Las batallas de Santa Ana
Matanzo y sus municipales asedian a los artesanos para evitar que la plaza sea una nueva Marraquech
Las batallas de esta particular contienda tienen d¨ªa, hora y lugar. En la plaza de Santa Ana, en pleno centro de Madrid, cada s¨¢bado por la tarde desde hace cuatro meses pueden presenciarse, donde antes hubo un mercadillo de artesan¨ªa, refriegas y detenciones. Se enfrentan, por un lado, el concejal ?ngel Matanzo, con sus 15.000 firmas de apoyo y 100 agentes que ¨¦l siente suyos, y por otro, los artesanos, con sus ideas sobre el reglamento municipal y sus cacharros.
Cada bando exhibe sus v¨ªctimas y sus argumentos. "A mis municipales no me los toca nadie", espeta el concejal del distrito Centro, Angel Matanzo, mientras muestra los rasgu?os del sargento Tom¨¢s y del sargento Rat¨®n "y eso sin contar con las 26.000 pesetas que le han costado unas gafas nuevas". Los artesanos, por su parte, defienden el derecho que creen tener para permanecer en una plaza en la que ya llevan 10 a?os. Y vuelven s¨¢bado tras s¨¢bado para intentar colocar sus puestos, aunque de sobra saben que no lo van a conseguir y que tienen asegurada una cita con los municipales.Matanzo, con su peculiar l¨®gica, mantiene que "20 personas no se van a saltar a la torera a toda una corporaci¨®n". Repite que no tienen permiso y que si quieren obtenerlo pueden colocar sus puestos los s¨¢bados y los domingos por la ma?ana, siempre que paguen a Hacienda y que acrediten su condici¨®n de artesanos. ?stos, a su vez, se agarran como a un clavo ardiendo a una autorizaci¨®n concedida en 1982 por el entonces concejal del distrito, el comunista Francisco Herrera, y a un pago simb¨®lico de 10.000 pesetas que les impuso Tierno Galv¨¢n. Los artesanos mantienen que su trabajo es "para los s¨¢bados por la noche, que es, cuando hay gente; porque, por la ma?ana, por la plaza no pasa ni un alma".
Prevenir tragedias
En su discurso, Matanzo previene sobre las tragedias que podr¨ªan surgir motivadas por la venta artesanal: bombonas para alumbrar los puestos, que pueden estallar repentinamente; agolpamiento de 289 puestos -"que eso lo he visto yo un d¨ªa que acompa?¨¦ a la polic¨ªa", dice Matanzo-; el empeoramiento del ya ca¨®tico tr¨¢fico nocturno; los problemas de seguridad que puede originar la colocaci¨®n de obst¨¢culos en las salidas del teatro Espa?ol, y, sobre todo, las ilegalidades que pueden cometerse al abrigo de un mercadillo sin control. Matanzo -de profesi¨®n carnicero, y "a mucha honra"- entr¨® en el Ayuntamiento a bordo de un Mercedes y se ir¨¢ en el mismo veh¨ªculo. Y dice rotundo: "?Que no se ponen por la noche en la plaza, que hay una CEIM y una CEOE!".Los artesanos, que parecen reci¨¦n sacados de un ¨¢lbum de 1970 por su aspecto hippy, tampoco aportan la licencia fiscal que el concejal les solicita y se niegan rotundamente a aceptar su nuevo horario. El asunto ha llegado a tal grado de enquistamiento que en cuatro meses de conflicto no se ha conseguido ni siquiera un principio de acuerdo.
Mientras tanto, el concejal mantiene que el pueblo -entre 10.000 y 15.000 firmas de vecinos de Madrid y un homenaje popular de 500 personas que se le ofreci¨® en un hotel de la plaza de Santa Ana- le da la raz¨®n. El concejal hace alusi¨®n a "lo que hay que tener" para sugerir sin reparos que se valdr¨¢ de lo que tiene para impedir que unos artesanos se salgan con la suya.
En el hotel Victoria desmienten que vayan a instalar una galer¨ªa comercial en los bajos que dan a Santa Ana. Tampoco creen que repercuta negativamente en su clientela la existencia de un mercadillo. "Nuestros hu¨¦spedes lo ven t¨ªpico". Un portavoz del hotel explica: "S¨®lo estamos en contra de los drogatas, los que venden a los drogatas y las fulanas de la calle de la Cruz".
Los s¨¢bados, municipales y artesanos libran la guerra de la cer¨¢mica, y entre semana la plaza se puebla de vendedores de sustancias prohibidas.
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