Petrovic condujo al Madrid a la victoria en Zagreb
LUIS G?MEZ, ENVIADO ESPECIAL Sobre la profesionalidad de Drazen Petrovic nunca ha existido asomo de duda: se le supone desde bien joven. Sobre su frialdad, su crueldad, su falta de sentimentalismo dentro de la cancha, el partido de ayer fue todo un ejemplo. Su regreso a casa integrado en las filas del enemigo, los recibimientos, los agasajos, las entrevistas, la nostalgia que embargaba a sus paisanos ante su visita, incluso la emocionada ovaci¨®n que le dedic¨® ese p¨²blico que fue todo suyo durante varios a?os..., nada de tanta oferta cargada de sentimiento hizo temblar su pulso. Sus estad¨ªsticas personales no conocieron altibajos propios de la emoci¨®n: vestido de blanco o azul, vestido de mil colores, Petrovic es Petrovic. Ayer no tuvo por qu¨¦ dejar de serlo. No es un hombre que se traicione a s¨ª mismo.
El Real Madrid no resolvi¨® la semifinal contra el Cibona porque un tanto de diferencia es margen despreciable en el baloncesto y porque el equipo yugoslavo tiene a gala haberse comportado m¨¢s regularmente en esta Recopa fuera de su cancha. Pero lo curioso de este partido morboso fue que el Madrid, en su conjunto, no supo enfriarlo cuando cont¨® con situaciones favorables para ello. Petrovic protagoniz¨® en exceso el choque, dado que sus propios compa?eros parecieron mediatizados por las circunstancias ambientales del mismo: nadie se atrevi¨® a restarle m¨¦ritos al yugoslavo, quien, en ocasiones, termin¨® cayendo en el peor de sus vicios, un indisimulado individualismo. Este partido, por tanto, termin¨® reducido a un duelo entre Petrovic y sus ex compa?eros.
La confluencia de sentimientos contradictorios fue excesiva, m¨¢s propia de un culebr¨®n televisivo. Por un lado, una honesta madre de familia, Biserka, sentada en la grada observando el duelo fratricida entre sus dos hijos, Alexander y Drazen. Por otro, directivos, entrenadores y jugadores madridistas observando respetuosa y temerosamente las reacciones an¨ªmicas del yugoslavo. Y, por ¨²ltimo, un p¨²blico habitualmente apasionado y violento sometido al dif¨ªcil trance de recibir a quien fuera su estrella y ahora milita en el equipo de enfrente. Durante la presentaci¨®n protocolaria, ofreci¨®, al mencionarse el nombre de Drazen Petrovic, una calurosa ovaci¨®n, pero sus sentimientos le traicionaron a¨²n m¨¢s cuando termin¨® aplaudiendo los seis primeros tantos del Madrid, conseguidos curiosamente por Petrovic. Las pasiones encontradas hallaron un punto anecd¨®tico durante el lanzamiento de los dos primeros tiros libres del personaje en cuesti¨®n: los espectadores le abroncaron en la ejecuci¨®n, pero le aplaudieron tras la conclusi¨®n. ?Pero Petrovic hab¨ªa encestado! Petrovic es incapaz de traicionarse a s¨ª mismo. Los. dem¨¢s, a su lado, deben de parecer seres humanos sometidos a sus flaquezas.
Durante los 10 minutos iniciales, el yugoslavo llevaba en su cuenta anotadora m¨¢s del 50% de los tantos de su equipo. Enfrente estaba su hermano y un poco m¨¢s all¨¢ el irascible Arapovic, un gigant¨®n enloquecido, dispuesto a cualquier cosa. Mientras Petrovic trataba de encauzar favorablemente el encuentro, Arapovic intentaba calentarlo introduciendo violencia en sus acciones y el escenario. Cuando el Madrid logr¨® dominar su rebote defensivo, la diferencia en el marcador se le tom¨® muy favorable: al descanso lleg¨® con ventaja (47-53) y en el minuto cinco de la reanudaci¨®n alcanzaba su m¨¢xima distancia (53-68). Parec¨ªa suficiente.
En ese momento, con el choque pr¨®ximo a enfriarse, el Madrid fall¨® y no tanto Petrovic. Dir¨ªase que el Madrid le traicion¨® a Petrovic sorprendentemente durante siete largos minutos en los que s¨®lo consigui¨® una canasta. Petrovic segu¨ªa siendo el due?o del bal¨®n, pero ning¨²n compa?ero pareci¨® atreverse a tomar cartas en el asunto. Otras veces lo han hecho, pero ¨¢yer no, como si se sintieran todos ajenos o quiz¨¢ sensibles a esta cita familiar.
El Cibona acort¨® diferencias y Arapovic logr¨® echar a Fernando Mart¨ªn y decidir a su favor el calor del p¨²blico, que empez¨® a despertar del espejismo. Colocado ya visiblemente en el papel de enemigo, Petrovic demostr¨® por en¨¦sima vez que tante antecedente ambiental y morboso era una patra?a de la Prensa. Petrovic se puso a ganar el partido y no se par¨® en lo que ten¨ªa enfrente. Para empezar, provoc¨® que su hermano Alexander cometiese tres personales casi consecutivas -est¨¢ claro que no le hubiera importado mandarle al banquillo ante los ojos de su madre- y, finalmente, tuvo que ser sujetado por sus compatriotas para que no se lanzase sobre el cuello de Arapovic. De los seis ¨²ltimos lanzamientos del Madrid a canasta, cinco fueron suyos; de los seis ¨²ltimos tantos, cuatro los convirti¨® fr¨ªamente desde la l¨ªnea de tiros libres, volviendo a impresionar al p¨²blico.
La eliminatoria queda, pues, perfilada, pero no resuelta. La final de la Recopa est¨¢ un punto m¨¢s cercana para el Madrid, pero nada m¨¢s. S¨ª se han resuelto, en cambio, las conjeturas en torno a la flaqueza humana de Drazen Petrovic en la cancha. Con este personaje no cabe utilizar otro argumento que su ambici¨®n por la victoria. No hay ambig¨¹edad posible. No hay sinuosidades. Es un deportista lineal.
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