la tecnolog¨ªa. El progreso puede enturbiamos temporalmente la conciencia en la medida en que le atribuyamos un significado m¨¢gico, como hicieron en su tiempo los hombres de las cavernas con sus ¨ªdolos. Por m¨¢s que me esfuerzo, soy incapaz de quedarme pasmado, como quien contempla un prodigio, ante los autom¨®viles, modernos sustitutos, sobre las calles asfaltadas, de los mulos del pasado; adem¨¢s, las normas de la circulaci¨®n viaria me lo impedir¨ªan. La vida es demasiado corta y no sobra tiempo para nada, ni siquiera para quedarse pasmado. Nadie puede hacerse una imagen de lo que no existe: lo invisible es asunto de la metaf¨ªsica. Hacer visible lo que no existe no es tarea de las artes pl¨¢sticas. Pero no pretendo estar en posesi¨®n de la verdad absoluta; no soy el zeitgeist, al que Hegel atribu¨ªa una especie de divina omnisciencia. ( ... )
En 1948 volv¨ª a pintar en Venecia la Salute. Tuve ocasi¨®n de contemplar la Biennale, una de las primeras muestras internacionales de arte contempor¨¢neo, que empezaban a estar de moda. Una observaci¨®n pasajera provocaba la sensaci¨®n de hallarse ante el fin de las artes pl¨¢sticas, ante un aviso, como ante la inminencia de un accidente de tr¨¢fico. Los artistas americanos, italianos y alemanes, y tambi¨¦n los franceses, hab¨ªan adoptado ya en parte m¨¦todos como la automoci¨®n, el montaje, la cibern¨¦tica, la producci¨®n fotogr¨¢fica y discogr¨¢fica, como si fueran incapaces de ver lo que est¨¢ en juego: la imagen humana.
Extracto del libro Mi vida que publicar¨¢ Tusquets en traducci¨®n de Joan Parra.
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