Cr¨¢neo
En un tiempo remoto, cuando se cre¨ªa que el mundo ten¨ªa la forma del cr¨¢neo, nosotros ¨¦ramos las ideas que habitaban en el Interior de aquella caja ¨®sea infinita. Conviv¨ªa mos con los sue?os del mundo, que eran los p¨¢jaros; con sus pesadillas, que ser¨ªan los peces; y con el resto de las fantas¨ªas que poblaban aque lla innumerable b¨®veda: elefantes, jirafas, hipop¨®tamos, buganvillas, palmeras, cataratas, selvas, desiertos y volcanes. Pero nosotros ¨¦ramos el pensamiento del universo, su conciencia, ¨¦ramos las ideas que surcaban los espacios de la caja craneal como pasan las nubes por el cielo: sin prisas, sin agobios, estir¨¢ndose, deshilach¨¢ndose, convirti¨¦ndose en lluvia que horadaba la tierra -su masa encef¨¢lica- para proporcionarnos el grado de humedad que todo pensamiento necesita. Quiz¨¢ el mundo imaginaba en tonces que las ideas eran suyas por el solo hecho de estar dentro de ¨¦l; de igual manera creemos nosotros que nuestros pensamientos son creaciones nuestras, criaturas que dependen de nuestra voluntad. Se equivocaba el mundo y nos equivocamos nosotros: las ideas que nos habitan, como los p¨¢jaros que pue blan el cielo o los virus que anidan en la sangre, tienen su propia iner cia. Nosotros somos su morada. Transportamos ideas, pensamien tos, obsesiones o afectos en la caja craneal, o en la tor¨¢cica, corno otros transportan coca o hero¨ªna en la v¨ªscera hueca, en el est¨®mago: sin saber el origen de aquella mercanc¨ªa o su destino, sin saber qui¨¦n se enriquece con ese raro tr¨¢fico de repre sentaciones o sustancias. S¨®lo sabe mos que a cambio de trasladar unas cosas u otras en nuestras oquedades corporales alguien o algo nos paga con la vida. Ni entonces fuimos las ideas del mundo ni ahora sabemos qui¨¦n piensa nuestros pensamientos. S¨®lo somos la caja de zapatos donde alguien nos guarda.
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