La casa
Conoc¨ª la casa tal como era entonces. En el jard¨ªn a¨²n crec¨ªa una colecci¨®n de plantas mediterr¨¢neas catalogadas seg¨²n sus virtudes medicinales y aromas para infusiones, que inici¨® en el siglo pasado un fraile de la familia llamado Tomas¨®n. Ten¨ªa una huerta donde se daban las verduras del tiempo, y en la cancha de tenis, cuya red hab¨ªa desaparecido, los hijos progresistas en los a?os setenta jugaban a la petanca, no lejos de una p¨¦rgola derruida bajo la parra virgen. Entre los pinos hab¨ªa hamacas y columpios rotos. All¨ª los amigos hablaban de pol¨ªtica. Aunque eran gente de la burgues¨ªa local con alguna incrustaci¨®n aristocr¨¢tica, ellos firmaban todos los panfletos contra el imperialismo norteamericano, y se hubieran dejado matar antes de manifestar una opini¨®n en contra de la Uni¨®n Sovi¨¦tica. Cre¨ªan que el mundo caminaba hacia el socialismo. Una criada rubia con cofia serv¨ªa la mesa y la casa ten¨ªa una torreta ca¨ªda, salones con muebles antiguos desvencijados, un piano de cola desafinado y una biblioteca con sillones ra¨ªdos, pero, de pronto, en la galer¨ªa que se abr¨ªa al mar las mecedoras blancas un d¨ªa hab¨ªan dejado de crujir y los habitantes de la casa desaparecieron. Ayer los nuevos due?os dieron una fiesta. La casa estaba toda forrada de m¨¢rmol veteado en rosa, y los invitados, haciendo sonar las pulseras de oro, penetraron en el antiguo jard¨ªn, que ahora se hab¨ªa convertido en un terrible juego de luces rojas y verdes para simular un ambiente tropical alrededor de una piscina ol¨ªmpica. Hab¨ªa un sauce llor¨®n con centenares de langostas, cigalas y bogavantes engarzados en sus ramas, que desped¨ªan un gran fulgor al ser iluminados por los focos, y eso s¨®lo era una parte m¨ªnima del buf¨¦. Estos nuevos seres con camisas de seda y cadenas con cristos de Dal¨ª sobre las pechugas requemadas brindaban ayer por la ca¨ªda del comunismo en el mundo, y con la boca llena de marisco felicitaban a los due?os por el esplendor moderno que le hab¨ªan dado a esa vieja mansi¨®n adquirida a precio de ganga.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.