Pol¨ªticos en el laberinto de las sirenas
Cuarenta a?os de franquismo no pasaron en balde y, junto a herencias estructurales acarreadas por la l¨®gica de la transici¨®n, han quedado secuelas de cultura pol¨ªtica reaccionaria que descansan en la afirmaci¨®n b¨¢sica: Todos los pol¨ªticos son iguales, y en su complementaria: La pol¨ªtica para quien vive de ella. A un sustrato apoliticista anarquizante se sum¨® la interesante despolitizaci¨®n antidemocr¨¢tica practicada por el franquismo, y ahora parece como si la democracia recuperada en 1978 quisiera aportar su propia dosis de nihilismo. Cunde la sospecha de que vivimos en pleno estado de corrupci¨®n, como en el pasado vivimos frecuentemente estados de sitio o de excepci¨®n, y que ese estado de corrupci¨®n es connatural con la pol¨ªtica democr¨¢tica y con sus privilegiados intermediarios: los pol¨ªticos profesionales. Ayudar a instalar la conciencia social espa?ola en la fatalidad de que la corrupci¨®n ni se crea ni se destruye, simplemente se transforma, abre una caja de Pandota de la que pueden salir o fascismo o cinismo; el primero como expresi¨®n pol¨ªtica final del apoliticismo y el segundo como estado ¨¦tico colectivo que contempla la corrupci¨®n como una segunda piel de la relaci¨®n pol¨ªtica-econom¨ªa-sociedad.Desde hace medio a?o la vida pol¨ªtica espa?ola gira en torno de esc¨¢ndalos econ¨®micos en su mayor parte referidos a posibles sobornos y cohechos habituales en la relaci¨®n entre empresarios, gestores pol¨ªticos e intermediarios que relacionan a los primeros con los segundos. Las mordidas obtenidas en esa relaci¨®n al parecer tratan de ayudar a financiar los partidos, aunque es evidente que algunas migajas dejan ? a los intermediarios para que hayan podido acumular fortunas milagrosas de la noche al d¨ªa o, para engordar fortunas que vienen de lejos, repetidamente amnistiadas por la historia.
S¨®lo desde una posici¨®n interesadamente involucionista o torpemente carro?era se puede sostener que el estado de corrupci¨®n ha sido consecuencia de la hegemon¨ªa socialista a partir de 1982. Pero es evidente que afirmaciones y gestos que demasiado frecuentemente emite el poder han ayudado a crear una impresi¨®n colectiva de zafarrancho de enriquecimiento. Se nos ha dicho tentadoramente que Espa?a permit¨ªa r¨¢pidas riquezas y que un alquiler de 400.000 pesetas mensuales por un apartamento era comprensible; y si las afirmaciones han sido dif¨ªciles de comprender viniendo del patrimonio ideol¨®gico de donde ven¨ªan, mucho m¨¢s escandalosos han sido los gestos: fomento de una nueva clase rica intermediaria del poder, protagonismo de los h¨¦roes de las opas agresivas por encima incluso de los h¨¦roes del f¨²tbol o del rock, fascinaci¨®n de los gestores p¨²blicos ante el poder bancario, toda clase. de oscuridades en la reprivatizaci¨®n de Rumasa, el mal ejemplo de una nueva mesocracia funcionarial con despensa y llave en el ropero y coche oficial, amistades peligrosas con tah¨²res internacionales, incomprensi¨®n ante las reivindicaciones de los trabajadores y puente de plata a los profetas de toda suerte de trenes de alta velocidad. * . De la categor¨ªa a la an¨¦cdota, parte del caldo de cultivo del estado de corrupci¨®n se ha fomentado desde el poder, por m¨¢s que de vez en cuando se haya recomendado a sus servidores que fueran de vacaciones con el botijo, la suegra y un pa?uelo con cuatro nudos en la cabeza, a guisa de jipi-japa posmoderno.
Puntas de iceberg
Casos como el de Juan Guerra, Naseiro, Prenafeta o el que afecta a las concesiones del juego en el Pa¨ªs Vasco han sido puntas de un iceberg que no tiene por qu¨¦circunscribirse a Andaluc¨ªa, Valencia, Catalu?a o el Pa¨ªs Vasco. Estas cuatro puntas del iceberg se han visto o se han detectado por tel¨¦fono, pero nada invita a pensar que en otros puntos de la geograf¨ªa espa?ola el saqueo, incluso legal, no se haya cometido. Porque de saqueo hay que hablar cuando concesiones pol¨ªticas, que deb¨ªan tener en cuenta ante todo el inter¨¦s p¨²blico, hayan podido hacerse teniendo en cuenta qui¨¦n daba la mejor comisi¨®n. ?Cu¨¢ntas concesiones n ' o quedan ahora bajo la sospecha de este inter¨¦s particular no necesariamente concertado con el general? Lo que fue rumor, malquerencia, suspicacia hasta fines de 1989, se convirti¨® a comienzos de 1990 en evidencia. Era el momento para una reacci¨®n depuradora a iniciar por el propio Gobierno y por la instituci¨®n que detenta en primera instancia la delegaci¨®n de la soberan¨ªa popular: el Congreso de los Diputados. Al contrario. Tanto el Gobierno como un sector sorprendentemente mayoritario de sus se?or¨ªas se cerraron en banda, decretaron un particular estado de socorros mutuos al que alguien lleg¨® a llamar bloque constitucional, contribuyendo as¨ª a la sospecha antigua y moderna de que Dios los crea y ellos se juntan. Presionados por buena parte de los medios de comunicaci¨®n, pusieron en marcha un tartamudo proceso de investigaciones morosas y taca?as que todav¨ªa hoy pertenecen al secreto del sumario de la jerga parlamentaria. Lo que era una grave crisis de credibilidad democr¨¢tica colectiva se convirti¨® en estricta lucha por la conservaci¨®n del poder, inculcando desde el mismo la prevenci¨®n de que todo el esc¨¢ndalo era fruto de medios de comunicaci¨®n ¨¢vidos de mercanc¨ªas escandalosas y de una oposici¨®n de fondo que no se resignaba ante los sucesivos vapuleos electorales.
As¨ª est¨¢n las cosas. El llamado caso Naseiro no, ha merecido otro gesto por parte del Gobierno que la propuesta del se?or presidente de que don Jos¨¦ Mar¨ªa Aznar, si entra en raz¨®n, podr¨ªa sumarse al club de socorros mutuos, acentuando as¨ª el sospechoso car¨¢cter de tan interesada alianza. Frente a esas t¨¢cticas filibusteras del Parlamento se corre el peligro de que todo el trabajo de concienciaci¨®n cr¨ªtica asumida por los medios de comunicaci¨®n no amarillistas se convierta progresivamente en una semanal liturgia de la sospecha, sin el menor car¨¢cter moralizador social. Es m¨¢s. Si algo caracteriza el tono moral social es el aumento del sarcasmo y del cinismo, concretado en la expresi¨®n: Si yo pudiera tambi¨¦n lo har¨ªa. Testimonios y denuncias de los medios hubieran ultimado su eficacia de haber sido asumidos por los pol¨ªticos, que pod¨ªan convertirlos en medidas legislativas, operativas y culturales de cambio ¨¦tico. A¨²n se est¨¢ a tiempo para que el Gobierno y el Parlamento se desbloqueen y tomen la iniciativa en un proceso clarificador que, sin duda, pasa por el sacrificio de los responsables de los desaguisados, pero que restituir¨ªa el poder y la gloria a una sana mayor¨ªa de gestores pol¨ªticos.
Sociedad civil
Aun siendo nuestro problema, es fundamentalmente su problema. Como representantes de la sociedad civil no podemos pretender otra cosa que ellos act¨²en y autorreglamenten el giro ¨¦tico, que dif¨ªcilmente puede rehuir comisiones de investigaci¨®n sobre lo hecho, no s¨®lo a escala Congreso de los Diputados y Senado, sino tambi¨¦n en las dimensiones de poder auton¨®mico y municipal. Urge una complementaria red de auditor¨ªas, de car¨¢cter administrativo o privado, pero siempre lo suficientemente t¨¦cnicas para que no se conviertan en simples batallas de descr¨¦dito preclectoral. Porque es importante resaltar que no es tiempo de sermones, pero tampoco de jugar a ver la paja en el ojo ajeno, a la espera de que nuevos esc¨¢ndalos vayan reduciendo el club de los virtuosos y aumentando el club constitucional. Lo que est¨¢ en juego no es la hegemon¨ªa del partido en el poder o la capacidad de alternativa de la oposici¨®n mayoritaria, sino la confianza social ante la mayor¨ªa democr¨¢tica y ante la democracia misma. Si esa confianza se extingue, 'quedan afectados por igual virtuosos y viciosos, dentro y fuera del poder.
Pero la sociedad civil no debe desentenderse, a pesar de que la pol¨ªtica profesional haya hecho todo lo posible porque se desentendiera, arrasando la ya escasa disposici¨®n asociativa del pueblo espa?ol, arrasamiento que estuvo a punto de llevarse por delante incluso a los sindicatos. Si las asociaciones de vecinos no estuvieran tan diezmadas y esc¨¦pticas o tan colonizadas, muchos de los chanchullos realizados hubieran sido imposibles. Si los profesionales que intervienen en la relaci¨®n pol¨ªtica-econom¨ªa-sociedad dispusieran de medios colectivos de presi¨®n cr¨ªtica no corporativista, esa relaci¨®n no hubiera quedado a veces en manos de salteadores de sobremesa o de tel¨¦fono. Si la sociedad civil espa?ola estuviera articulada y dispusiera de saberes capaces de forcejear dial¨¦cticamente con los del poder, las garant¨ªas sociales de las ' decisiones llegar¨ªan a un punto ¨®ptimo. Por eso convocamos a formaciones pol¨ªticas, movimientos sociales o simples personas que algo quieran hacer para recuperar un clima de confianza democr¨¢tica que es imposible recuperar a base de controles telef¨®nicos. Una situaci¨®n en la que la barbarie del cinismo generalizado s¨®lo pudiera contrarrestarse mediante un control policiaco en la frontera de lo legal arruinar¨ªa la l¨®gica del mism¨ªsimo Estado de derecho.
Todo antes que aceptar la corrupci¨®n como una enfermedad cr¨®nica que llegar¨ªa a ser parte del sistema, como poder mismo en las rep¨²blicas bananeras y como poder paralelo en rep¨²blicas tan sofisticadas y europeas como la italiana. Doce a?os de democracia no nos dan derecho a tanta apat¨ªa, y bastar¨ªa un esfuerzo coaligado de Gobierno, partidos, movimientos sociales y ciudadanos para que la exigencia ¨¦tica se hiciera cultura y no enunciado, regla y no excepci¨®n. Hagan lo que hagan Gobierno y parlamentarios, aun siendo fundamental, no excluye que propongamos un trabajo de debate sobre la situaci¨®n y su posible salida, en una campa?a estatal de concienciaci¨®n sobre la relaci¨®n dernocracia-¨¦tica-pol¨ªtica, es decir, sobre la honradez intr¨ªnseca de la democracia. Debate al que convocamos en primer lugar a los sindicatos, porque, por lo visto el 14 de diciembre, supieron vertebrar un desasosiego civil amorfo. A todo el asociacionismo superviviente, a todos los colectivos existentes o por crear, a todos los medios de comunicaci¨®n, a todos los profesionales que intervienen en la creaci¨®n de saber y opini¨®n. No se trata de sustituir a los pol¨ªticos, sino de ayudarles a salir del Laberinto de las Sirenas.
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