Pedro La¨ªn, en el cenit ochental
Las leyes que rigen la naturaleza biol¨®gica son inviolables, aunque los avances de las ciencias permitan sospechar que tal inviolabilidad pueda estar empezando a romperse. Una de las m¨¢s importantes para el ser humano es la que mide el tiempo de vida transcurrido, es decir, la edad. Y hay una cifra que, sin duda, ha venido marcando un verdadero impacto calendarial: los ochenta a?os. Edad de indiscutible resonancia, como puso en evidencia entre nosotros Cajal con un libro de evocaciones biogr¨¢ficas muy instructivas. Pedro La¨ªn Entralgo -La¨ªn para todos, como Ortega y Gasset era Ortega- cumple, mejor dicho, ha completado esos ocho decenios -60 de labor constante- el 15 de febrero de este a?o. A este hombre extraordinario el n¨²mero en cuesti¨®n no le afecta porque, como un roble multicentenario, mantiene su actividad intelectual con la misma magistral eficacia que si no pasara de la cincuentena. La¨ªn no debe saber a¨²n lo que es la vejez, que a otros nos lleg¨® antes. Pero la efem¨¦rides obliga a hacer algunas consideraciones sobre lo que La¨ªn es, sobre su personalidad y sobre su obra.Pedro La¨ªn es uno de esos seres que Dios trae al mundo muy de tarde en tarde para que su personalidad haga historia. Si La¨ªn hubiera nacido en otra fecha y le hubiera correspondido vivir en una ¨¦poca menos complicada, no sabemos lo que habr¨ªa llegado a ser en la historia de Espa?a. Las circunstancias b¨¦lico-revolucionarias de nuestro pa¨ªs, que troncharon tantas posibilidades -tres a?os de guerra civil y 40 de opresi¨®n-, seguro que no dejaron de pulverizar muchas de sus ilusiones, de sus proyectos y de sus posibilidades. Sin embargo, y por razones que brevemente se?alar¨¦, no ha sido un frustrado, como tantos de sus coet¨¢neos, porque supo vencer dificultades y sobreponerse a todo con madera de hombre de excepci¨®n.
Pedro La¨ªn se encontr¨® m¨¦dico cuando ten¨ªa ya una cultura tan amplia que la medicina le ven¨ªa estrecha. Habr¨ªa que poner en duda si ten¨ªa o no verdadera vocaci¨®n m¨¦dica, dadas las preocupaciones filos¨®ficas, hist¨®ricas, cient¨ªficas, etc¨¦tera, que impregnaban su formaci¨®n juvenil, no forzada por nada ni por nadie, sino aut¨®ctonamente sentida y pensada. La raz¨®n para esa duda est¨¢ en que, ya licenciado en medicina, no aplic¨® su actividad a la pr¨¢ctica de la profesi¨®n (enfermos, s¨ªntomas, signos, exploraciones, tratamientos, etc¨¦tera), sino al concepto sustancial de la medicina. De ah¨ª que haya antepuesto el pensamiento sobre lo que la medicina fue, es y podr¨¢ ser, al ejercicio profesional. Tan precozmente inici¨® esa trayectoria, que su primer trabajo, reci¨¦n terminada la licenciatura, vers¨® ya sobre "el sentido humano de la ciencia natural'.
Y es que, por las causas que sean, la base fundamental de sus cualidades humanas es la de hombre que piensa; no la del m¨¦dico, sino la de pensador. Como el denominador com¨²n de sus saberes es el de espectador estudioso de las cosas del mundo; en otro lugar he escrito que La¨ªn es el perfecto espectador, en el sentido m¨¢s orteguiano de la palabra: individuo que piensa y discurre acerca de todo lo que ve y descubre, sobre todo lo que dentro y fuera de Espa?a sucede. Ah¨ª es nada, ser as¨ª espectador pensante de la historia de la medicina.
La¨ªn ha puesto en juego y desarrollado su pensamiento acerca de cuantos conocimientos almacena en su mente de hombre del siglo XX: filos¨®ficos, hist¨®ricos, m¨¦dicos, sociales. En su obra docente y en su obra escrita, la medicina es s¨®lo una parte; important¨ªsima, por razones obvias, pero s¨®lo una parte. No obstante lo cual, puede afirmarse que La¨ªn es hoy el maestro espa?ol, m¨¦dico e historiador de la medicina m¨¢s prestigioso y conocido internacionalmente. Lo demuestran las tesis doctorales y los estudios que en diferentes pa¨ªses del mundo se han hecho y se est¨¢n haciendo sobre ¨¦l y las reiteradas citas de sus ideas y sus obras traducidas a varios idiomas. Ser¨ªa muy interesante, y as¨ª se lo hice pensar a un norteamericano que preparaba un trabajo sobre La¨ªn, conocer a fondo la trabaz¨®n que existe entre su modo de ser personal -su personalidad-, su entidad m¨¦dica, su reciedumbre intelectual y social y su enorme formaci¨®n filos¨®fica.
Un matiz
Este ¨²ltimo es un matiz en el que la gente no suele detenerse al hablar de La¨ªn. Yo he o¨ªdo decir a Xavier Zubiri, en conversaci¨®n privada, que "pocos en el mundo" tienen los firmes saberes que La¨ªn en historia de la filosof¨ªa, y reconocer la importancia que tienen algunos criterios lainescos. Y creo que es su formaci¨®n de m¨¦dico la que le ha permitido profundizar en aspectos filos¨®ficos sin los cuales no habr¨ªa podido construir su antropolog¨ªa, muy af¨ªn a la de Zubiri y en tantos aspectos inspirada en ella, pero con facetas netamente suyas.
No s¨¦ por qu¨¦ este aspecto de La¨ªn no es tan tenido en cuenta por quienes deb¨ªan tenerlo. Se inicia nada menos que en su primer y veintea?ero trabajito de Norma, bien que s¨®lo en boceto; se establece claramente en sus libros Medicina e historia, 1941 (cap¨ªtulos II y III) La espera y la esperanza, 1957, y Teor¨ªa y realidad del otro, 1961, y culmina en estos cuatro: Sobre la amistad, 1972; La antropolog¨ªa de la esperanza, 1978; la Antropolog¨ªa m¨¦dica, 1984, y sus cap¨ªtulos de la Historia universal de la medicina, por ¨¦l dirigida, y en la que colaboran las m¨¢s refulgentes personalidades del mundo.
Para resumir esta sucinta revisi¨®n de un camarada de a?os, La¨ªn ha logrado: 1? Crear un sistema de pensamiento m¨¦dico y una filosof¨ªa m¨¦dica propia y nueva, por el camino de una historiograf¨ªa general y m¨¦dica que ha difundido ampliamente en su docencia por Espa?a y por el extranjero. 2? Desarrollar una nueva manera de ver la medicina del m¨¦dico y la del enfermo: la antropol¨®gica. 3? Fundar la primera Escuela de Historia (historiograf¨ªa) de la Medicina y de filosof¨ªa m¨¦dica. Ninguna otra escuela le precedi¨® ni en esbozo. 4? Ser maestro en todo cuanto ha tocado y hecho, sin alharacas y sin recibir de su propio pa¨ªs las compensaciones adecuadas a sus merecimientos. Para verg¨¹enza de la Universidad espa?ola -lo ha comentado con dureza Jaime Siles-, ni siquiera le han concedido la categor¨ªa de profesor em¨¦rito, que nadie merece m¨¢s que ¨¦l.
Todo lo que he descrito, en mero esquema, aparece aureolado por una posici¨®n ¨¦tica intachable. Poseedor de una honradez a carta cabal -es aleccionador su Descargo de conciencia, en un pa¨ªs de conciencias tan apaleadas-, incapaz de ser enemigo de nadie y ser maestro en la m¨¢s dif¨ªcil de las relaciones humanas, la am¨ªstad: Amicus humani generis.
Primum inter pares, Pedro La¨ªn Entralgo, octogenario pero no ochent¨®n, creador de sana y aut¨¦ntica cultura de alcance internacional, perteneciente por m¨¦ritos indiscutibles a tres academias y ex director de la Espa?ola o de la Lengua, miembro de honor de instituciones europeas y americanas, doctor honoris causa en varias universidades for¨¢neas, premio Montaigne, es hombre sin ambiciones extraculturales de ning¨²n tipo. A los diez a?os de haber sido jubilado de su c¨¢tedra -la Universidad ten¨ªa el deber moral de haberlo mantenido en activo- contin¨²a dispensando sus ense?anzas en cursos muy especializados de sus capacidades y ofrendando a los espa?oles su ejemplaridad profesoral.
Cuando un hombre superdotado emprende desde su juventud el periplo de su vida totalmente en serio, no siendo mellado por los obst¨¢culos que en ella surgen, en tanto que la mayor¨ªa de los compatriotas contempor¨¢neos la desperdician en frivolidad intelectual y social o en envidias esterilizantes, hay que aceptar la superioridad de su rango, la significaci¨®n hist¨®rica de su valor y corresponderle con el rigor a que se ha hecho acreedor. Es lo que pretende hacer el firmante de estas l¨ªneas.
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