Graham Greene: un recuerdo
Conoc¨ª a Graham Greene en 1957. Yo hab¨ªa regresado de Malaya, y un amigo suyo de aquel protectorado de reciente independencia me hab¨ªa pedido que le llevara unas camisas de seda confeccionadas para ¨¦l en Kuala Lumpur. Se las entregu¨¦ en su piso de Albany, y aquel d¨ªa comimos juntos. Al cabo de un tiempo alguien hizo circular el rumor de que las camisas llevaban cosidas en sus pu?os p¨ªldoras de opio. En mi opini¨®n, era un rumor infundado. Green y yo compart¨ªamos la devoci¨®n por el opio, perfectamente satisfecha en Extremo Oriente. Tambi¨¦n ten¨ªamos en com¨²n el ser cat¨®licos, pero esto, a pesar del viejo sarcasmo marxista, no representa una adicci¨®n. El d¨ªa de ese primer encuentro era viernes, de modo que comimos pescado. Antes, mi anfitri¨®n me prepar¨® un martini muy cargado. En aquella ¨¦poca era poseedor de la enorme colecci¨®n de botellines de whisky sobre la que se basar¨ªa para algunas escenas de Nuestro hombre en La Habana. Los botellines formaban parte de la decoraci¨®n, y no se pod¨ªan utilizar.Yo acababa de publicar mi primera novela, Time for a Tiger, y Greene tuvo la amabilidad de pedirme que le dedicara su ejemplar. A los dos nos editaba entonces Heinemann, y estoy seguro de que a Greene le hab¨ªa llegado ese ejemplar de forma gratuita.
En mis posteriores tratos con ¨¦l not¨¦ de su parte cierta desconfianza. Creo que estaba relacionada con la religi¨®n. El se hab¨ªa convertido al catolicismo, como su amigo Evelyn Waugh, y ten¨ªa perfecta conciencia de la distancia que separa a un converso de alguien que es cat¨®lico desde la cuna, como yo. Yo pertenec¨ªa a una cultura diferente, m¨¢s europea que brit¨¢nica, y carec¨ªa tanto de la rigidez de Waugh como de la pedanter¨ªa de Greene. De los dos, el mejor converso era Waugh, cuyas objeciones teol¨®gicas a El rev¨¦s de la trama (a mi juicio, el mejor libro de Greene) siguen pareci¨¦ndome tan brillantes como v¨¢lidas. No cab¨ªa duda alguna respecto a cual de los dos era m¨¢s inteligente.
El pecado
Greene se sent¨ªa fascinado por el pecado, mientras que Waugh lo aborrec¨ªa. En su primera novela cat¨®lica, Brighton, parque de atracciones, estableci¨® una curiosa oposici¨®n entre un universo secular en el que las cosas bien hechas sosten¨ªan una pelea intrascendente con las cosas mal hechas, y un universo escatol¨®gico en el que el bien libraba una aut¨¦ntica guerra contra el mal. El mal, fuera como fuese, terminaba siendo una instancia cargada de nobleza, y Pinky, el g¨¢ngster cat¨®lico (que pronuncia unas palabras improbables: "Credo in unum Satanum"), es al menos suficientemente hombre como para condenarse, por decirlo con palabras de T. S. Eliot. A Greene no le gustaron nunca las objeciones que yo opuse a sus distorsiones ¨¦ticas. Era un hombre susceptible. Greene era un exiliado nato. A m¨ª siempre me lo pareci¨®. Ten¨ªamos esto en com¨²n, y esta caracter¨ªstica ten¨ªa que ver con nuestra fe compartida. Es algo que nos llev¨® a los dos al Mediterr¨¢neo, ¨¦l a Antibes y yo a Italia primero y despu¨¦s a M¨®naco. En cierto sentido ¨¦ramos vecinos. A m¨ª no me convenc¨ªa mucho su planteamiento vital, ya que viv¨ªa con la esposa de otro hombre, pero con el transcurso de los a?os termin¨® una versi¨®n muy personal del catolicismo en la que cab¨ªa incluso una probable ausencia de la deidad. Lo que m¨¢s me preocupaba de ¨¦l era su capacidad para reconciliar un sistema espiritual con un sistema materialista. En su opini¨®n, el comunismo era el idearlo pol¨ªtico que mejor encajaba con la m¨ªstica cat¨®lica. Lo dice expl¨ªcitamente en Los comediantes: es posible que el comunismo tenga las manos manchadas de sangre, pero es todav¨ªa peor la escudilla en la que Poncio Pilatos se lav¨® las suyas. Me parece que Greene evitaba enfrentarse a ciertos temas morales muy complejos por el procedimiento de viajar a pa¨ªses en los que los problemas relativos al establecimiento del bien social estaban excesivamente simplificados. Era muy f¨¢cil estar del lado de los revolucionarios cuando su tarea consist¨ªa en eliminar una dictadura sin Dios. Hait¨ª, Panam¨¢ y Argentina eran sus escenarios preferidos para sus dramas humanos m¨¢s bien simplistas.
Nuestro ¨²ltimo encuentro ocurri¨® hace 11 a?os. Nos vimos en su peque?o apartamento de la rue Pasteur. Yo ten¨ªa muchas ganas de investigar no tanto sus ra¨ªces teol¨®gicas como las literarias. En cuanto a las primeras, yo segu¨ªa opinando que Greene era un jansenista para el que el orden natural era corrupto, pero ¨¦l lo neg¨® con la mayor firmeza. Segu¨ªa leyendo lo que James Joyce habr¨ªa llamado teolog¨ªa de andar por casa, pero se gan¨® todas mis simpat¨ªas cuando me dijo que estaba leyendo a Ford Maddox Ford, a quien, como yo, consideraba el mejor y el m¨¢s novelista del siglo. Tambi¨¦n su pasi¨®n por Ford provoc¨® una disputa entre nosotros. ?l hab¨ªa editado Parade's End, e imperdonablemente, elimin¨® la ¨²ltima novela de la tetralog¨ªa. Me pareci¨® curiosa pero t¨ªpicamente obtuso suponer que hab¨ªa que tomar en serio el nulo aprecio que Ford sinti¨® por Last Post. Sus juicios literarios no eran de fiar, cosa que estaba dispuesto a admitir.
Disfrutando
La ¨¦poca edwardiana en la que floreci¨® Ford era su ?taca literaria. Admiraba profundamente a Conrad y en cierto sentido se ve¨ªa a s¨ª mismo como el sucesor: alguien que investiga las motivaciones humanas bajo cielos ex¨®ticos. Pero sab¨ªa que hab¨ªa decidido servir un g¨¦nero inferior al que representan Nostromo y El coraz¨®n de las tinieblas. Sus novelas han sido populares en dos sentidos. Se vend¨ªan much¨ªsimo y fueron convertidas en pel¨ªculas casi siempre mediocres. Explotaban, adem¨¢s, desarrollos argumentales ensayados hasta la saciedad, y jam¨¢s ambicionaron las dimensiones que, para Ford y Conrad, eran imprescindibles en quien pretende dar una visi¨®n panor¨¢mica de la vida. Greene reconoci¨® que ninguna de sus novelas merec¨ªa ser calificada de "grande". Acept¨® el criterio del comit¨¦ del premio Nobel, seg¨²n el cual era demasiado popular como para merecer la distinci¨®n que tradicionalmente reciben escritores grandes pero que no venden apenas. A los 75 a?os predijo que esperaba un premio m¨¢s grande que el Nobel. ?Cu¨¢l? La muerte.
El puede haber dicho que quer¨ªa la bendici¨®n final o la maldici¨®n, pero no hay duda de que estaba disfrutando de la vida -alto, en buena forma f¨ªsica, de Ojos claros, amante de una atractiva francesa y del vino franc¨¦s-. Parte de los placeres de su vida era la cuota diaria de doscientas palabras -ni mas, ni menos- en min¨²scula caligraf¨ªa. Se jactaba ante m¨ª del exacto recuento de las palabras que pod¨ªa escribir en la primera p¨¢gina de un nuevo manuscrito a m¨¢quina. Doscientas palabras diarias le dejaban la mayor parte del d¨ªa para vivir. Vivir pod¨ªa significar ser combativo. El J'accuse que elev¨® a Jacques Medecin, alcalde de Niza, mostr¨® el esp¨ªritu luchador de un hombre que no estaba dispuesto a tolerar la injusticia. Pag¨® muy alto el precio de lo que se consider¨® un panfleto, pero la paga fue solo en dinero, algo que ten¨ªa en abundancia, aunque esto no se manifestara en opulencia o sibaritismo en su estilo de vida. "Il n'est pas facile", me dijo un destacado nizardo. Tampoco lo era ¨¦l. Lamento que nuestra relaci¨®n se interrumpiera por un roce que pareci¨® fr¨ªvolo y que era simplemente un s¨ªntoma de nuestra edad.
Me preguntaron en un programa de televisi¨®n franc¨¦s cu¨¢ntos a?os ten¨ªa en ese momento Greene, y yo le ech¨¦ un par de a?os m¨¢s. Esto levant¨® su furia cuyo exceso no lleg¨® a alterar la exquisita caligraf¨ªa en que la expres¨®. M¨¢s tarde yo fui indiscreto con un periodista sobre su vida dom¨¦stica. La furia entonces se modul¨® en la recomendaci¨®n perentoria de que yo deb¨ªa ver a un m¨¦dico. Pero yo me daba cuenta de que exist¨ªa una antipat¨ªa dif¨ªcil de analizar, expresada en un Frase de la semana de peri¨®dico dominical. Lo entrevist¨¦ y le mostr¨¦ el texto de la entrevista. La aprob¨® pero luego dijo p¨²blicamente: "Puso palabras en mi boca que he tenido que mirar despu¨¦s en el diccionario".
Sostuve por ¨¦l un cauteloso afecto. Le gustaba escribir y lo hac¨ªa bien. Nunca hice una cr¨ªtica de sus libros que no fuera por lo menos lisonjeramente laudatoria.
Una vez le pregunt¨¦ lo que Auden hab¨ªa querido decir con la frase "cu¨¢n grahamgreeniano" y cu¨¢l era la ubicaci¨®n exacta de Greenelandia. Observ¨® que esa reducci¨®n period¨ªstica expresaba una superficilaidad desechable -el t¨®pico del exilio llevado a beber bajo las palmeras, visitando ocasionalmente el burdel local, consciente del abandono de Dios y del mundo-. As¨ª es el cura borracho de El poder y la gloria, pero, siendo un ministro de la fe cat¨®lica, es mucho m¨¢s que eso. El mundo cariado de Greenlandia es el del hombre ca¨ªdo, el Ad¨¢n desesperado inseguro de su pecado pero convencido de su culpa. La redenci¨®n parece ser una historia diferente. En otras palabras, el tema de Greene era el del pecado original, un concepto impopular en nuestras sociedades relativistas. Lo sorprendente es que pudiera hacer ficci¨®n popular con ello.
En nuestra ¨²ltima comida juntos le pregunt¨¦ qu¨¦ es lo que m¨¢s echaba de menos de Gran Breta?a. "Las salchichas", dijo. No hab¨ªa suficiente pan en la ajosa variedad francesa. Muri¨® un poco cat¨®lico, un poco cosmopolita, muy escritor, ciertamente todo un ingl¨¦s.
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