Anticiparse al 92
La plaza del Cincuentenario de Bruselas, construida con motivo de la exposici¨®n universal de 1880 y en conmemoraci¨®n del 50? aniversario de la independencia de B¨¦lgica, ser¨¢ escenario hoy, 18 de octubre, de un hecho ins¨®lito y significativo: la concentraci¨®n de trabajadores de toda la Europa democr¨¢tica.Delegados de centenares de empresas de los distintos pa¨ªses que con anterioridad habr¨¢n debatido en la villa de Ostende la articulaci¨®n de la acci¨®n sindical a nivel europeo, miles de trabajadores y los principales l¨ªderes sindicales, entre ellos Breit, Willis, Trentin, Redondo, expresar¨¢n con su presencia o su palabra, en representaci¨®n de 44 millones de trabajadores organizados, una cuesti¨®n de fondo: la necesidad de construir una Europa social.
Pero ?qu¨¦ se quiere decir cuando se propugna la Europa social? Se defiende un modelo de unidad europea, diferente y alternativo de otros que en la actualidad pugnan por marcar su impronta al proceso que se ha desencadenado con gran dinamismo a partir del objetivo mercado ¨²nico comunitario para 1992.
Esquem¨¢ticamente, tres son las concepciones en liza a la hora de definir cu¨¢l es la Europa que se quiere construir: la Europa del libre cambio, la Europa de las empresas, la Europa social.
La primera, que es la defendida con mayor ardor, sobre todo por la se?ora Thatcher, concibe el mercado ¨²nico como un vasto proceso de desregulaci¨®n, como una zona de libre cambio.
El objetivo de los conservadores brit¨¢nicos consiste en eliminar todas las barreras para que el mercado lo domine el m¨¢s fuerte, que con toda probabilidad ser¨¢n sobre todo las multinacionales americanas y japonesas. Es, sin duda, un proyecto muy liberal, pero poco europeo. En este dise?o sobran las reglas sociales, la armonizaci¨®n fiscal, las pol¨ªticas sectoriales, el Gobierno pol¨ªtico de la Comunidad.
Las consecuencias de una Europa subordinada a la "pol¨ªtica de competencia" son perfectamente previsibles. Los poderosos aumentar¨¢n su poder y los d¨¦biles ser¨¢n m¨¢s d¨¦biles. Lo que vale tanto para las estructuras productivas, las ¨¢reas geogr¨¢ficas y las clases sociales.
A este respecto es ilustrativo lo que est¨¢ sucediendo con el proyecto comunitario de armonizaci¨®n fiscal de las rentas de capital. El proyecto est¨¢ bloqueado y se ha desatado una aut¨¦ntica carrera para armonizar a la baja este tipo de tributaci¨®n, lo que supone la conversi¨®n de Europa en un nuevo para¨ªso fiscal para estas rentas, en tanto los trabajadores y pensionistas se ver¨¢n condenados en exclusiva al infierno impositivo.
Sin armonizaci¨®n fiscal los riesgos de evasi¨®n son innegables, sobre todo si pensamos en que en Europa el 50% de los beneficios se destina a inversiones financieras y no productivas, como ha se?alado recientemente B. Trentin, o si tenemos en cuenta las diferentes cargas sociales sobre el trabajo: entre el 30% y el 40% del coste salarial en Italia, Francia o la RFA, frente al 10% en el Reino Unido.
El segundo modelo de integraci¨®n tiene como eje el desarrollo de empresas europeas capaces de competir a nivel mundial. Lo que exige un mercado regulado econ¨®micamente (y en menor medida, o en distinto tiempo, socialmente), una pol¨ªtica tecnol¨®gica europea, un entorno institucional favorable y una pol¨ªtica comercial comunitaria.
En otras palabras, maximizar el efecto dimensi¨®n de las empresas europeas y establecer los "multiplicadores comunitarios de eficiencia". El prototipo de, este modelo es el del consorcio Airbus, como se?alaba J. Delors, en 1988: "Antes de la integraci¨®n de la SNIAS en la Asociaci¨®n Airbus-Industrie, Francia pod¨ªa enorgullecerse de detentar por s¨ª sola la casi totalidad de la producci¨®n aeron¨¢utica europea, pero con una participaci¨®n en el mercado mundial cercana al 1,5%. Hoy en d¨ªa Francia no controla m¨¢s del 2.5% de la producci¨®n europea, pero como Airbus detenta el 3,9% del mercado mundial, la parte de este mercado que le corresponde a Francia ha pasado del 1,5% al 7,5%.
Pese a las resistencias y las contradicciones, ¨¦sta es la concepci¨®n que hoy por hoy est¨¢ ganando terreno.
Es dif¨ªcil esperar, sin embargo, de este dise?o de Europa una pol¨ªtica activa orientada al pleno empleo, a la protecci¨®n del medio ambiente, a la eliminaci¨®n de los desequilibrios regionales, a la mejora de las condiciones de vida y de trabajo de los trabajadores y de sus familias, y al desarrollo de un nuevo orden econ¨®mico internacional.
Por el contrario, el proceso de concentraci¨®n empresarial y de aceleraci¨®n tecnol¨®gica impl¨ªcito en este modelo, al menos en una primera etapa, conllevar¨¢ p¨¦rdidas de empleo junto a modificaciones profundas en la estructura ocupacional, mayores desequilibrios entre las zonas ricas y pobres como consecuencia de una nueva divisi¨®n europea del trabajo, y menor incidencia sindical en la regulaci¨®n social de cada pa¨ªs.
El tercer escenario -que alientan las organizaciones sindicales- es el de la Europa social. No se trata naturalmente
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de que en la Europa que propugnamos no haya sana competencia entre empresas o que vayamos contra una pol¨ªtica tecnol¨®gica y de creaci¨®n de empresas multinacionales europeas.
Hay, sin embargo, algunas caracter¨ªsticas que diferencian esta idea de Europa de las anteriores. Ante todo que el desarrollo econ¨®mico se oriente hacia una mayor calidad social y un nuevo equilibrio en el mundo.
En segundo lugar, el papel a desempe?ar por las instituciones comunitarias: no basta con que ¨¦stas garanticen las reglas de funcionamiento del mercado ¨²nico y establezcan pol¨ªticas compensatorias de los desequilibrios provocados por ¨¦ste; es necesario avanzar hacia un espacio econ¨®mico y social com¨²n. Para ello las instituciones han de convertirse en sujeto de programaci¨®n del desarrollo y de la calidad social, en las que el empleo debe tener car¨¢cter prioritario.
Por ¨²ltimo, el mantenimiento de un modelo social europeo, que, a diferencia del americano o el japon¨¦s, se ha caracterizado por un elevado nivel de protecci¨®n social, porque la negociaci¨®n sea la regla general para la definici¨®n de las opciones y los comportamientos de las partes sociales y por una avanzada legislaci¨®n laboral.
Para avanzar en este camino los sindicatos europeos se plantean algunas prioridades: la regulaci¨®n de los derechos sociales m¨ªnimos que evite el riesgo de dumping social; los derechos de participaci¨®n y de negociaci¨®n colectiva ante un proceso supranacional de la actividad empresarial que trascienda las fronteras; el reforzamiento de las instituciones pol¨ªticas comunitarias que garanticen un gobierno p¨²blico de la integraci¨®n econ¨®mica.
Como se ha tratado de poner en claro, la Europa social no consiste en a?adir una faceta m¨¢s a las otras dimensiones de Europa: la tecnol¨®gica, la monetaria, la regional, la de los ciudadanos... Es, por el contrario el resultante de todo ello pero orientado hacia la mejora de la calidad social, hacia el reequilibrio econ¨®mico de pa¨ªses y regiones, hacia el desarrollo y la paz en el mundo. Es, en definitiva, la Europa que queremos.
La dimensi¨®n social es s¨®lo una de sus caracter¨ªsticas. En este terreno tampoco se ha avanzado mucho. El foso que separa la regulaci¨®n econ¨®mica de la social no ha hecho m¨¢s que agrandarse desde 1985. Las grandes esperanzas depositadas en la Carta Social y en el Di¨¢logo Social se han desinflado.
Por un lado, la llamada Carta Social no posee ninguna fuerza vinculante, adem¨¢s de tener un contenido muy limitado y gen¨¦rico, ya que la Comisi¨®n de la CE se ha inclinado por la declaraci¨®n solemne en lugar de apoyarse en las instituciones como el Parlamento Europeo o el Comit¨¦ Econ¨®mico y Social y en los pa¨ªses que reclaman un car¨¢cter normativo. El di¨¢logo social de los ¨²ltimos cuatro a?os no ha logra do ning¨²n avance significativo, ya que los empresarios lo han utilizado para ganar tiempo y la Comisi¨®n y los Gobiernos para rehuir su responsabilidad en la regulaci¨®n de los derechos sociales.
En el campo de la negociaci¨®n y la participaci¨®n la situaci¨®n no es m¨¢s positiva. Las directivas m¨¢s importantes siguen bloqueadas: el estatuto de la sociedad europea ha estado en el frigor¨ªfico durante 13 a?os y fue relanzado en 1988; la Quinta Directiva, cuyo proyecto se remonta a 1972 y fue modificado en 1983, sigue sobre la mesa desde entonces; la Directiva Vredeling contin¨²a hibernada desde 1983.
Por la v¨ªa de la negociaci¨®n colectiva se han conseguido algunos pasos simb¨®licos, alcanz¨¢ndose acuerdos para crear comit¨¦s de empresa europeos en tres multinacionales: Thomson, BSN y Bull.
Mientras, el proceso de concertaci¨®n empresarial se acelera: de 155 operaciones en 1984 a 303 en 1987. De los 40 grupos industriales europeos m¨¢s importantes depende en la actualidad un 23% de la cifra industrial de negocios. En este panorama, las empresas tendr¨¢n car¨¢cter supranacional y sus estrategias y decisiones ser¨¢n definidas a nivel europeo en tanto que los derechos de los trabajadores responden a legislaciones y convenios estrictamente nacionales.
Era nuestro paisano S¨¦neca quien sentenciaba que de poco le sirve al marinero que el viento sea favorable si no sabe a d¨®nde va. El destino de esa nave que se llama Europa es hoy tan incierto como acelerado. Pero lo que es innegable es que el rumbo hay que orientarlo desde ahora, sin esperar al 93, porque entonces ser¨¢ demasiado tarde. Tambi¨¦n para el movimiento sindical que se re¨²ne y manifiesta en Bruselas.
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