Liberia, bajo el terror
El presidente Doe se queda solo ante el avance de los rebeldes
Las armas de los guerrilleros del Frente Patri¨®tico Nacional callan desde hace una semana. Su irresistible marcha hacia Monrovia, la capital de Liberia, se halla congelada a apenas 50 kil¨®metros de la ciudad. Para la poblaci¨®n civil ha comenzado una nueva guerra, la del desgaste de nervios en una incierta espera. Nadie conf¨ªa en el resultado de las negociaciones emprendidas con mediaci¨®n estadounidense.
El l¨ªder rebelde, Charles Taylor, volvi¨® el lunes a rechazar el alto el fuego. La ¨²nica certeza es que, si los rebeldes pierden su escasa paciencia y deciden tomar la capital con las armas, ser¨¢ una org¨ªa de sangre y fuego que no dejar¨¢ piedra sobre piedra. Krahns, guios, manos, mandingos, congos, por uno u otro motivo ninguna tribu se salva del p¨¢nico a las represalias ¨¦tnicas.M¨¢s de 100 personas intentan abordar un avi¨®n de las l¨ªneas guineanas fletado por la Embajada norteamericana en el marco de su plan de evacuaci¨®n de sus m¨¢s de 3.000 residentes, a los que hay que a?adir los 200 miembros del personal de la misi¨®n diplom¨¢tica. Pero la mayor¨ªa de los aspirantes a abandonar el pa¨ªs son congos, descendientes de los esclavos libertos norteamericanos que fundaron el pa¨ªs en 1847.
Esta ¨¦lite afroamericana tuvo las riendas del Gobierno de Liberia hasta que, hace 10 a?os, el actual presidente, Samuel Doe, subi¨® al poder con un violento golpe de Estado.
"Hay que salvar la vida", asegura uno de los que intentan huir. Dice que no tiene miedo a los rebeldes que est¨¢n a las puertas de Monrovia, esperando los resultados de las conversaciones de paz en Sierra Leona para decidir si dar o no el ¨²ltimo asalto.
Por la noche, momento favorito para actuar de los escuadrones de la muerte, integrados por los soldados gubernamentales krahn, los congo temen ser objeto de sus crueles represalias.
Los miembros de las tribus mano y guio, que forman el grueso de las huestes rebeldes, han .sido las principales v¨ªctimas de los saqueos, violaciones y decapitaciones a machete. Cuando cae el sol, centenares de ellos acuden a las iglesias cat¨®licas y luteranas en busca de refugio. Sus preocupaciones son pocas frente a la arrogancia y falta de escr¨²pulos de los soldados, que hace dos semanas asaltaron un grupo de refugiados en la sede de la ONU y secuestraron a 20, que fueron ejecutados y despedazados.
El inicio, la pasada semana, de las negociaciones entre el Gobierno y la guerrilla en la Embajada norteamericana de la vecina Sierra Leona, bajo la vigilancia del embajador de EE UU en Monrovia, no ha estimulado el optimismo. El presidente Doe no se decide a abandonar su puesto, condici¨®n de los guerrilleros para continuar el di¨¢logo. Cada d¨ªa m¨¢s solo, el lunes lanz¨® un ultim¨¢tum a los miembros de su Gobierno para que se reincorporen a sus ministerios o renuncien.
En la ¨²ltima reuni¨®n del Gabinete s¨®lo le acompa?aron cinco de los 18 ministros y las renuncias por t¨¦lex o por carta no dejan de llegar desde el extranjero.
Golpe de efecto
El lunes, el presidente intent¨® un golpe de efecto al anunciar la legalizaci¨®n de dos partidos pol¨ªticos y dos asociaciones (una de estudiantes y la otra de empresarios). Pero era demasiado tarde. Taylor ya no se contenta con estas concesiones, y ha respondido reiterando su negativa al alto el fuego en tanto no se cumplan todas sus condiciones.Mientras, durante el d¨ªa, los habitantes de la capital libran su lucha por la rutina cotidiana. La guerra civil mantiene paralizada desde su comienzo, hace cinco meses, la actividad econ¨®mica del pa¨ªs, que tiene sus dos pulmones productivos en las plantaciones de caucho y las minas de hierro en el norte. Ambas se hallan en poder de la guerrilla. Los abastecimientos escasean. En los mercados no falta el arroz, el elemento b¨¢sico de la alimentaci¨®n de los liberianos. Sin embargo, un cartel indica un tope de compra. "Lo peor no son las restricciones, sino los precios", dice una mujer. "Hace un mes un saco de arroz costaba 35 d¨®lares liberianos. Ahora, en el mercado negro, piden hasta 90 d¨®lares", a?ade. En las gasolineras hay ambiente de batalla. Las colas son interminables y los clientes no paran de gritar: "Aqu¨ª tienes mi dinero, venga". Pero s¨®lo unos pocos logran llenar el dep¨®sito. Para ma?ana, dicen los expertos, se habr¨¢n terminado las reservas de combustible.
"Aqu¨ª ya no queda nadie", dice un joven mandingo. Es uno de los pocos taxistas que siguen en la ciudad, pues este servicio, y en general el de todos los transportes, estaba en manos de los miembros de su etnia, una de las primeras en huir por carretera. En su caso, temen la furia vengadora de los rebeldes, pues los mandingos son poco queridos por los guios y mano por su alianza con los krahn, en el poder. Las matanzas que han seguido al avance de los rebeldes contra los mandingos, principalmente musulmanes, nada tienen que envidiar en brutalidad a la de los soldados. "Ya no tenemos imames en este pa¨ªs", explica el joven taxista. "Cuando todo empez¨® en Nimba, los liquidaron los rebeldes con la poblaci¨®n civil".
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