Hortelano
As¨ª le llam¨¢bamos cuando descubrimos con orgullo que uno de los nuestros pod¨ªa escribir novelas como Nuevas amistades y Tormenta de verano. Especialmente la segunda, la consideramos el no va m¨¢s de la modernidad; nada sorprendente, pues, que se le concediera el Premio Internacional de los Editores, pieza maestra de la nunca suficientemente agradecida pol¨ªtica editorial de Carlos Barral y V¨ªctor Seix. Luego aquellas dos important¨ªsimas novelas quedaron sepultadas en un interesadamente exagerado por sus cr¨ªticos realismo social espa?ol, y el propio Garc¨ªa Hortelano tardar¨ªa algunos a?os en reorientarse para llegar a sus ¨²ltimas obras maduras.Pero no es de literatura de lo que quiero hablar, sino de la impresi¨®n que me produce la confirmaci¨®n de la muerte de Juan Garc¨ªa Hortelano, es decir, su entierro, para m¨ª el verdadero momento de la angustia del que lo contempla y la soledad del que lo padece. Excelentemente dotados los espa?oles para las necrol¨®gicas, algunas veces te resultan dif¨ªciles de parir, como piedras en el pecho, cuando confirman la desaparici¨®n de un personaje especialmente querido, aunque no hayan sido muchas las veces que le has tratado. Pero en todas ellas Hortelano consegu¨ªa la intenci¨®n del cari?o, que es muy superior a la de la cordialidad. Era la suya una inteligencia esc¨¦ptica servida de una voluntad estoica y una sensibilidad que relativizaba ir¨®nicamente su inteligencia y su voluntad.
Durante su larga enfermedad -que yo he vivido a distancia, pero vivido-, los partes m¨¦dicos me iban llegando sotto voce alternativos, uno bueno, uno malo, tan alternados que llegu¨¦ a sospechar que era el propio Juan quien los propalaba y se apoderaba as¨ª, ir¨®nicamente, de su propio diagn¨®stico. Mas la iron¨ªa no es un ant¨ªdoto; simplemente, el mejor analg¨¦sico.
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