Africanos. Fumadores. Fechor¨ªas
Fuma: casi es un delincuente. Atacado por la desaz¨®n que invade a todo adicto cuando carece de su sustancia, baja las escaleras con un billete de mil en el bolsillo. Pasa de la medianoche y el ruido de los televisores ha cesado. Mec¨¢nicamente se dirige al puesto de Lotfi, que vende tabaco sobre una mesa plegable, junto al portal de la casa donde vive. Lotfi ha recorrido medio mundo y antes de asentarse aqu¨ª, hace 15 a?os ya, estuvo talando ¨¢rboles en los bosques de Canad¨¢. No le iba el clima. Conoce al dedillo los intr¨ªngulis de cada calle y olfatea a los agentes del orden a un par de manzanas. Por mucho que se disfracen de punkies. Sus vecinos le aceptan, con excepciones, claro: de vez en vez el amargado del quinto le suelta lo de que los extranjeros donde mejor est¨¢n es en su tierra, "sois la peste".En la esquina hay m¨¢s gente de lo habitual. Se dice que quiz¨¢ sea viernes. Al acercarse comprueba que dos tipos con uniforme de municipal se est¨¢n llevando la mercanc¨ªa entre protestas de vendedor y clientes. Se llevan tambi¨¦n todas las bolsas de pipas. Curioso. Sin disimular su estulticia, pregunta a Lotfi si no ha firmado alg¨²n papel por la requisa. "Est¨¢s t¨² listo", le suelta, sin duda pensando que los que no se ganan la vida en la calle a veces parecen gilipollas.
-O sea, que no hay tabaco.
-Ya ves lo que me han dejado. Baja a la otra esquina a ver si tienes suerte. Aunque no creo.
Tambi¨¦n han despojado a este vendedor marroqu¨ª que, m¨¢s nuevo en estas lides, recoge en solitario la silla de tijera y el carrito de la compra completamente fl¨¢ccido. "Empieza bien esto", se dice. Sin perder el ¨¢nimo, vuelve sobre sus pasos, no sin antes atreverse a pedir un cigarrillo a un viandante. "Estaba pensando lo mismo", le responde entre risas el otro vicioso. As¨ª que se dirige al No S¨¦ No S¨¦ con el fin de aplacar su ¨¢nimo. Nada m¨¢s verlo entrar, Juanjo, el camarero m¨²sico de la media melena, adivina sus intenciones.
-F¨²mate uno de los m¨ªos, que no queda ni un paquete.
-Gracias, hombre, no sabes lo que me apetece pongo algo? ahora no. Voy a ver si encuentro.
-Lo llevas crudo. Como no te acerques a la Gran V¨ªa...
-Ahora vuelvo.
Todo como siempre en la arteria principal, aunque detecta r¨¢pidos movimientos de chavales norteafricanos que circulan abrazados a sus chaquetas. Una pareja cachea a un tipo joven que ha depositado sus pertenencias sobre la tierra de un macet¨®n de piedra sint¨¦tica. Otros dos polic¨ªas rebuscan entre los barrotes de una instituci¨®n bancaria provistos de la correspondiente linterna. El currante de naranja sigue regando la acera sin moverse del sitio. "Aqu¨ª, a ver en qu¨¦ para la cosa": se lo dice a ¨¦l, que tampoco ha podido evitar pararse a mirar. Hasta que nota que la agente le observa por debajo de la visera con aire torvo. Conque circula.
Ya fuera del radio de acci¨®n policial, oye que alguno de los chavales norteafricanos murmura algo al cruzarse con ¨¦l, al paso. No entiende lo que dice, pero la costumbre le lleva a pensar que debe de tratarse de algo, as¨ª como costo o goma. Hasta que al cuarto sonido d¨¦bilmente articulado se harta:
-Que no quiero costo, t¨ªo, ya vale.
-Es tabaco.
-?C¨®mo?
-Rubio americano.
-?A cu¨¢nto?
-Trescientas.
-Venga ya.
-?S¨ª o no? ?No ves c¨®mo est¨¢ esto?
Y le sigue hasta la entrada de un comercio cerrado en cuyo escaparate se amontonan mu?ecas de pl¨¢stico vestidas de faralaes. El chaval saca un paquete del interior de su chaqueta. Le pregunta si quiere otro.
-?Quinientas los dos?
-Vale. Y me voy de retirada.
Tras devolverle un papel costroso y azul, se pira en direcci¨®n contraria. Va tan contento con sus dos paquetes, acariciando en los bolsillos el tierno papel de celof¨¢n. Se dispone a abrir uno cuando a su altura cruzan la agente de antes y su pareja. Ella vuelve a mirarle torvamente. ?l no pica, sigue avanzando con la vista en las rayas rojas del reloj de la Telef¨®nica. Se pregunt¨® si aquella mujer no habr¨¢ tenido otra oportunidad laboral m¨¢s reposada. Ya ha renunciado a abrir el paquete mientras acelera el paso. Se acoda en la barra del No S¨¦ No S¨¦, pide una cerveza y muestra el paquete al camarero con gesto triunfal. Suena Laurie Anderson y a punto est¨¢ de creer que levita cuando da la primera chupada y deja escapar el humo.
-Doscientas cincuenta pelas me ha costado. Y he tenido suerte.
-M¨¢s que ¨¦se seguro
-Juanjo se?ala a un joven marroqu¨ª de pelo rapado que, con la cabeza sobre los brazos, arquea el cuerpo contra la barra.
-?Qu¨¦ le pasa? ?Es el cerdo?
-?Qu¨¦ cerdo? Que le acaban de levantar 72.000 p¨²as por la cara.
-Si es que no hay quien ande por la calle. A qui¨¦n se le ocurre ir con eso encima.
-Se lo han birlado de su queli. Hace un momento entraron unos municipales y les ha tenido que llevar hasta su casa. Hecho polvo que est¨¢ el t¨ªo.
Ahora no pregunta si ha firmado alg¨²n recibo. Lotfi palmea en el hombro a su colega. Pide un zumo de melocot¨®n y lo bebe junto a su cerveza. De buena gana se har¨ªa un canuto, pero hoy no est¨¢ el horno para bollos. As¨ª lo dice. Entonces, Lotfi le cuenta que a otro colega, que trabaja en uno de los bares de toda la vida, anoche le han jugado una mala pasada.
-No me digas m¨¢s. Le han dejado sin un duro.
-No, otra cosa. ?Quieres verlo?
Sin pensarlo, le sigue. Casi al trote recorren el par de calles. La puerta de aluminio est¨¢ cerrada cuando llegan, pero el due?o les ve a trav¨¦s del cristal y abre. Adem¨¢s de ¨¦l est¨¢n un parroquiano algo casta?a y el chaval barriendo el serr¨ªn. Casi en tono de orden, dice Lotfi:
[-Ens¨¦?ale a este amigo lo que te han hecho. No te preocupes, que es de confianza y lo mismo escribe algo.]*
Y a ¨¦l:
-Ya lo ha visto un periodista que vive ah¨ª enfrente.
Cuando el muchacho se desabotona la camisa, la carne del vientre y del est¨®mago aparece salpicada de ara?azos largos y profundos.
-?Pero qui¨¦n le ha hecho eso?
-Un madero.
-Ya ves, que se puso gracioso el t¨ªo. Estaba pedo y le dio a ¨¦ste la tarjeta para que fuera a sacar el dinero al cajero porque se hab¨ªa quedado sin pelas. Y el imb¨¦cil ¨¦ste le hace caso y vuelve diciendo que en la cuenta no hay nada.
-?Y qu¨¦ pas¨®?
- ?Qu¨¦ que paso? Que se lo llev¨® detenido a la comisar¨ªa de la calle de la Luna y le tuvo all¨ª tres horas divirti¨¦ndose con un corta¨²?as.
Tercia el due?o:
-Es buen chico, seguro que en la cuenta no hab¨ªa un duro. Pero, para m¨ª que se lo hacen ellos mismos para que les suelten antes. Cosas de la noche.
-Ya, bueno. Algo habr¨¢ que hacer. ?Tiene papeles?
-Qu¨¦ va a tener... Ma?ana vendr¨¢ un abogado. Ya le he llamado. [Vale, vale. Abr¨®chate la camisa.]* Hala, hasta luego.
Ahora no trotan. Lotfi le cuenta que, gracias a lo que saca, una hermana suya estudia Derecho en Rabat:
-A un abogado nunca le falta trabajo.
En el No S¨¦ No S¨¦ los vasos siguen intactos donde los han dejado. Saca un pitillo y ofrece otro a Lotfi. Tras la primera calada enuncia, con un punto de orgullo:
-Noest¨¢ mal, pero el m¨ªo es m¨¢s fresco.
-Hombre, teniendo en cuenta el riesgo...
-A este paso se acab¨® el quiosco. Ten¨¦is un Gobierno que mira por vuestra salud. No os quejar¨¦is.
C¨®mo va a quejarse. Con papeles, profesi¨®n y relaciones. S¨®lo que est¨¢ a punto de engrosar el vasto ej¨¦rcito de peligrosos sociales. Pide otra cerveza, enciende otro pitillo. Y buscando entre los cascotes de su esp¨ªritu, no halla m¨¢s que esta brizna de solidaridad: "Es una mierda". Lotfi no le contradice.
* Los textos entre corchetes est¨¢n redactados en ¨¢rabe en el original.
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