La verdad noble

Si alguna vez puede hablarse de se?or¨ªo en la m¨²sica es ante la noble sustancialidad art¨ªstica de Giulini, armada sobre una humanidad conmovedora. Y como nobleza obliga y nada hay m¨¢s noble que la verdad, el gran maestro italiano no se permite en sus versiones ni un adarme de falsedad, que esto es en arte toda concesi¨®n o cualquier tendencia .hacia el expresivismo exterior. Nobleza tambi¨¦n en el gesto y en la calidad del mismo sonido, que ni en los pian¨ªsimos ni en los fuertes se quiebra o afea.El R¨¦quiem verdiano es un inmenso monumento sonoro al risorgimento envuelto en la pena por la muerte de Alessandro Manzoni. Verdi puso todo su talento musical y dram¨¢tico al servicio de un texto que permite la lectura religiosa, pero, igualmente la interpretaci¨®n dram¨¢tica hacia la que se inclina, sin duda, Giuseppe Verdi. Y cuando un director de los altos quilates de Giulini toma la obra en sus manos, nos descubre que, adem¨¢s de noble teatralidad, lo espiritual se muestra a trav¨¦s de un repertorio de emociones ¨ªntimas que van desde la piedad a la turbaci¨®n para estallar insistentemente en la genial dureza tr¨¢gica del Dies irae.

Ante el arte de Giulini no cabe sino rendirse, y cuando el concierto acaba, entristecerse un poco por la fugacidad de la experiencia musical. Ante un greco, ante El Escorial o la Victoria de Samotracia, podemos decidir cu¨¢ntas horas durar¨¢ la emoci¨®n. En la m¨²sica, medida del tiempo, no. Quedan con fuerza imborrable los recuerdos.

Viejo, sabio y buen maestro es Carlo Maria Giulini y magn¨ªficos fueron sus colaboradores, incluido un cuarteto notable formado por la soprano Fran?oise Pollet, que decay¨® un tanto en el curso de la interpretaci¨®n, la mezzo Petra Malakova, el tenor Vison Cole y el bajo David Johnson, en el que se agudiz¨® la expresi¨®n dramat¨²rgica de la obra. El resumen puede hacerse con una sola palabra: inolvidable.