S¨®lo 30 personas asistieron al entierro de Marlene Dietrich
Un cortejo de bicicletas serpenteando entre el tr¨¢fico berlin¨¦s sigui¨® al Cadillac negro que transportaba los restos de Marlene Dietrich hasta su ¨²ltima morada en el cementerio de Friedenau, en su barrio natal de Sch?neberg, a pocos metros de donde reposa su madre. No fueron muchos los berlineses que, en una espl¨¦ndida ma?ana de primavera, se dignaron sumarse al cortejo o acercarse a las puertas del cementerio. En el interior, una treintena de personas vestidas de luto participaban en una ceremonia de un innegable aire teatral. "El c¨ªrculo se cierra, ella vuelve a Sch?neberg, donde fue bautizada y confirmada", dijo el pastor protestante que dirigi¨® la ceremonia. Adem¨¢s de su hija Mar¨ªa Riva y su marido William, sus cuatro nietos y sus biznietos, tan s¨®lo se encontraban junto a la sepultura los actores Maximilian Schell, Horst BuchoIz y Hildegard Knef, el alcalde de la ciudad, Everhard Diepgen, y alg¨²n otro pol¨ªtico local. Schell ley¨® un verso de Ferdinand Freiligrath.
Una maleta en Berl¨ªn
En los alrededores del coqueto cementerio, varios centenares de personas intentaban captar algo de la ceremonia que se desarrollaba tras los muros. Una cercana tienda de antig¨¹edades hab¨ªa colocado un televisor en la misma acera, en torno al cual, enseguida, se form¨® un nutrido grupo. Otros, escalera en mano, miraban por encima de la tapia. Frente a la puerta del camposanto, una gran pancarta de color rosa firmada por un colectivo de homosexuales y lesbianas daba su ¨²ltimo adi¨®s al ?ngel azul. A sus pies, unos travestidos se sentaban sobre maletas escenificando la famosa canci¨®n en la que la Dietrich aseguraba que todav¨ªa ten¨ªa una maleta en Berl¨ªn. Tal vez la met¨¢fora de la maleta explica por qu¨¦, en el ¨²ltimo momento, decidi¨® que quer¨ªa ser enterrada junto a su madre en el cementerio del barrio donde naci¨®. "Cuando me muera", dijo en cierta ocasi¨®n, "mi cuerpo debe quedar en Francia, mi coraz¨®n en Inglaterra, y para Alemania, nada". Pero, finalmente, despu¨¦s de la ca¨ªda del muro que dividi¨® su ciudad, cambi¨® de opini¨®n. Lo cierto, sin embargo, es que nada le ataba ya a su vieja ciudad natal, de la que sali¨® a principios de la d¨¦cada de los treinta y a la que s¨®lo hab¨ªa vuelto una vez, en 1960, para dar un recital.
En aquel momento, en plena guerra fr¨ªa y cuando faltaba muy poco para que se construyera el muro, muchos no hab¨ªan olvidado -ni olvidan todav¨ªa- su participaci¨®n directa en la II Guerra Mundial dando recitales y apoyando a las tropas aliadas. En la sala enardeci¨® al p¨²blico, pero fuera de ella, ya en el mismo aeropuerto, el recibimiento fue m¨¢s complejo; era la traidora que volv¨ªa de la mano de los vencedores extranjeros. Algunas pancartas rezaban, en ingl¨¦s, "Marlene go home". El recital lo efectu¨® casi todo en alem¨¢n, y entre otras piezas cant¨® una inolvidable versi¨®n del Blowing in the wind de Bob Dylan.
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