Una mujer con adjetivos

Se ha dicho que tiene un coeficiente intelectual muy superior a la media. Es Joanne Woodward, sentada en la mesa de enfrente a la de Paul Newman, con su aspecto de se?ora de Nueva Inglaterra, lazo recogi¨¦ndole el pelo y un vestido oscuro superelegante.Todo lo que su marido tiene de lac¨®nico y ponderado, ella lo tiene de expansivo. Puede hablar por los codos, pero no por las buenas, sino por el gusto de saber relatar, sin casi soluci¨®n de continuidad, la ¨²ltima reuni¨®n que hubo en casa, ellos, sus hijos, m¨¢s los novios y amigos de sus hijas.

Su af¨¢n por aprender, idiomas o lo que sea, y el poco tiempo que se tiene para ello y lo dif¨ªcil que resulta elegir entre tantas ¨¢reas que despiertan la curiosidad; su obsesi¨®n porque sus hijas estudiaran ballet y de c¨®mo ellas, despu¨¦s de alg¨²n tiempo, le dijeron que prefer¨ªan montar a caballo; de c¨®mo no perdi¨® la esperanza, pues una se pas¨® al canto, y ella pensando en su hija como en una nueva Callas, aunque tambi¨¦n, finalmente, su sue?o de madre se vio frustrado; de lo distintos que son los estilos de Pavarotti y de Domingo, y lo extraordinarios cantantes y excelentes personas que son, tanto que le parecen los dos hombres ideales con los que se ir¨ªa a una isla desierta para o¨ªrles cantar (y aqu¨ª sonr¨ªe maliciosamente, quiz¨¢ haya ido demasiado lejos).

Esta Woodward realmente encantadora, que sabe colocar los adjetivos, los gestos y los tonos de voz para conseguir ese relieve especial que en ocasiones tienen los relatos orales intrascendentes, sorprende, porque en las fotos suele dar una imagen de concentrada seriedad. Parece como si bajo el aspecto sobrio de dama de los Estados del Norte surgiera de pronto su procedencia c¨¢lida y sure?a.