Esa vieja costumbre de sentir
En las ¨²ltimas d¨¦cadas de este siglo revuelto han ocurrido relevantes hallazgos, mutaciones, rupturas, vaivenes. Cualquier interesado en el tema podr¨ªa hacer la lista; yo tambi¨¦n, pero no quiero cansar al lector con una n¨®mina de se?ales que la prensa exhibe diariamente en sus titulares. Sin embargo, se han producido otras alteraciones, menos espectaculares, ya no entre poder y poder, o entre invasor e invadido, sino entre pr¨®jimo y pr¨®jimo. Como extra?a derivaci¨®n de tales reajustes, los sentimientos est¨¢n pasando a la clandestinidad. La violencia como abrumadora propuesta de los medios audiovistiales; la desaforada obsesi¨®n del consumismo y la inescrupulosa persecuci¨®n del sacrosanto Estado; el fundamentalismo del confort; la plaga universal de la corrupci¨®n; la represi¨®n legal, y la otra, la autorizada; la antigua brecha, hoy convertida en profundo abismo, entre acaudalados y menesterosos; todo ello conforma un azote colectivo que castiga las emociones, cuando no las expulsa, las exilia. Acorralados y escarnecidos, los sentimientos pasan a la clandestinidad. A veces hay que esconderse para ejercer o recibir la solidaridad.Por otra parte, el virus antisentimental se ha transmitido a las artes y las letras. En m¨¢s de un pa¨ªs pueden detectarse posturas de cierta cr¨ªtica que no soporta la aparici¨®n o exteriorizaci¨®n del sentimiento. Poseedores de un reci¨¦n incorporado esc¨¢ner llamado Kundera, lo deslizan por los altozanos y planicies de cada nuevo libro o nueva canci¨®n o nuevo drama, y cuando tropiezan con alg¨²n sentimiento rezagado o que a¨²n no ha pasado a la clandestinidad, se atropellan y no dan abasto para etiquetarlo como kitsch, palabra importada del alem¨¢n que significa cursi, vulgar, chabacano, de mal gusto, y otras linduras. A veces, uno tiene la impresi¨®n de que algunos rese?adores culturales s¨®lo est¨¢n preparados para buscar y detectar lo kitsch (les parece demasiado vulgar decir vulgar). No es que no est¨¦n capacitados para sentir, pero quiz¨¢ se lo oculten a s¨ª mismos para no morirse de verg¨¹enza. Curiosamente, estos fan¨¢ticos de Bukosvki, sus borracheras, sus eructos en televisi¨®n y su sexo expl¨ªcito, suelen ignorar ol¨ªmpicamente a Henry Miller, quien tambi¨¦n se emborrachaba y fornicaba expl¨ªcitamente, pero lograba meter todo eso en un clima de poes¨ªa, casi de misticismo, v as¨ª elevaba su realismo sucio avant-la-lettre a la categor¨ªa de arte universal.
En este hoy agobiante, la agresi¨®n al sentimiento comienza desde la infancia. Hace 60 o 70 a?os, y antes a¨²n, los ni?os le¨ªan a Verne, a Salgari, los m¨¢s precoces a Dumas, pero tambi¨¦n se entusiasmaban con un libro mucho m¨¢s ingenuo, Cuore (Coraz¨®n), del italiano Edmondo de Amicis (1846-1908), a quien Benedetto Croce calific¨® de "non artista puro, ma scrittore moralista". Es posible que ahora, resecos por mezquindades y laceraciones varias, juzguemos aquella obra como sensiblera, pero lo cierto es que en las infancias de varias generaciones cumpli¨® una funci¨®n no despreciable: ense?¨® a sentir. Aun considerando las blanduras y compunciones de Il piceolo scrivano floren tino, Sangue romagnolo o Dagli Appennini alle Ande y otros relatos de Cuore, ?no constitu¨ªa aquel libro una "educaci¨®n sent¨ªmental" menos desalmada que los monstruos extraterrestres, los pistoleros gal¨¢xicos o las ametralladoras de rayos c¨®smicos, que hoy pueblan las jugueter¨ªas, los ¨¢rboles navide?os y las pesadillas infantiles?
La vieja historia, cuyo final es anunciado con tanta soberbia por un reputado nipoyanqui, ?quedar¨¢ paralizada en este cruce de violencias? Mientras los polit¨®logos intentan responder a esa interrogante, el sentimiento aut¨¦ntico es desalojado por lo fr¨ªvolo programado. Aunque los mass media y ciertas tiernas ¨¦lites intelectuales que no se arriesgan a salir de su gueto, incluyan el sentimiento en sus listas negras, el ser humano tuvo y sigue teniendo necesidad de sentir. Lo malo es que si la televisi¨®n s¨®lo le brinda un simulacro de sentimientos, ¨¦l (o m¨¢s a menudo ella) igualmente se aferran a la pobre imitaci¨®n. Tal vez fuera ¨²til indagar, sin ¨¢nimo encuestador pero s¨ª reflexivo, a qu¨¦ se debe el actual ¨¦xito, en todo el orbe, de las telenovelas o culebrones. ?No ser¨¢ que la gente se est¨¢ aburriendo de guerras interplanetarias y trasplantes de cerebros asesinos, y aspira a que las im¨¢genes y las peripecias de la pantallita familiar de alg¨²n modo apelen a sus sensaciones presentes y no a los improbables fulgores del siglo XXIII? Ya que le son birladas las emociones de buena ley, el p¨²blico se atiene a remedios mediocres, a efusiones de pacotilla.
Si el espectador antes se hab¨ªa conmovido, por ejemplo, con seriales espa?oles de excelente factura, como Fortunata y Jacinta o Los gozos y las sombras, ahora su vieja necesidad de sentir lo arrastra a hipnotizarse con Dallas, sin duda una bazofia, pero de t¨¦cnica impecable. Es obvio que en los seriales norteamericanos los pobres no existen. Los pobres no s¨®lo son indeseables en la realidad y en los presupuestos del Estado; lo son asimismo en la televisi¨®n.Aunque lo formulen desde una visi¨®n clasista, los brit¨¢nicos (Los de arriba y los de abajo) al menos no los ignoran totalmen te. Entre los latinoamericanos, Brasil (que es el de mejor nivel profesional) hace sus equili brios. Los mejores en este rubro quiz¨¢ sean los australianos, que est¨¢n produciendo seriales de indudable calidad art¨ªstica y honesta proyecci¨®n social. En cambio, en sus equivalentes norteamericanos (Dallas, Dinast¨ªa, Falcon Crest, etc¨¦tera), las pasiones, los cr¨ªmenes, las escenas de cama, las gestas de la hipocresia, ocurren por lo gene ral entre acaudaladas familias que generan su peculiar y sun tuosa ley de la selva. La verdad es que cuando las recibimos en el Tercer Mundo, resultan hIs torias para ser contempladas desde lejos, nunca desde un palco proscenio sino desde el gallinero, puesto que tales dramas no nos involucran. Se trata de chismes y puter¨ªos, pero de un remoto Walhalla. Aun as¨ª, pue de ser francamente divertido presenciar c¨®mo h¨¦roes y semi h¨¦roes, diosas y vicediosas, se traicionan y abofetean, se des panzurran o se inmolan, sin que, por otra parte, nada de ello s gni ique el Final de la trama. ?Acaso no aparecen, tras el boato de cada funeral, los cuan tiosos legados, con sus cruentas batallas anexas, gracias a las cuales pueden prolongarse la expectativa y los consiguientes dividendos mundiales?
Ya no en la televisi¨®n sino en la vida monda y lironda, las hecatombes varias de estos a?os de delirio han generado nuevos prejuicios, xenofobias, discriminaciones, condenas. Haber luchado alguna vez (cercana o remota, poco importa) por la justicia y la distribuci¨®n decente de la riqueza, puede ser hoy una mancha en el curr¨ªculo del m¨¢s
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pintado. Lo cierto es que los sentimientos son inc¨®modos; no caben en la computadora, no pagan impuestos, no convocan multitudes y ya ni siquiera hacen goles. Por otro lado, la televisi¨®n ense?a a sus mirones a aburrirse de los indigentes y a entretenerse con los espl¨¦ndidos. Es claro que tambi¨¦n los pobres se aburren de su pobreza. Un an¨®nimo humorista uruguayo perge?¨® hace poco un chiste tan macabro como veros¨ªmil: "El Uruguay no es un pa¨ªs subdesarrollado, sino en v¨ªas de subdesarrollo". No obstante, antes de hundirse en ese subdesarrollo y en la insensibilidad programada desde el poder, la gente busca afanosamente volver a sentir. El sentimiento es una vieja costumbre y, en el fondo, el hombre y la mujer corrientes no se resignan a perderla.
Para el publicitado y congelante posmodernismo el sentimiento no cuenta; es apenas un insignificante rescoldo del romanticismo. Es claro que para el posmodernismo son tantas las cosas que no cuentan, que el sentimiento es tan s¨®lo un inmolado m¨¢s. No obstante, en los pa¨ªses "en v¨ªas de subdesarrollo", donde el fabuloso consumismo de los sectores privilegiados puede llegar a ser una insultante exhibici¨®n para aquellos hombres y mujeres que ni siquiera tienen seguros el techo o la comida, el sentimiento es a¨²n un refugio, una cantera.
En un mundo donde, al decir del cardenal Roger Etchegaray, "el capitalismo se siente debilitado por su propia victoria y busca una ¨¦tica como nunca lo ha hecho", el sentimiento podr¨ªa ir saliendo de sus catacumbas, ya que al capitalismo, por m¨¢s esfuerzos que haga, le va a ser muy dificil encontrar una ¨¦tica que nunca tuvo. En el pasado (despu¨¦s de Cristo, pero antes de Kundera) el sentimiento represent¨® una fuerza vital, un sost¨¦n y un resguardo de la ¨¦tica. Quiz¨¢ hoy el sentimiento s¨®lo pueda movilizarse a golpes de utop¨ªa. No estar¨ªa mal, despu¨¦s de todo. Las utop¨ªas, realizadas o no, pero siempre generosas y abiertas, han funcionado muchas veces como sistemas de circulaci¨®n del sentimiento, y es obvio que el mundo en crisis necesita esa savia.
M. Benedetti es escritor uruguayo.
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