Un cierto olor a podrido
Volvemos a un ?frica negra ya vista, le¨ªda, o¨ªda. El campamento de los colonos, la mujer que llega de la ciudad sobre sus tacones el borracho, el jefe castrado y solitario y el negro, paciente, obstinado; europeizado pero tribal. Est¨¢n todos los sonidos: sapos, grillos, lluvia, gritos de centinelas. Y hay un jeep embarrado. Es un lugar frecuentado por el cine americano y todos sus mogambos y hasta sus viejos tarzanes y por la novela anglosajona. La leyenda es la misma: la de una pureza violada. Sucede despu¨¦s de la gran violaci¨®n colonial: estamos en el neocolonialismo de las obras p¨²blicas, de las inversiones metropolitanas. Todo podrido, una vez m¨¢s. Y los amores, y el sexo: y las oscuras relaciones entre los blancos, entre la blanca y el negro. En medio hay peque?os discursos: sobre el amor, sobre el malestar de la civilizaci¨®n, sobre el dinero, sobre -claro- la incomunicaci¨®n. El autor, Kolt¨¨s, es -fue; muri¨® de sida el a?o pasado- franc¨¦s: quiere decirse que acepta los moldes narrativos americanos con la introducci¨®n de una filosof¨ªa derrotista, de unas esencias sartrianas existencialistas -este mundo abierto est¨¢ cerrado como un huis clos-, lo cual quiere decir que hay m¨¢s concesiones al pensamiento expresado directamente, por los mon¨®logos y los di¨¢logos, que por la acci¨®n teatral, cuyos elementos apura el director Miguel Narros con una teatralidad a la espa?ola, en colaboraci¨®n con los actores.
Combate de negro y de perros
De Bernard-Marie Kolt¨¨s. Int¨¦rpretes: Alain Lukusa, Sancho Gracia, Pilar Bayona, Antonio Valero. Direcci¨®n: Miguel Narros. Teatro Mar¨ªa Guerrero, 27 de abril.
Superficie
Exageran los movimientos nacidos del alcohol, que deja de ser una fiebre profunda para ser un bamboleo; la calidad de objeto sexual -que en un momento dado se rebela- de la mujer, ce?ida, corta, tomada de Marilyn Monroe en forma de caricatura. Lo que hay de morbo entre todos deriva hacia el melodrama, sobre todo en el final -esperado y deseado durante largo tiempo; hay casi cuatro horas desde el principio-, entre detonaciones, luces, cad¨¢ver, huidas, carro?a de perro, largo gesto de desesperaci¨®n tr¨¢gica, -"mientras baja lentamente el tel¨®n", met¨¢lico en este caso para contribuir a la sensaci¨®n de ingenier¨ªa del decorado- y el malestar profundo se han perdido por la tensi¨®n de la superficie.Lo que se nos dice en el programa acerca de que no nos dejemos llevar por lo externo es imposible: la escena se ha volcado en lo externo. Es mala cosa leer una obra antes de que se represente: crea uno por dentro su representaci¨®n imaginaria, y luego no tiene por qu¨¦ coincidir con la que ha realizado el director, que trabaja con lo posible, con su arte y con su largo estudio. No hay que leer tampoco los programas. La obra de teatro no tiene m¨¢s expresi¨®n que la suya propia en el escenario; lo que cuenta est¨¢ all¨ª y todo lo que sus creadores quieran decir en torno a ella o es obvio o no se encuentra. Aunque siempre quiera hacer el chantaje del cuento de la t¨²nica invisible del rey desnudo.
Fue acogida con respeto. Algunos espectadores tuvieron que abandonar el teatro en el descanso -despu¨¦s de dos horas-, quiz¨¢ por la imposibilidad de cumplir el horario completo o porque cre¨ªan tenerlo ya todo sabido; otros, al final, emitieron algunas cortas protestas; pero en general los estrenos de Miguel Narros tienen al final un clima de entusiasmo desbordado para ¨¦l y sus colaboradores , y en esta ocasi¨®n tampoco dej¨® de manifestarse.
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