La risa negra
En 1944, Billy Wilder, un periodista vien¨¦s que se fug¨® a Hollywood despu¨¦s de la subida de Hitler al poder, hombre de iron¨ªa penetrante e inclinaciones misantr¨®picas; un socarr¨®n de mirada risue?a y oblicua, aficionado a los juegos del cinismo y con fama bien ganada de pesimista; director de cine que —cosa poco frecuente— lleva dentro un buen guionista (apoyado siempre en otros dos maestros de la escritura cinematogr¨¢fica: Charles Brackett e I. A. L. Diamond), realiz¨® un drama de salvaje negrura titulado Double indemnity, aqu¨ª convertido en un necio Perdici¨®n.
Este filme portentoso y terrible, de viciada atm¨®sfera y fr¨ªa crueldad, es una tragedia pura: la representaci¨®n del desalmado ritual de la destrucci¨®n, paso a paso, de un hombre por un abstracto mecanismo jur¨ªdico metido en los laberintos de las neuronas de una mujer.
The fortune ceokie (En bandeja de plata)
Caf¨¦ Central. Madrid. Hasta el 3 de agosto.
Director: Billy Wilder
Gui¨®n: I. A. L. Diamond y Wilder. Fotograf¨ªa: Joseph La Shelia. M¨²sica: Andr¨¦ Previn. Estados Unidos, 1966.
Int¨¦rpretes: Jack Lemmon, Walter Matthau
Cine Alexandra.
Pero al mismo tiempo —y ah¨ª hay que buscar uno de los accesos a las entretelas del talento de este cineasta— ese filme es el lejano (doce a?os les separan) preludio de una comedia hilarante, pero igualmente s¨®rdida y terrible, o tal vez m¨¢s, que ese su antecedente tr¨¢gico: The fortune cookie, aqu¨ª convertida en En bandeja de plata.
The fortune cookie no dio un d¨®lar. Realizada en 1966, los cr¨ªticos estadounidenses, incluso quienes intuyeron su fuerza, le fueron hostiles. Y el p¨²blico huy¨® de ella, en parte por su propia condici¨®n irritante y en parte por la irritaci¨®n que dos a?os antes hab¨ªa creado en vastas zonas de la sociedad estadounidense (zonas que hacen y deshacen el ¨¦xito de un filme, lo que explica el conservadurismo de los estudios de Hollywood, forzados por las leyes de la rentabilidad a hacer un cine orientado a satisfacer a una demanda conservadora abrumadoramente dominante) la acidez, tan corrosiva y fiera como la de Double indemnty y The fortune cookie, de su anterior comedia, Kiss me stupid, que es otra de las obras m¨¢s duras y menos conocidas de cuantas dirigi¨® Billy Wilder.
Balas envenenadas
La representaci¨®n que The fortune cookie consigue en clave c¨®mica de algunos aspectos dram¨¢ticos de la vida en Estados Unidos es de una enorme virulencia cr¨ªtica. Wilder y Diamond disparan con balas de cianuro contra los enrevesados mecanismos por donde discurre en Estados Unidos el ejercicio del derecho y, en concreto, el entramado —en realidad un laberinto, una selva— con que las leyes de seguros gobiernan cualquier paso —en realidad cualquier mal paso, cualquier traspi¨¦— de cualquier ciudadano estadounidense.
Estamos ante una obra mucho mayor de lo que a primera vista parece. Hay, por ello, que verla y volverla a ver: siempre se extrae de cada nueva visi¨®n un aspecto in¨¦dito, se ilumina un rinc¨®n oscuro, se percibe una tonalidad que se nos escap¨®, o se palpa un matiz que antes pas¨® desapercibido y que de improviso adquiere un pronunciado relieve. Incluso en el final, aparentemente convencional y con un toquecito de moralina, hay en letra peque?a un rev¨¦s sutil¨ªsimo, ya que sobre ¨¦l pesa la abrumadora carga de electricidad contraria de todo lo que le precede. A trav¨¦s de la ligereza del filme discurren asuntos graves, que componen una imagen inhabitable, espesa y l¨²gubre de la moral de la ganancia y de sus consecuencias envilecedoras de las formas de convivencia en los Estados Unidos, aqu¨ª erigidos en imagen premonitoria del mundo actual, incluida una aldea de ese mundo llamada Espa?a.
El d¨²o conformado por Jack Lemmon y su pariente picapleitos, Walter Matthau, es un juego de actores de esos que no hay manera de olvidar: pura geometr¨ªa, puro genio, pura negrura hecha carcajada, una carcajada que, como en otras dos de las obras m¨¢s incisivas de Wilder y Diamond (la citada Kiss me stupid y El apartamento), se le hace a uno mueca a medida que la risa se apaga y deja detr¨¢s un ¨¢rido rastro de amarga ausencia de gracia.
Ese es el genio del humor, un asunto nada gracioso por muchas risas que provoque, como las que levanta del subsuelo de nuestro cerebro este filme terrible y divertid¨ªsimo, cuyas blanduras son insignificantes si se les compara con el despiadado vigor de sus durezas, que le convierten una de las obras m¨¢s poderosas y comprometidas —y tambi¨¦n menos conocidas y peor valoradas por los ex¨¦getas y cr¨ªticos— de Wilder y Diamond. Es indispensable verla y volverla a ver a fondo.
Es toda ella puro fondo.
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