Por qu¨¦ el alcalde tiene la cara de ancla
Salvando las distancias con santa Teresa, desde hace algunos a?os yo tambi¨¦n vivo sin vivir en m¨ª. Los que me conocen saben que vivo en personalidades mucho m¨¢s ilustres que yo. Un extra?o proceso se oper¨® un d¨ªa ante el micr¨®fono de la cadena SER; y desde entonces, de la mano de Julio C¨¦sar Iglesias, y en el aquelarre llamado La verbena de La Moncloa, al que tambi¨¦n concurre mi amigo Javier Capit¨¢n, yo no soy yo, evidentemente. Los duendes de los padres de la patria se apoderan de m¨ª, y juegan conmigo a que soy un camale¨®n capaz de mimetizar voces. Ser imitador plantea no pocas dudas morales. ?Es l¨ªcito hacer co?as a costa de una figura p¨²blica? ?Es sensato arriesgarse cuando un hijo cachas del imitado puede ofenderse y romperte la cara? Con todo, el problema m¨¢s gordo surge cuando la broma se apodera de la realidad, el juguete se le escapa a uno de las manos y la ilusi¨®n cobra vida. Ni Javier ni yo somos magos: actuamos sin inhibiciones, probablemente largamos m¨¢s all¨¢ de nuestros prop¨®sitos. Alfonso Uss¨ªa resumi¨® el embrujo que da la radio a los que cultivamos la simulaci¨®n bienhumorada: "Empiezas de cachondeo y alg¨²n d¨ªa te dicen que est¨¢s creando opini¨®n". Vamos a ser realistas: no hay nada m¨¢s f¨¢cil que una broma telef¨®nica, y nosotros, sabedores de lo mal que funciona el tel¨¦fono, s¨®lo damos esas bromas al por mayor. Y lo hacemos a trav¨¦s del micr¨®fono, lo de crear opini¨®n, queda para gente m¨¢s seria.De los perfiles que recreamos, hay algunos que merecen el favor incuestionable del p¨²blico. Y uno de ellos es, sin duda, el del alcalde de Madrid. Cuando Javier y yo empezamos a hacer gorgoritos ante el micr¨®fono, nunca sabemos qu¨¦ suerte correr¨¢ el monstruito. Modulamos una voz que trata de parecerse al personaje real y en paz. Algunas no pasan de ser un eco lejano de la realidad. Otras se alimentan del original, y tal vez rebozadas en el esperpento, en el surrealismo y, en ocasiones, en la ternura se crecen hasta tomar vida propia.
Techo para el amor
A mi Rodr¨ªguez Sahag¨²n le pasa eso: yo le he dicho que debe callarse, que no me parece bien imitar a un alcalde que ya no va a ser m¨¢s alcalde, y que quien elige el silencio y el retiro bien merece que se le respete. Pero mi criaturita se me rebela y, parece susurrarme al o¨ªdo con su inconfundible voz aflautada: "?Y c¨®mo me voy a ir, si me queda Adolfo y el fervor del p¨²blico?".No voy a caer en el t¨®pico de decir, ahora que se retira, que ha sido un gran alcalde. Mi an¨¢lisis es personal: me ha parecido en¨¦rgico, generoso, culto, sensible y cachondo. El d¨ªa que vino de invitado a La verbena de La Moncloa dio un recital de vitalidad, desparpajo y tolerancia. Y no s¨®lo no me rompi¨® la cara por las peque?as putaditas que, consciente o inconscientemente, le hago cada semana. Sino que adem¨¢s me invit¨® a comer. Un cocido que le debo, se?or alcalde.
Pero esto, claro, no me dar¨ªa pie para pedir que no se vaya del todo. Lo que fortalece mi petici¨®n fue verle hacer esa dram¨¢tica llamada a las fuerzas pol¨ªticas para que de una pu?etera vez den soluci¨®n al problema de la vivienda. Le vi con l¨¢grimas en los ojos, y le o¨ª decir con la voz quebrada: "Desde donde est¨¦, no dejar¨¦ de luchar hasta conseguir que este problema se solucione".
Entonces comprend¨ª por qu¨¦ el alcalde de Madrid tiene cara de ancla. A su edad, dicen, uno es responsable hasta de la cara, y, con ese nuevo y emocionante rasgo de humanidad por su parte, Agust¨ªn Rodr¨ªguez Sahag¨²n -el genuino, y no mi caricatura- me ha convencido de que quiere quedarse fondeado en el coraz¨®n de los madrile?os.
Es lo cabal: que se quede en segundo plano si lo desea, pero queno nos deje. En La verbena de La Moncloa nos hace falta su voz para seguir haciendo humor. Pero muchos j¨®venes la necesitan adem¨¢s para algo mucho m¨¢s importante: hacer el amor. Lo quieren hacer bajo techo, confortablemente, en su propia casa.
Y saben que para conseguir eso, que es tan dif¨ªcil, es necesario contar con la voz singular de ese luchador corajudo, tan imitado pero tan inimitable, que es, Agust¨ªn Rodr¨ªguez Sahag¨²n.
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