Bagdad
Las ventanas ya no son lo que eran. Antes, asomados a una ventana Pod¨ªamos pasar tardes enteras y cada una de las horas de esas tardes ven¨ªa cargada de sucesos. Es cierto que desde que el televisor sustituy¨® a las ventanas vemos m¨¢s cantidad de cosas, pero nos impresionan menos. Es m¨¢s eficaz un simple atropello automovil¨ªstico sucedido bajo el balc¨®n de uno que un apaleamiento de negros en Sur¨¢frica sucedido en la pantalla del televisor. Tambi¨¦n es m¨¢s excitante la contemplaci¨®n de un breve escote a trav¨¦s de los visillos de una ventana que 10 strip-teases del programa de Angel Casas en compa?¨ªa del abuelo, el esposo o la esposa, y los hijos de los vecinos. En fin, toda mirada comporta un punto de vista, una posici¨®n moral del que mira respecto a lo que ve. El punto de vista que adoptamos al contemplar la realidad a trav¨¦s del televisor es bastante inmoral. ?Por qu¨¦? Lo ignoro, pero lo cierto es que la ventana del televisor coloca todo a tal distancia de uno que parece que no le concierne. A trav¨¦s del televisor te enteras, por ejemplo, de un conflicto sucedido en el golfo P¨¦rsico y como de vez en cuando oyes la palabra Bagdad te suena a historia de Las mil y una noches. Te quedas con el nombre del pr¨ªncipe malo -Sadam Husein- y regresas a las cosas sin que tu identidad moral se haya movilizado. Lo curioso es que vives en una civilizaci¨®n montada sobre un producto que llega a trav¨¦s de unas tuber¨ªas cuyo grifo controla ese pr¨ªncipe malo. Todo lo que tienes, todo lo que haces desde que te levantas hasta que te acuestas, depende, del petr¨®leo, y ahora resulta que el petr¨®leo sale en un pa¨ªs que no existe porque es un pa¨ªs de cuento. Raz¨®n de m¨¢s para que no se hagan consideraciones morales -es decir, culturales- sobre un conflicto que a fin de cuentas s¨®lo puede da?ar a nuestros bolsillos. Como si de nuestros bolsillos no dependieran nuestros juicios morales. Qu¨¦ raro es todo. En fin.
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