El sindicato, motor de vertebraci¨®n social
El movimiento sindical est¨¢ atravesando una seria crisis. Acusaciones de que los sindicatos son un f¨®sil viviente y que cada vez representan a menos trabajadores son moneda corriente en estos pagos. El autor, sin embargo, rebate la idea de que el sindicato solamente sea un dinosaurio in¨²til y, por el contrario, sostiene que contin¨²a siendo una pieza imprescindible para realizar una pol¨ªtica social de corte progresista y motor de vertebraci¨®n e integraci¨®n social.
No hace mucho, el Nobel de Econom¨ªa Franco Modigliani nos ilustr¨® con la pl¨¢stica teor¨ªa del sindicato-dinosaurio. "El sindicato es una especie de dinosaurio en v¨ªas de extinci¨®n". Sugestivo s¨ªmil que llevaba consigo tanto el mensaje del primitivismo sindical como el de su disfuncionalidad.Un dinosaurio, en suma. Un mastodonte desorientado y torp¨®n, incapaz de adaptarse a la vida moderna, v¨¢lido s¨®lo para entorpecer e incomodar al progreso, abocado, por tanto, por cient¨ªfica imposici¨®n evolutiva, a la desaparici¨®n; extra?a reliquia de otros tiempos perdida en un presente sacudido por las innovaciones tecnol¨®gicas y los adelantos cient¨ªficos... porque ya saben ustedes que "hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad...".
Y esta ciencia de la adivinaci¨®n y la met¨¢fora vino puntualmente acompa?ada de documentados estudios sobre el terreno que demostraban emp¨ªricamente la decadencia del imperio sindical.
Y as¨ª, en Italia, uno de los ¨²ltimos parque naturales del sindicalismo, se dec¨ªa lo siguiente: "Al sindicato ya no se apunta nadie, s¨®lo crecen las federaciones de jubilados"; "el 74% de las empresas deciden unilateralmente las innovaciones tecnol¨®gicas, s¨®lo el 3% las negocia con el sindicato; s¨®lo el 9% solicita la mediaci¨®n del sindicato en caso de conflicto concreto; s¨®lo el 4% trata con los sindicatos los cometidos del puesto de trabajo, etc¨¦tera".
?Pobre sindicato! Hab¨ªa dejado de infundir respeto y temor; suscitaba, a lo m¨¢s, una cierta nostalgia, aquella de ¨¦rase una vez un sindicato y todos nosotros ¨¦ramos m¨¢s j¨®venes. Hasta prestigiosos intelectuales de izquierda, como el soci¨®logo comunista Accornero, contaban f¨¢bulas al hogar de la lumbre que sonaban m¨¢s o menos as¨ª: "?rase una vez un gigante bueno que pensaba en todos; deb¨ªa ocuparse de tantas cosas a la vez que no tuvo nunca tiempo ni ganas de ocuparse de s¨ª mismo, de su salud. Ni siquiera sab¨ªa c¨®mo estaba hecho ni c¨®mo ni por qu¨¦ era capaz de correr a toda prisa para estar en todos los sitios a la vez. Pero un d¨ªa se mir¨® al espejo y se dio cuenta de que no ten¨ªa esqueleto. Se acab¨® entonces el encanto y cedieron sus d¨¦biles rodillas".
El gigante sindical, el gigante bueno, ced¨ªa y se derrumbaba. At¨®nito ante el espejo, se interrogaba sobre su identidad perdida, e insomne intentaba resta?ar su representatividad maltrecha. De repente los trabajadores hab¨ªan dejado de ser metal¨²rgicos. Y los caros principios, como el de la centralidad de la clase obrera, flaqueaban. Los montadores y los fresadores, los torneros y los alba?iles, pasaban el testigo de la huelga a m¨¦dicos y pilotos, a maestros y veterinarios, pero todos ¨¦stos, ?ay de mi!, ayunaban tercamente de sindicato.
Iban desapareciendo las grandes y emblem¨¢ticas concentraciones cl¨¢sicas de mano de obra y en su lugar surg¨ªan las nuevas catedrales del trabajo: hospitales, ayuntamientos... y enormes y sofisticados institutos donde la actividad sindical se complicaba endemoniadamente y donde la verdad cada d¨ªa se hac¨ªa m¨¢s huidiza.
Se inauguraba la l¨ªnea de sombra, sin grandes verdades reveladas, y el sindicato boqueaba. ?Qu¨¦ buen momento para darle el golpe de gracia! ?Que pague ahora su petulancia de anta?o! Y as¨ª corri¨® la voz: ?Delenda est sindicatum!
Y la consigna, r¨¢pidamente, recibi¨® acogida favorable tanto en habituales como en ne¨®fitos, que arrebolados por el progreso y la modernizaci¨®n ve¨ªan en el sindicato el elemento retardador a batir. Todos ellos sufr¨ªan cr¨®nicamente de lo que podr¨ªamos llamar el s¨ªndrome del minero ingl¨¦s. Explicado m¨¢s o menos as¨ª: la paralizaci¨®n de los tajos, la machada de Scargill, el Rojo, supuso para el Reino Unido la p¨¦rdida de un punto en su crecimiento del producto interior bruto, pulveriz¨®, por tanto, la creaci¨®n de m¨¢s de 100.000 puestos de trabajo.
De donde se deduce que el principal enemigo de la creaci¨®n de puestos de trabajo es justamente el sindicato... Y de la reestructuraci¨®n de las empresas, y del saneamiento de la econom¨ªa, y de la modernizaci¨®n del pa¨ªs... ?Y vaya usted a saber!
Benedetti habla
Y en ¨¦stas est¨¢bamos cuando al finalizar 1987 a un se?or llamado Carlo de Benedetti se le antoj¨® decir que "un futuro sin sindicatos ser¨ªa dram¨¢tico". Y lo cierto es que el patr¨®n de la Olivetti no es un se?or normal y corriente, como usted y como yo, sino que, para entendernos, controla un tercio de la econom¨ªa belga al poseer la participaci¨®n mayoritaria de la Soci¨¦t¨¦ G¨¦n¨¦rale, ocupa en Francia a m¨¢s de 40.000 trabajadores, ha sido el empresario que m¨¢s empresas ha comprado en Italia en 1987 y es sin lugar a dudas uno de los m¨¢s importantes -e inteligentes- l¨ªderes empresariales europeos.
El problema, pues, ser¨ªa resolver el siguiente enigma: ?c¨®mo se le ocurre decir al c¨¦lebre hombre de negocios Carlo de Benedetti lo que conocidos l¨ªderes del progresismo ilustrado callan?
Al respecto quiz¨¢ fuera conveniente recordar lo que viene pasando en Italia durante estos ¨²ltimos meses: una oleada de huelgas promovidas por los Coba en los servicios p¨²blicos: aeropuertos, ferrocarriles, aduanas, escuelas, hospitales, etc¨¦tera. Los Coba no son otra cosa que comit¨¦s de base, rebeldes a todo sindicato, sea de clase o aut¨®nomo, que hacen la guerra por su cuenta. Agrupaciones de categor¨ªa, de nacimiento espont¨¢neo e inorg¨¢nicas, de fuerte connotaci¨®n corporativa e impulsoras de reivindicaciones casi exclusivamente salariales.
Para que quede m¨¢s claro, un ejemplo: no hace mucho, sindicatos y empresa firman el correoso convenio de las Ferrovie dello Stato -la Renfe italiana, con m¨¢s de 200.000 trabajadores-; descontentos del convenio, los maquinistas se constituyen en un Coba, y desde su feliz nacimiento las huelgas se convocan puntual y peri¨®dicamente. La minoritaria categor¨ªa de los maquinistas paraliza absolutamente el servicio ferroviario y la voluntad de pocos suplanta la decisi¨®n sindical de la mayor¨ªa de los trabajadores, y as¨ª sucede en casi todas partes.
Y esto pasa en un pa¨ªs donde la central sindical CGIL agrupa a casi cinco millones de trabajadores, la CISL tres y medio, y la UIL m¨¢s de uno. Una potente m¨¢quina sindical con 10 millones de piezas se ve desbordada ante presiones salariales corporativas y se descubre incapaz de regular los paros.
Y el asunto no es en absoluto anecd¨®tico, porque ya desde hace tiempo hace fortuna la frase de terciarizaci¨®n del conflicto, que significa, como dec¨ªamos, que ahora a la huelga van s¨®lo los del sector terciario: m¨¦dicos, maestros, pilotos, empleados de banco, etc¨¦tera. Justo el reino del Coba, que as¨ª, de repente, consigue el papel de protagonista sin haber hecho jam¨¢s el de meritorio.
Ante este estado de cosas, muchos j¨®venes leones de anteayer empiezan a aflorar al viejo dinosaurio, y con esp¨ªritu de enmienda recuerdan sus s¨®lidas virtudes. En un mercado sometido a fuertes presiones corporativas y en constante peligro de desintegraci¨®n, el ¨²nico que impon¨ªa la homogeneidad y defend¨ªa los intereses generales de la clase era el poderoso sindicato, que funcionaba como una especie de termostato salarial. Su p¨¦rdida de autoridad, su debilidad, abre la espita de los particularismos, del s¨¢lvase quien pueda, y acaba resultando que el valor trabajo se mide por la capacidad de da?o, siendo el usuario, el ciudadano corriente y moliente, la cobaya que est¨¢ experimentando esta capacidad.
Cuantos menos trabajadores, organizados a su manera, sean capaces de hacer la vida imposible al mayor n¨²mero de conciudadanos, m¨¢s posibilidades tienen de ver incrementado su salario. Y todo ello al margen del sindicato.
El teorema es f¨¦rreo y de consecuencias poco felices. Disminuye el precio -y con ¨¦l la valoraci¨®n social que el precio comporta- de la mano de obra directa y se extiende lo que en Italia se viene llamando el s¨ªndrome de Beirut: para demostrar la propia existencia es necesario romper un pacto y crear un nuevo grupo armado.
El discurso neoliberal de "usted no representa a nadie y encima molesta" ya no se tiene en pie. Comienza, sin embargo, a cobrar fuerza la tesis que podr¨ªamos llamar de la otra cara de la medalla, expuesta as¨ª, para seguir con ¨¦l, por De Benedetti: "Se siente decir que la culpa es de los sindicatos. Es verdad solamente en parte, porque la culpa es tambi¨¦n nuestra, de los empresarios".
Rapacidad econ¨®mica
Porque, en definitiva, ambos formamos parte del sistema, el sindicato, como nosotros, es un elemento esencial que justamente ahora recobra prestigio y hace sentir su necesidad. La aparici¨®n de nuevas profesiones, las innovaciones tecnol¨®gicas, la rapidez del proceso, producen una cierta confusi¨®n social que tiende a desvertebrar el actual mercado laboral.
La nueva rapacidad econ¨®mica de aqu¨ª te pillo y aqu¨ª te mato y m¨¢s vale p¨¢jaro en mano que ciento volando ha ilusionado a m¨¢s de uno de poder hacer las cosas a su manera sin necesidad, ?faltar¨ªa m¨¢s!, de tener que pedir permiso al sindicato. Los resultados poco a poco est¨¢n saliendo a la luz: corporativismo, jungla salarial, nuevas formas de lucha (la que podr¨ªamos llamar la huelga chantaje, en la que, como dec¨ªa el l¨ªder de la UIL, Benvenuto, el " ciudadano se convierte en reh¨¦n de los huelguistas"), dificultades para acordar a medio plazo, imposibilidad de planificaci¨®n racional, etc¨¦tera.
S¨ª, s¨ª que se siente la necesidad del sindicato: que represente intereses generales, que negocie globalmente la retribuci¨®n del trabajo y los tiempos de trabajo y descanso, que conquiste y reparta homog¨¦neamente lo conquistado, que sea capaz de pactar y hacer cumplir lo pactado, que sea corresponsable de las grandes decisiones de pol¨ªtica econ¨®mica.
Y si esto empieza a sentirse en un pa¨ªs como Italia, donde, como ya dec¨ªamos, al menos 10 millones de trabajadores est¨¢n afiliados a sindicatos de clase, ?qu¨¦ habr¨ªa, ?por Dios!, que o¨ªr en Espa?a? Si sectores del capitalismo avanzado sospechan ya todo esto y consideran a las centrales sindicales destinatarias de estima y protecci¨®n, ?qu¨¦ creemos que ser¨ªa necesario, justo y equitativo escuchar en nuestros propios pagos?
Es posible que m¨¢s que recordar tercamente la debilidad del sindicato conviniera promover su reforzamiento. Quiz¨¢ en vez de comentar ir¨®nicamente sus deficiencias estructurales fuera necesario tributarle p¨²blico homenaje por su cabal comportamiento desde los Pactos de la Moncloa, o puede que ya haya llegado la hora de recordar que la central sindical es corresponsable directo de, al parecer, el primer activo de la pol¨ªtica econ¨®mica: la permanente lucha contra la inflaci¨®n.
Temo a veces que se?ores muy instruidos, investidos de un cierto iluminismo econ¨®mico, piensen que la soluci¨®n est¨¢ siempre en el manual y que desde un despacho, con tes¨®n y refinada inteligencia, se puede modificar la realidad, y por ello, cuando una realidad tan impertinente como el paro no se modifica, o se sorprenden, o la olvidan, o reniegan de ella.
A m¨ª se me antoja bastante dificil acometer, con razonables expectativas de ¨¦xito, todos estos problemas al margen de la decidida voluntad del sindicato, para lo cual a lo mejor se deba hasta cometer el tama?o disparate de infringir el manual. Aunque, claro, el problema es saber si se considera al sindicato pieza esencial del sistema, elemento imprescindible para realizar una pol¨ªtica social de corte progresista y motor de vertebraci¨®n e integraci¨®n social o, por el contrario, se le considera un dinosaurio. Porque en el caso de que se le considere un dinosaurio, apaga y v¨¢monos.
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