Un oscuro r¨¦quiem
Antes de ver Dublineses se entiende su cambio de t¨ªtulo. Parece incluso correcto: una historia, o una antihistoria, que habla de dublineses y que est¨¢ vertebrada sobre el hilo de un relato, Los muertos, procedente de las p¨¢ginas de un libro -que tiene ese mismo t¨ªtulo.Pero una vez vista la pel¨ªcula tal cambio deja de entenderse, pues ese pu?ado de dublineses que John Huston agrup¨® bajo el t¨ªtulo de Los muertos es exactamente eso, un pu?ado de muertos, en vida gentes de: Dubl¨ªn pero que ahora son sombras sin casa, sin ciudad, sin patria en que apoyar el d¨¦bil soplo de su identidad que dej¨® tras de ellos, como un humo, la hoguera apagada de su existencia: muertos encerrados en la antesala de un g¨¦lido, estremecido, dificil de ver, filme-sepulcro.
Dublineses (The dead)
Direcci¨®n: John Huston. Gui¨®n: Tony Huston, basado en un relato de Dublineses, de James Joyce. Fotograf¨ªa: Fred Murphy. M¨²sica: Alex North. Estados Unidos, 1987. Int¨¦rpretes: Anjelica Huston, Donal McCaan, Helena Carrol, Catideen Delany, Rachel Dowling, Ingrid Craigie, Dan O'Hertlihy, Marie Kcan, Donal Donnelly, Sean McClory. Estreno en Madrid. cine Alphaville.
Dublineses es un testamento visual, un oscuro r¨¦quiem, un desolado epitafio rimado por rostros de muertos sobre el filo de la muerte misma. Lo compuso un anciano cineasta que mientras hac¨ªa su tarea sab¨ªa que iba a morir, y que muri¨®. Tan cercano present¨ªa aquel intenso anciano su ¨²ltimo final, que aceler¨® con brochazos de prisa en la paciente miniatura la velocidad de realizaci¨®n de su obra para as¨ª tener tiempo -el exiguo plazo se le escapaba velozmente de entre las manos- para darle a su vez muerte. No es otro el final de Los muertos o Dublineses: la muerte hecha imagen de la extinci¨®n del tiempo y proyectada no hacia una pantalla, sino arrancada de dentro de ella.
Conciencia de la agon¨ªa
En este hermoso y terrible filme, James Joyce y sus Dublineses son nada m¨¢s que hondos pretextos de los que Huston se sirvi¨® con la lealtad del moribundo por un cercano conciudadano, para horadar con su mirada las nieblas de otras honduras a las que la tinta no tiene acceso.No hace mucho, un lector de este peri¨®dico -Felipe Vega, cineasta- se lamentaba en estas p¨¢ginas de la superficialidad de un lamento de Anthony Burgess expuesto tambi¨¦n en ellas y en el que este escritor a?oraba, en un filme que no supo ver, la ausencia de las profundidades de la escritura de Joyce.
El literato Burgess se limit¨® a buscar, y a encontrar, en las im¨¢genes de Huston las oquedades que dej¨® en ellas su delicada, casi enamorada, expulsi¨®n de Joyce,sin que el filo romo de su mirada descubriese que tales oquedades estaban ahora ocupadas por las huellas de otro poeta, un hombre que tuvo el privilegio de hacernos ver, a trav¨¦s de otro, ese inesperado recodo del camino en el que el caminante pierde la conciencia de d¨®nde viene y ad¨®nde se dirige: el sordo eco de la posesi¨®n de la propia agon¨ªa y el reposo del esp¨ªritu que precede a la aceptaci¨®n de lo inaceptable.
En Dublineses, Huston se sirvi¨® con cordialidad de la palabra de Joyce para hablar de s¨ª mismo. Su filme es un raro ejemplo de equilibrio y calma l¨ªrica: de qu¨¦ hay que hacer con la poes¨ªa escrita para que desencadene el movimiento de la poes¨ªa filmada. Es un filme amargo pero sereno, duro pero fr¨¢gil, despojado pero rico, lleno de luminosas sombras y de sombr¨ªas luces; un grito inaudible y sagrado.
Se le ha tratado con menosprecio: una obra menor del gran Huston, cuando en realidad es la obra mayor del Huston peque?o, como peque?o es todo gigante encogido sobre s¨ª mismo. No es un filme para quienes buscan en la pantalla distracci¨®n o espect¨¢culo. P¨®nganse frente a otra pantalla quienes esto le demanden. Y qu¨¦dense frente a ella aquellos que creen que todav¨ªa es posible para el cine penetrar con armas propias en las cuestiones mayores de la existencia, aquellas que hacen enmudecer a la elocuencia.
Pues esto -nada m¨¢s y nada menos que esto- es Dublineses: una pausada penetraci¨®n de la mirada de un moribundo en el lenguaje sin vocabulario del sentido ¨²ltimo, o de la falta de ¨¦l, de la vida, cuando ¨¦sta se extingue. El doloroso ep¨ªlogo del filme, all¨ª donde Huston cita literalmente los ¨²ltimos p¨¢rrafos del relato de Joyce, arranca de ellos resonancias in¨¦ditas de una zona opaca para las petulantes retinas de los Burgess. Y estas resonancias proceden de la cara oculta de su esp¨ªritu, desvelada por los penetrantes ojos de un viejo cineasta con mirada cansada.
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