La muerte anunciada
SUCESOS COMO la muerte a tiros en plena madrugada de dos personas en una zona c¨¦ntrica de Madrid, pr¨¢cticamente tomada a esas horas por la m¨¢s variada delincuencia, sacuden la conciencia popular no ya porque constituyan la gota que colma el vaso de la paciencia ciudadana ante la cada vez m¨¢s alarmante falta de seguridad en las calles sino porque en este caso se trata de unas muertes perfectamente anunciadas. Que se produzcan asesinatos en la gran ciudad en un n¨²mero cada vez mayor reclama del Gobierno la adopci¨®n de medidas urgentes si no quiere perder en el asfalto el cr¨¦dito que gan¨® en las urnas; que esos asesinatos sucedan en determinadas zonas de las ciudades, perfectamente delimitadas, ole sobra conocidas -por la polic¨ªa y otros agentes gubernamentales, utilizadas por ¨¦stos para la recluta de confidentes y personajes de esa laya, es algo que s¨®lo puede ser calificado de grave irresponsabilidad o de complicidad en alguno de sus grados.Desde hace algunos a?os las encuestas se?alan que la inseguridad ciudadana es el problema que m¨¢s preocupa a los habitantes de los grandes centros urbanos. Lo que no quita para que reacciones como la de la universidad Complutense de Madrid, que suspendi¨® ayer las clases en se?al de protesta, resulten no s¨®lo in¨²tiles sino adem¨¢s grotescas. En Madrid los homicidios y asesinatos se acercan a?o tras a?o al centenar, los asaltos a domicilios rondan los 10.000, y los atracos en la v¨ªa p¨²blica denunciados en 1987 son casi 15.000. Otras grandes ciudades como Barcelona, Sevilla, Valencia o M¨¢laga ofrecen estad¨ªsticas proporcionalmente semejantes.
Espa?a se ha aproximado en el terreno de la delincuencia a la media estad¨ªstica de las sociedades desarrolladas. Ya no puede decirse que estemos por detr¨¢s de los pa¨ªses europeos en este cap¨ªtulo. Es m¨¢s, los hemos aventajado en la denominada delincuencia callejera, que asola las ciudades con el asalto navajero, el atraco, el tir¨®n o el persuasivo m¨¦todo de dame lo que llevas o te rajo. Con retraso pero con gran efectividad, la vieja estampa de la calle neoyorquina de los a?os sesenta, en la que el delincuente era el rey, se ha trasladado finalmente a ciertas zonas de las grandes ciudades espa?olas. Con la denominaci¨®n m¨¢s tradicional de barrio chino, o con las m¨¢s modernas de tri¨¢ngulo de la muerte o zonas del miedo, estos l¨®bregos guetos urbanos van proliferando. El ciudadano que vive en ellos se ve obligado a partir de ciertas horas a recluirse tras la puerta blindada o bien atrancada de su domicilio, y el que se aventura a transitar por sus calles lo hace apresuradamente y con el ojo avizor ante lo que pueda ocurrirle. Las mafias de la prostituci¨®n, de la droga o de la estafa han sentado sus reales en estas zonas y amenazan con expulsar de ellas al ciudadano normal, sea vecino o visitante. Y ello ante la insufrible pasividad de las autoridades competentes.
En el ¨²ltimo debate sobre el estado de la naci¨®n, Felipe Gonz¨¢lez propuso pr¨¢cticamente como ¨²nica receta el aumento de los efectivos policiales. Es m¨¢s que dudoso que lo que no pueden o no saben hacer 50.000 polic¨ªas nacionales, 63.000 guardias civiles y varios miles de polic¨ªas municipales y auton¨®micos se resuelva con algunos cientos o miles m¨¢s. Espa?a sufre una inflaci¨®n policial en relaci¨®n con los pa¨ªses de su entorno. No son m¨¢s efectivos policiales lo que se necesita, sino una mejor utilizaci¨®n de los existentes para acabar con el descontrol, la corrupci¨®n y las posibles complicidades con el crimen organizado. Desde hace un tiempo la poblaci¨®n penitenciaria aumenta en 1.000 reclusos cada mes hasta rondar actualmente los 30.000. ?Cu¨¢l ser¨¢ el n¨²mero de presos que habr¨¢ que alcanzar para que Barrionuevo y sus ayudantes asuman ante la sociedad la responsabilidad que les corresponde en la protecci¨®n de los espa?oles? Evidentemente no est¨¢ en manos de la polic¨ªa erradicar las causas de la delincuencia. Pero la seguridad de las calles es una tarea que s¨®lo le compete a ella.
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