Manda el cabo
Domecq / Romero, Espartaco, LitriToros de Juan Pedro Domecq, tres anovillados y nobles, tres bien presentados e inv¨¢lidos. Curro Romero: pinchazo hondo delantero, rueda de peones y dos descabellos (silencio) pinchazo, metisaca, pinchazo hondo delantero descaradamente bajo y nueve descabellos (pitos). Espartaco: dos pinchazos y bajonazo (ovaci¨®n y saludos); pinchazo hondo trasero tendido y rueda de peones (minoritaria petici¨®n y vuelta). Litri: bajonazo descarado y rueda de peones (ovaci¨®n y saludos y media delantera atravesada y dos descabellos (palmas). Asisti¨® a la corrida la condesa de Barcelona, a quien brindaron toros los espadas. Plaza de la Maestranza, 7 de abril. Segunda corrida de feria.
Cuando en un ej¨¦rcito no hay oficiales, ni suboficiales, o paran todos en la cantina, manda el cabo, si hay cabo que quiera mandar. As¨ª ocurre en la torer¨ªa, donde cada vez abundan m¨¢s los militares sin graduaci¨®n. La culpa no es del cabo, naturalmente, sino de la oficialidad, acomodaticia con lo que hay. A fin de cuentas el cabo hace lo que puede, y si a fuerza de tes¨®n y pelea alcanza el generalato, ese es su m¨¦rito.
El cabo que manda hoy en la fiesta de los toros es Espartaco. Sale Espartaco a la arena y con su f¨¦rrea voluntad de agradar, s¨®lo con eso, se hace el amo. Pobre fiesta, sin generales ni capitanes, sin sargentos siquiera. Una fiesta que tuvo de todo, hasta papas; un Papa Negro y un Fara¨®n tambi¨¦n, en el colmo del lujo; hab¨ªa all¨ª de todo, para dar y tomar: reyes, pr¨ªncipes, dictadores, mariscales con mando en plaza, y a uno que destacaba por lo recio, le designaron soldado romano. Cada cual impon¨ªa su ley, que pod¨ªa ser el valor, la t¨¦cnica, el dominio, el arte o la genialidad. Cada cual seg¨²n su ley, siempre sobre el fundamento de las tauromaquias cl¨¢sicas, interpret¨¢ndolas seg¨²n capacidades y gustos, y con toros.
Ahora a la pobre fiesta ni siquiera le hacen falta toros. Unos por chicos, otros por inv¨¢lidos, las corridas pueden celebrarse sin toros, ayer por ejemplo. Tampoco le hacen falta tauromaquias cl¨¢sicas. Espartaco, mand¨®n de la torer¨ªa actual ayer de nuevo, tir¨® de un quinto toro aplomad¨ªsimo, le corri¨® la mano al boyante segundo, peg¨® muchos pases, y sin embargo las esencias de la tauromaquia se le quedaron olvidadas bajo el petate.
Espartaco no se cruzaba nunca con el toro, y a¨²n fuera de cacho hac¨ªa la tijera de las piernas al rev¨¦s, muy atr¨¢s y muy escondida la que deb¨ªa estar delante; no presentaba la muleta plana sino oblicua; ven¨ªa el pase, lo daba largo, y al remate no hab¨ªa surgido ni el m¨¢s remoto destello de arte. Tampoco es que lo intentara. Espartaco, cabo de la torer¨ªa, va a lo suyo, que es resolver por la v¨ªa expeditiva el compromiso, realizar la faena en producci¨®n seriada, comunicar con el p¨²blico, contagiarle su entusiasmo. Si con estas virtudes resulta el mand¨®n absoluto del toreo, la culpa es del propio toreo, que est¨¢ as¨ª de mediocre y vac¨ªo.
Al puesto del cabo Espartaco aspira Litri (cabo segundo), que seguramente se cree con mejor derecho. Naturalmente tiene que demostrarlo. Lo intent¨® ayer, gran oportunidad en campo de justas tan singular como es la Maestranza en plena feria de Sevilla, aportando la mejor voluntad y el m¨¢ximo valor que atesora. Realmente, poco m¨¢s aport¨®., Pegaba codillero las ver¨¢nicas -o las trapaceaba, como en el sexto-, citaba de costadillo, los pitones del toro le sacud¨ªan la muleta, reduc¨ªa a la mitad o menos los tiempos de la suerte, y si hab¨ªa que rectificar la embestida ce?ida, pues rectificaba tambi¨¦n. Y no pas¨® nada. Puesto que si el toreo es ahora mediocre y vac¨ªo, la sola voluntad de destacar basta, y le aplaudieron mucho por ello.
Entre los cabos hab¨ªa un fara¨®n, y se not¨® en que les miraba por encima del hombro a trav¨¦s de las lentillas. El fara¨®n pis¨® solemne el albero, correte¨® delante de un primer toro que le quer¨ªa embestir, abomb¨® el pecho y adelant¨® la muleta delante de otro que no le quer¨ªa embestir en absoluto. De ninguna manera le quer¨ªa embestir ese toro, jam¨¢s entr¨® en el universo de sus intenciones bovinas. Ahora bien, advirtiendo que el fara¨®n insist¨ªa en sus prop¨®sitos toricidas, le dio la pataleta y se tir¨® de rodillas a sus fara¨®nicos pies.
Desde la altura del tendido, a pesar de los prism¨¢ticos, era imposible saber qu¨¦ pensaban el cabo primero y el cabo segundo, pero fue bueno comprobar que no les desmoraliz¨® semejante ejemplo, sobre todo al cabo primero, que tom¨® el mando y se gan¨® las aclamaciones del pueblo. El fara¨®n, en cambio, hubo de retirarse entre gritos a sus cuarteles de invierno, donde podr¨¢ distraer las largas horas que emplee en el merecido descanso por el esfuerzo realizado, contando batallitas.
Babelia
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