Color sepia

De pronto, entre los morritos pringados de helado y las chispas de la vida perladas de verano, aparecen en los anuncios televisivos los caracteres cir¨ªlicos de la Revoluci¨®n de Octubre ofrecidos por gentileza de Renfe. Ah¨ª est¨¢n todos: Lenin blandiendo su perilla al aire, Trotski a bordo de su tren y los ra¨ªles crujientes como una cremallera de las estepas y las multitudes. No hay nada m¨¢s inocuo que una revoluci¨®n en el asilo. Porque mientras est¨¦ agonizando en el asilo ya se puede ir con cualquier pretexto a husmear en los armarlos y a hurgar en los cajones y las canastillas para poder bordar banderas rojas junto a los cocodrilos Lacoste y estrellas de cinco puntas en los relojes de platino. No hay mayor depredador que el tiempo. Esos hombres y mujeres del Palacio de Invierno creyeron ganarse el pan y la libertad cuando en realidad no eran otra cosa que extras de un videoclip publicitario para vender tejanos, gaseosas o veraneos.Toda m¨ªtica engendra una moda, y si los cow-boys sirven para vender Marlboro, no es nada extra?o que Lenin se haya convertido en un tour operator de ferrocarriles juveniles. Antes nos gustaba la URSS porque estaba lejos y ahora nos gusta porque est¨¢ cerca. El mercado es mucho m¨¢s adaptable que las ideolog¨ªas. Se amarra a nuestra memoria y nos propone unas vacaciones color sepia, que es nuestro color preferido. En estos rostros eisensteinianos donde asomaba el hambre de siglos y el miedo de los parias de la tierra alguien ha cre¨ªdo ver un nuevo motivo para vender lujo y para estimular el consumo. Acabadas por simple expoliaci¨®n todas las colonias materiales, ahora hemos descubierto el infinito placer de los colonizadores culturales. Extraeremos a esos pobres bolcheviques de museo las materias primas de la utop¨ªa que fue y a cambio les cederemos nuestra curiosidad de misioneros. A todos los cazadores les gusta retratarse con el le¨®n una vez muerto. ?